HISTORIA | Cuando Esnaola paró 5 penaltis y marcó 2
Por Manolo Rodríguez
Cada visita de la Real Sociedad devuelve al primer plano el recuerdo eterno de José Ramón Esnaola, el portero más grande que han visto los tiempos en el marco del Real Betis Balompié. Un nombre superlativo e irrepetible que llegó a Heliópolis procedente de San Sebastián cuando más arreciaban los calores del verano de 1973.
Ya era grande cuando fichó por el Betis, pero en el Villamarín aún lo fue más. Aquí fue leyenda. La que viajará siempre con las 13 barras del escudo y en el corazón agradecido de los béticos. Así lo determinan sus 460 partidos jugados (más que nadie en la historia); sus 12 temporadas como titular; las paradas memorables que acabaron haciendo posible el título de Copa de 1977 y, junto a todo ello, los 40 años que le entregó al club, día por día, formando a los que empezaban y acudiendo en auxilio de la entidad cada vez que lo necesitaron.
En tan fecunda trayectoria hubo muchos hitos que merecerían escribirse con letras de oro. Unos más relevantes y otros menos comprometidos. Pero todos llenos de la esencia del propio Betis. Como ocurrió con ese momento mágico surgido una noche de agosto de 1978 en el estadio del eterno rival. Un recuerdo inolvidable.
Se jugaba en aquellas fechas el VII Trofeo "Ciudad de Sevilla", un acontecimiento que desde 1972 tenía revolucionados los estíos de la ciudad. Una idea nacida por el empeño personal del ex alcalde Juan Fernández y cuyo ideario era muy simple: enfrentar a los dos equipos sevillanos en un torneo cuadrangular en el que participarían otros dos clubes extranjeros y que se disputaría cada año alternativamente en Nervión y Heliópolis.
Aquella propuesta se encontró como muchos obstáculos desde el principio. De una parte, por la cercanía de trofeos veraniegos tan importantes como el Carranza o el Colombino y, de otra, por el calor y la desolación de la ciudad durante ese tiempo estival.
Junto a esto, se pensaba que el Betis y el Sevilla no apoyarían un proyecto en el que los riesgos deportivos serían altísimos, ya que el triunfo de cualquiera de los equipos sevillanos siempre sería a costa del fracaso de su eterno rival.
Sin embargo, el ex alcalde Juan Fernández fue capaz de convencerlos. Mantenía que la ciudad necesitaba de un revulsivo que dinamizara sus veranos, y que, a la larga, este trofeo les proporcionaría a los clubes unos éxitos económicos como no se habían conocido en el fútbol local.
Así lo dejó dicho cuando presentó su propuesta: "El trofeo es una aspiración de los sevillanos. Sin triunfalismos, queremos empeñarnos en este certamen futbolístico como un disfrute social y deportivo de los sevillanos. La emoción está asegurada con la participación de los equipos locales, Sevilla FC y Real Betis, que van a protagonizar los partidos. Y precisamente porque en verano la ciudad se queda casi con la mitad de los habitantes, que no pueden permitirse el lujo del veraneo, es a estos últimos a quienes queremos brindar el disfrute de estos días de emoción".
Y funcionó. Aquello se convirtió en un río de dinero que movilizó a la ciudad toda. Los estadios se llenaron hasta el acabose, la gente venía de las playas para ver los partidos y el trofeo se convirtió en una fiesta que concluía con una multitudinaria verbena en la Plaza de España.
Hasta 1977 el Trofeo estuvo en manos del Ayuntamiento. Pero al año siguiente se hicieron cargo de su organización los equipos sevillanos. Algo que se veía venir ante sus cada vez más exigentes necesidades económicas. Los tiempos políticos y sociales empezaban a ser otros y lo público ya no imponía tanto.
De este modo, pudieron ahorrar gran parte de los gastos protocolarios que inevitablemente tenía el Consistorio, contrataron rivales a menor costo y lo focalizaron todo en el negocio del fútbol. A costa, claro está, de una cierta pérdida del carácter popular y cívico que hasta entonces había tenido el torneo.
Baste señalar que en 1977 el Betis ingresó algo más de 16 millones de pesetas (incluyendo el 18% que se le asignaba al equipo que ponía el campo), mientras que al año siguiente recaudó casi 17 millones a pesar de que el torneo se jugó en Nervión.
En el orden deportivo, el Real Betis había ganado el Trofeo en 1974, 1975 y 1977. Dos en Heliópolis y uno fuera de casa. Y llegado el mes de agosto de 1978, tocaba volver de nuevo al estadio del eterno rival.
La noche de los 28 penaltis
Era la VII edición del Trofeo y el Betis la afrontaba marcado por el reciente descenso. Un golpe inesperado que aún no se había digerido. Debutaba como entrenador José Luis García Traid y se mantenía la base del equipo que llegó a ser campeón de Copa, reforzado con algunos futbolistas nuevos como Ortega, Peruena, Villalba o Killer.
Los verdiblancos abrieron el torneo el martes 22 de agosto de 1978 enfrentándose al Standard de Lieja, un clásico de la Liga belga liderado por el defensa Eric Gerets, quien más tarde fuera jugador del Milán y capitán del PSV que ganó la Copa de Europa del 88, así como integrante y luego capitán de la selección de Bélgica, desde el subcampeonato en la Euro-80 hasta el Mundial de Italia 90.
Un equipo en el que ya empezaba a hacerse un nombre su portero Michel Preud'homme, un muchacho de 19 años que, con el tiempo, llegaría a ser su máximo icono.
Viste el Betis sus colores habituales y sale con: Esnaola; Killer, Biosca, Muhren, Cobo (Megido); López, Ortega, Cardeñosa; Villalba (Benítez), Hugo Cabezas (García Soriano) y Gordillo. Arbitra el murciano Jiménez Sánchez.
El duelo tiene pocas cosas. Un forcejeo sin brillo marcado por el calor de la noche. Pocas ocasiones y mucho cansancio. Incluso en la segunda mitad aparecen las brusquedades. Es expulsado Biosca y también siguen el camino de los vestuarios los jugadores del equipo belga Sirgurvinsson y Renquin.
Así pues, el partido lo concluyen 10 futbolistas del Betis y 9 del Standard, algo que tendrá su importancia más adelante. No se mueve el empate a cero y eso lleva a los penaltis. Otro ingrediente muy habitual en las apasionantes noches del "Ciudad de Sevilla".
En la primera tanda marcan por el Betis García Soriano, López, Gordillo y Muhren. Sólo Ortega falla su lanzamiento. Pero para eso está Esnaola, que detiene el disparo de Labarbe. Nuevo empate. Más penaltis.
Comienza la segunda tanda (ya muerte súbita) con otra parada de Esnaola a tiro de Wellens. Sin embargo, Cardeñosa no acierta. A partir de ahí marcan Killer y Megido y falla el suyo Benítez. Por parte de los belgas anotan Gerets y Preud'homme y Esnaola vuelve a lucirse al detener el lanzamiento de Poel. Ya van tres.
Pero llegado el décimo penalti de cada equipo, surge el conflicto. Los belgas, al haber terminado el partido con sólo 9 futbolistas de campo, están en la obligación de repetir a uno de sus lanzadores, el que ellos decidan. Tira Graf y marca.
Entonces García Traid se rebela y dice: "si ellos eligen a su mejor chutador, el Betis también tiene derecho a escoger el suyo". Y propone que sea Muhren el que lance.
Pero el árbitro le dice que no: que el Betis tiene 10 futbolistas en el campo y que ese último penalti lo tiene que lanzar Esnaola, el único que todavía no ha disparado.
Aquella discusión se hace eterna. Se meten en el campo los organizadores (o sea, el gerente del Betis, Antonio Picchi, y el del Sevilla, Pablo Sosa), discuten los entrenadores, intentan mediar el delegado del Betis, Pablo Belloso, y el delegado provincial de deportes, Ginés López Cirera, y no deja de acudir gente que opina, protesta y, sobre todo, molesta.
Incluso alguien busca el reglamento de la Federación Española para partidos internacionales y se ponen a consultarlo en la hierba. Más de veinte minutos dura aquello con el público esperando en las tribunas. Por fin, se impone la opinión del árbitro y todo vuelve a su ser. Esnaola, impasible como es, marca y se restablece el equilibrio.
Vuelta a los penaltis. Esnaola ataja el disparo del belga Pleassers, pero también falla Muhren. Después marcan García Soriano y López, mientras que por el Standard anotan Garot y Labarbe. Van 26 lanzamientos cuando tira Gerets y el portero bético hace otro paradón. Ya van cinco. Los verdiblancos están en ventaja.
Hasta 6 jugadores podrían haber tirado aquel penalti definitivo. Pero todo el mundo sabe que Esnaola parece bendecido. Por eso, nadie duda. Que tire él. Y como es natural, lo clava. El Betis pasa a la final y para la historia queda un registro imponente: Esnaola ha parado 5 penaltis y ha marcado 2. Todo en una sola noche.
Por eso lo izaron en hombros sus compañeros y lo pasearon por el estadio del eterno rival. Por eso el público, enloquecido, coreó su nombre en los graderíos. Y justo por esas cosas, y por otras muchas, su leyenda ha sobrevivido a los tiempos y su nombre sigue siendo objeto de culto en Heliópolis.