Luis del Sol, el mito supremo
La leyenda del Real Betis fallecía hoy a la edad de 86 años
El Real Betis Balompié muestra su máximo pesar por el fallecimiento de Luis del Sol Cascajares, jugador de nuestro Club de 1954 a 1960 y durante la temporada 1972-73, acaecido en Sevilla el 20 de Junio de 2021, a la edad de 86 años. Un día de profundo dolor para la familia bética.
Nacido en Arcos de Jalón (Soria) el 6 de Abril de 1935, su familia se afincó en Sevilla cuando apenas contaba dos meses de edad, instalándose en el barrio de San Jerónimo. A los 14 años comenzó a trabajar en la Industria Subsidiaria de Aviación, donde jugaba en el equipo de la factoría, y a los 16 años fichó por el equipo juvenil del Real Betis. Destacó desde muy pronto y, por ello, tras una cesión al Utrera, se integró en la primera plantilla verdiblanca cuando apenas tenía 19 años.
Su debut en el equipo verdiblanco tuvo lugar el 17 de octubre de 1954, en Badajoz, cuando el Betis militaba en Segunda División. Le dio la oportunidad el entrenador Francisco Gómez, uno de los campeones de Liga de 1935, y, para la posteridad ha quedado ya esta alineación con la que fue titular por primera vez: González; Portu, Barinaga, Cifuentes; Óscar, Aumesquet; Del Sol, Guerrero, Cabrera, Hurtado y Flores.
A la hora de hablar de Luis del Sol no es necesario utilizar eufemismos ni abusar de los adjetivos. Luis del Sol ha sido, sencillamente, el mejor futbolista que se puso la camiseta del Betis desde que el Betis existe. El mito supremo.
Y, si no, que se lo pregunten a esa legión de béticos a la que tan feliz hizo cuando más falta hacía. En aquellos años cincuenta que él convirtió en tiempo de gloria. Esos béticos que tan orgullos se sintieron siempre de su genio y de su talento.
Así lo reconocen todos los que lo vieron sin que haya un solo caso en el que la unanimidad se quiebre. Un ciclón sobre la hierba. Una fuerza desatada que, además, tenía el don de jugarla al pie y de romper con un seco golpe de cintura la sobriedad de cualquier defensa. Un futbolista sólo comparable a la élite mundial, contemporáneo y compañero de viaje de Alfredo di Stéfano, de Kubala, de Luis Suárez, de Pelé, de Puskas, de Gento, de Bobby Charlton, de Sandro Mazzola y de otra escasa docena de consagrados que, al final, son los que alcanzan la inmortalidad.
Del Sol nació con todo lo necesario para ser figura y fue capaz de ir asimilando todo lo demás. Un aprendizaje que se inició en San Jerónimo, pegado a las vías del tren que eran el sustento de aquella familia de ferroviario. Aunque nacido en Arcos de Jalón lo bautizaron en la Macarena y fue en Sevilla donde supo una cosa fundamental: que la vida y el fútbol sólo son para los listos.
Eso le enseñó la calle en 1937, cuando perdió a su padre, que no fue una víctima de la guerra, pero al que ayudaron a morir los sufrimientos de la época. En medio de esas dificultades se desenvolvió su infancia. Unos años que siempre estuvieron marcados por la cercanía del balón y que poco a poco lo fueron acercando a lo que más tarde sería su futuro.
Un día de aquellos la pelota lo llevó al Betis. Allí lo vieron Mister Valera y Antonio Quijano y enseguida llegó a ser futbolista. Un futbolista que tenía que coger tres tranvías diarios con sus correspondientes idas y vuelta. Después, todo pasó muy de prisa, de los juveniles al Utrera y de ahí a su debut en octubre del 54 con el 11 a la espalda y sólo 19 años.
Bandera y símbolo
Meses después llega Villamarín a la presidencia y su nombre queda asociado para siempre al de Luis del Sol. Ambos se convierten por los siglos de los siglos en los símbolos de la regeneración del club. Un Del Sol que ya es ídolo, bandera, símbolo que genera pasiones y mueve sentimientos. La gente empieza a ir a Heliópolis "a ver a Del Sol" y termina encontrándolo todas las tardes. Con una fiereza que apenas cabe en su cuerpo, con unas ansias de victoria que lo definen, con la calidad de un superdotado y con una casta que levanta los estadios. Del Sol machaca rivales, mete goles, enloquece al graderío y anima a sus compañeros.
Siendo así, retorna con el Betis a Primera División el 1 de junio de 1958. Una tarde de apoteosis que no olvidó nunca. Ese ascenso fue clave. Significó el final de la travesía del desierto y el primer gran logro de Benito Villamarín en aquel Betis que estrenaba unas posibilidades económicas desconocidas hasta entonces.
Y a eso le siguió el gol que inauguró el marcador de Nervión, y el jubileo por el 2-4, y el éxtasis de todos aquellos combatientes que tanto habían sufrido cuando la vida parecía no tener sentido.
Más tarde, tras aquellos días de vino y rosas, vinieron otras primaveras y otros otoños. Un tiempo siempre fecundo para aquel futbolista que cada vez era más grande. Y que tanto lo fue, que un día de abril de 1960 lo traspasaron al Real Madrid. Al cuatro veces campeón de Europa que, ya con él, lo sería cinco. Nada y nada menos que por seis millones quinientas mil pesetas, más tres jugadores, Martín Esperanza, Lloréns y Pallarés, y un partido amistoso.
Un mes más tarde volvió a Heliópolis con la camiseta del Real Madrid para enfrentarse al Betis en la final de la Copa Benito Villamarín. Ganó el equipo blanco por 0-1 y, desde entonces, la sala de trofeos del estadio Santiago Bernabéu acoge el trofeo de oro de mayor valor material que se custodia en aquel espacio mitológico.
En Chamartín se vistió de blanco con los más grandes que jamás han existido y la onda expansiva de su nombre y de su fútbol lo llevó dos años más tarde a la Juventus de Turín, a esa "Vecchia Signora" que también habita en el territorio de las leyendas.
En Italia, en el frío norte turinés, se acordó muchas veces de Sevilla y a veces sintió el susurro de la melancolía. Pero en la hierba o en la nieve, es igual, demostró siempre que el balón es redondo en todas partes.
Lo llamaron "settepulmoni", hizo rugir al Comunale, se puso el brazalete de capitán bianconero y tanta fama dejó que muchos años más tarde, en 2012, fue incluido en el pasillo de la fama del nuevo estadio piamontés, siendo escogido por sus aficionados como uno de los 50 jugadores más relevantes de la historia del club, junto a nombres tan importantes como Giampiero Boniperti, Omar Sívori, John Charles, Dino Zoff, Roberto Baggio, Zinedine Zidane, Gianluigi Buffon o Alessandro del Piero.
La vuelta a casa
Su aventura italiana concluyó en la Roma del mago Helenio Herrera y un día, un dulce día, volvió a Heliópolis para decir adiós entre los suyos. Lo fichó el presidente Pepe Núñez y regresó para que lo viera otra generación y no fuera el recuerdo su única tarjeta de visita.
Su debut en esta segunda etapa tuvo lugar el 2 de octubre de 1972 en el estadio del Molinón, frente al Spórting de Gijón. El entrenador bético era Ferenc Szusza y la primera alineación en partido oficial en la que volvió a figurar Luis del Sol fue la integrada por Pesudo; Mellado, Telechía, Frigols, Cobo; López, Genaro, Del Sol, Rogelio; Macario (Aramburu, m.75) y Benítez (González, m.70).
Jugó apenas un año y se retiró a los cuarteles de la memoria hasta que una mañana de marzo de 1986 fue presentado como nuevo entrenador del Real Betis Balompié. Se sentó en el banquillo por primera vez en San Mamés y desde ese momento fue un clásico de la dirección deportiva. Un leal servidor al que a mediados de la temporada 2000-01 le pidieron el supremo esfuerzo de ascender al Betis. Y lo ascendió en Jaén. Sin una palabra más alta que otra y sin afectación ninguna. Como era él, de ley.
Un ídolo al que el Real Betis llamó el dios de nuestros padres, cuando se cumplieron los 60 años de su debut. Ese nombre que fue de generación en generación rememorando hazañas memorables como la de aquel abrazo inmortal antes de su gol en el campo de estreno, aquel incidente con el brasileño al que fue a darle con el palo del banderín de córner, aquel larguero roto una tarde que golearon al Extremadura, aquellos desbordes imposibles, aquellos siete pulmones?
En suma, el más grande entre los grandes. El mito supremo que ya está para siempre donde sólo habitan los inmortales.
Nuestro más sincero pésame a sus familiares.
Descanse en paz Luis del Sol Cascajares.