HISTORIA | Bilek, un refuerzo de verdad
Por Manolo Rodríguez
La primera vez que en España se fijó un plazo oficial para fichar jugadores en invierno fue en la temporada 1994/95. Pero ese año el Real Betis no hizo uso de esta posibilidad, ni tampoco en las tres siguientes. Estrenó esa prerrogativa en la campaña 1998/99, concretamente el 15 de enero de 1999, contratando al jugador rumano Iulian Sebastian Filipescu, procedente del Galatasaray turco.
Un futbolista de 25 años que había sido 20 veces internacional con la selección de su país (con la que actuó en el Mundial de Francia de 1998) y que durante las 3 últimas campañas había militado en la escuadra turca, tras sus inicios en el Steaua de Bucarest.
Menos de una semana después, Filipescu debutó en un duelo copero ante el Mallorca y la primera vez que pisó el césped de Heliópolis fue en un partido de Liga contra el Alavés en el que marcó el gol que del triunfo. Una falta imponente que lo acreditó como un lanzador espléndido.
Desde entonces, fue titular indiscutible. Un nombre de peso que permaneció en el club 5 años y disputó 137 partidos con la camiseta verdiblanca, actuando como central, mediocentro y lateral. Un buen futbolista.
Desde entonces, han llegado casi una treintena de jugadores a la disciplina bética en el llamado "mercado de invierno". Un tiempo que transcurre en el mes de enero y que permite a los clubes reforzar sus plantillas de cara al tramo definitivo de los campeonatos.
Algo que ha existido desde siempre, aunque con distintas reglas. Ya dijimos una vez que en otras épocas era posible fichar en cualquier momento del año y que la única limitación venía determinada por el hecho de que el futbolista traspasado o cedido no pudiera jugar una misma competición con dos equipos diferentes. Una salvedad que ahora sí que es posible eludir en enero.
Más modernamente, y hasta la reglamentación de 1995 a la que aludíamos al principio, los nuevos jugadores solían llegar coincidiendo con el final de la primera vuelta de la Liga, o en su cercanía. Cuando los clubes ya eran conscientes de las limitaciones de sus plantillas y buscaban las mejores soluciones que les permitieran sus economías.
En este contexto llegó al Real Betis en diciembre de 1990 un excelente futbolista checo llamado Michal Bilek. Vino a cubrir la ficha que dejaba libre el portero Nery Pumpido, lesionado de larga duración, y se convirtió en el segundo refuerzo de esa campaña (el primero había sido el búlgaro Trifón Ivanov) en la que los verdiblancos luchaban por mantener la categoría.
Un fino centrocampista procedente del Sparta de Praga, que contaba 25 años y había sido 29 veces internacional con la selección de su país, con la que disputó la Copa del Mundo de 1990. El mejor futbolista de Checoslovaquia en la temporada anterior. Vino cedido hasta final de temporada por una cantidad que rondaba los 20 millones de pesetas, aunque con una opción de compra de 3 años, cifrada en 70 millones.
La tarde en que se presentó a la prensa lo hizo acompañado de dos intérpretes y fue un ejercicio de paciencia conocer sus respuestas. Los traductores revelaron las pocas palabras de aquel muchacho rubio y menudo, diciendo apenas que: "Soy un jugador que se entrega al máximo dentro del campo y vengo a hacer lo mejor por el Betis". Un Betis del que, a esas alturas, sólo conocía a Ivanov.
Bilek debutó en Tenerife el día de Reyes de 1991 y esa tarde fue víctima de un mal entendido del que se habló mucho en aquellos días. Un hecho insólito, habida cuenta de su muy precario (por no decir inexistente) dominio del castellano.
Ocurrió que al filo del descanso el árbitro Urízar Azpitarte lo expulsó. Todos los que estaban cerca se quedaron perplejos. Decía el colegiado? ¡que lo había insultado! Y así lo expresó textualmente en el acta: "Por hacerme gestos hacia el reloj, diciéndome cuatro minutos. No le hice caso y, a continuación, me dijo algunas frases en idioma extranjero para terminar diciéndome "bobo", por lo que fue expulsado".
Ángel Cuéllar, que estaba presente en el momento de autos, todavía a día de hoy se sigue llevando las manos a la cabeza: "Si no sabía una palabra de español? Sólo dijo "time", nada más, pero el árbitro se volvió y, sin mediar palabra, le sacó la tarjeta roja. Si ni siquiera nos pudo explicar nada en el vestuario porque no era capaz de hacerlo".
El caso es que lo suspendieron por un partido que cumplió en la Copa. Desde ese momento, Bilek ya lo jugó todo hasta final de temporada y se convirtió en un valor seguro en aquel Betis donde no abundaba la calidad.
Siempre titular indiscutible, inteligente y elegante, destacaba por su visión de juego y por un encomiable espíritu de sacrificio. Un jugador de equipo que ayudaba a que el equipo jugara. Permaneció en Heliópolis a pesar del descenso y al año siguiente se salió.
Los compatriotas
Bien es cierto que en esa segunda temporada ya se encontraba arropado por tres compatriotas checos. Principalmente, por el entrenador Josef Jarabinsky, vinculado como él mismo al Sparta de Praga, aunque viniera de trabajar en el Genclerbirligi SK de Turquía.
Bilek avaló la contratación de Jarabinsky y también vio con buenos ojos la llegada de Alois Grussmann, un excelente cabeceador solicitado por el entrenador, y de Roman Kukleta, otro compatriota cuyo fichaje se convirtió en uno de los grandes culebrones de aquel tiempo. Tanto, que tardó más de tres meses en incorporarse a la disciplina bética.
Esa campaña, con el 10 a la espalda, Bilek se erigió en el faro del equipo, en su futbolista más cotizado y, probablemente, en el mejor de la categoría. Disputó 45 partidos entre Liga y Copa y marcó 13 goles entre las dos competiciones. Números extraordinarios.
Y todo ello, en medio de continuas amenazas de que tendría que volver precipitadamente a su país porque a la directiva bética le costaba poder atender los vencimientos de su cesión. De hecho, hacia el mes de noviembre de 1991 ese rumor adquirió ciertos visos de verosimilitud y se abrió un plazo inaplazable de dos semanas para que todo quedara solucionado.
Se resolvió felizmente y ello permitió ver excelentes recitales del checo. Muy particularmente, el que ofreció en un partido jugado en Heliópolis contra el Figueras, donde se le entregó el estadio después de que hiciera 2 goles en el primer tiempo.
Pero la desgracia fue que esa temporada no pudiera concretarse el ascenso que tanto deseaba la afición. El Betis se quedó en las puertas tras aquella malhadada promoción contra el Deportivo de la Coruña y eso lo precipitó casi todo.
Aún no estaba claro a esas alturas qué pasaría finalmente con la conversión del club en Sociedad Anónima y, por ello, comenzaron a tomarse decisiones que aligeraran la pesada carga económica que soportaba el club.
La directiva negoció de inmediato con Michal Bilek y con su compañero checo Alois Grussmann, quienes aceptaron rescindir sus contratos, a pesar de que ambos tenían firmados dos años más de vinculación con la entidad de Heliópolis.
Esto sucedió apenas cuarenta y ocho horas después del doloroso empate contra los gallegos y la causa de tan drástica decisión no sólo vino motivada por la carestía de sus fichas, sino por la importante deuda que mantenía el Betis con ambos jugadores y con el Sparta de Praga, su club de origen.
Según se contó, a la sociedad que tenía sus derechos (Praga Sport) le fueron abonados 250.000 marcos (15 millones de pesetas) y a cada jugador se le liquidaron 12 millones. De este modo, según declaró Manuel Ruiz de Lopera, hombre fuerte de la entidad ya en ese momento: "El Betis se ahorra 120 veinte millones de pesetas, quedan liberados los avales de Farusa y se quita de en medio una trampa como un buque".
A aquello se le llamó el comienzo de la "operación limpieza", aunque, curiosamente, en la misma negociación el Betis se hizo en propiedad con los servicios de Roman Kukleta, el también futbolista checo llegado una temporada antes de la mano del propio Lopera y cuyo rendimiento en el ejercicio siguiente sería aún más pobre que en el anterior.
Así, y por eso, se marchó Michal Bilek. Una mala noticia para el Real Betis porque era un excelente futbolista que, desgraciadamente, no tuvo la fortuna de llegar a Heliópolis en un tiempo más sosegado y estable.
Regresó al Sparta de Praga y en los años posteriores jugó en el Viktoria Zizkov y el Teplice, también en su país, donde asistió el 1 de enero de 1993 al cambio trascendental que dividió a Checoslovaquia en dos estados independientes: la República Checa (o Chequia) y la República Eslovaca (o Eslovaquia).
Hizo una brillante carrera como entrenador y durante 4 años (de 2009 a 2013) dirigió a la selección de la República Checa. Se convirtió en un nombre de respeto en su país y en una personalidad del fútbol europeo.
Y, sobre todo, sigue siendo un nostálgico recuerdo para los béticos que lo vieron jugar en el Benito Villamarín.