Luis transforma un penalti ante el eterno rival en marzo de 1963. La tarde que hizo los dos goles del triunfo verdiblanco.

HISTORIA | El hombre que siempre le marcaba al Sevilla

Por Manolo Rodríguez

 

El domingo 2 de febrero de 2014 el estadio Benito Villamarín despidió emocionado a Luis Aragonés, fallecido tres días antes en Madrid. Un último adiós cargado de sentimiento con el que los béticos le rindieron tributo de silencio a esta gran personalidad del fútbol español. Al entrenador que transformó la realidad del juego, que cambió la historia de nuestro fútbol y que conquistó la inolvidable Eurocopa de 2008. Aquella hazaña que inauguró la hegemonía universal de la selección española.

Pero aquella tarde, los béticos estaban homenajeando, sobre todo, a uno de los suyos. A un hijo de la ciudad del sol. Al futbolista que en la década de los 60 llegó a convertirse en una estrella del firmamento verdiblanco. Un extraordinario jugador cuyo nombre evoca los mejores años del mandato de Benito Villamarín y ese dulce tiempo en el que el Real Betis volvía a codearse con los más grandes.

Años después, y en medio de complejas circunstancias, Luis Aragonés también se sentó en varias ocasiones en el banquillo bético. Pero no echó raíces como entrenador. Vino y se fue enseguida en 1981; tuvo un paso fugaz en 1989 y dirigió una temporada completa en 1997 para volverse a ir al inicio de la siguiente en medio de un reguero de polémica. Quizá porque, por entonces, casi todo estaba marcado por la polémica.

Por tanto, el legado fundamental que pervive en el beticismo es el de aquel interior espigado y de mirada huidiza que, al decir de Rogelio Sosa, fue la máxima expresión de la calidad en el golpeo de la pelota. Un futbolista superlativo que en Heliópolis tomó el impulso definitivo para convertirse en la figura que durante muchos años disfrutaron en el Atlético de Madrid y en la Liga española.

Nacido en Madrid en 1938, Luis se inició en las categorías inferiores del Getafe y posteriormente en el Real Madrid juvenil. El club madridista lo cedió al Recreativo de Huelva y al Hércules antes de integrarlo en su filial, el Plus Ultra, que por entonces militaba en la Segunda División, aunque enseguida fue cedido de nuevo, esta vez a un Primera División como el Real Oviedo.

Destacó en el conjunto asturiano y en 1961 el Real Betis exigió que entrara en la operación de traspaso de Isidro Sánchez al Real Madrid. Fue una decisión acertadísima. Tanto que, según cuentan, el presidente blanco, Santiago Bernabéu, se enfadó mucho cuando supo de la marcha de aquel futbolista que apuntaba tan alto.

Llegó al Betis cuando lo dirigía Fernando Daucik y sus primeros minutos con la camiseta verdiblanca tuvieron un carácter muy simbólico, ya que se produjeron el 12 de agosto de 1961 en el partido Real Betis-Fiorentina que puso colofón a la firma de la escritura de compra del estadio por parte de Villamarín.

A partir de ahí, su carrera fue un trueno. En los tres años que defendió la camiseta verdiblanca, Luis disputó 93 partidos oficiales (82 de Liga y 11 de Copa), y marcó 41 goles. A razón de 10 en la primera; 20 en la segunda y 11 en la tercera. Una barbaridad. Firmó sus tantos en lanzamientos de falta, en disparos lejanos, en cabezazos prodigiosos, en remates oportunistas y transformando penaltis que, rara vez, les daban opción a los porteros.

En el Betis coincidió con una generación inmejorable (Pepín, Ríos, Areta, Lasa, Bosch, Ansola, Rogelio…) y todos ellos siempre recordaron con admiración a aquel jugador de pies grandes y sentencias inapelables. Un fiel discípulo del estilo impuesto por Alfredo di Stéfano, al que admiraba hasta el delirio, y a quien, más allá de su talla como futbolista, le unía un enorme carácter competitivo y una innata inteligencia natural para entender el juego.

Por todas estas cosas, los aficionados béticos lo elevaron desde muy pronto a los altares. Pero también porque siempre fue una garantía de éxito cuando llegaban los partidos grandes contra el eterno rival. Esos días tan deseados como temidos. Entonces, siempre aparecía Luis Aragonés para hacer goles, ganar partidos o pasar eliminatorias. Tan es así, que en cada una de las tres temporadas que vistió la camiseta del Real Betis, Luis siempre le marcó al Sevilla, lo mismo en la Liga que en la Copa.

Una tarea en la que se estrenó el 8 de octubre de 1961. En Nervión. Ganó el Betis 1-2 y Luis marcó el gol de la victoria al rematar una falta lanzada por Yanko. Esa misma campaña volvió a anotar en el campo sevillista, esta vez en la eliminatoria de Copa que enfrentó a los eternos rivales en el mes de abril del 62.

En su segunda temporada, la 1962-63, sus goles tuvieron aún mayor peso. Fueron decisivos. Los dos primeros llegaron el 3 de marzo de 1963 en el Benito Villamarín. Encuentro de Liga que ganó el Real Betis por 2-1, los dos de Luis. El que abrió el marcador en el minuto 9, tras desbordar al defensa sevillista Gallego y disparar desde fuera del área a la escuadra izquierda del portero. El segundo, en el minuto 48. Luis entra en el área y Gallego lo derriba. Penalti que transforma el propio Luis por bajo y esquinado. Triunfo verdiblanco en un terreno de juego encharcado y resbaladizo. Como los que ya no se ven.

Dos meses más tarde, los caprichos del bombo copero vuelven a emparejar al Betis y al Sevilla en el torneo de Copa. También en octavos de final. Se juega primero en Heliópolis. Ganan los verdiblancos por 2-1 y Luis no marca, a pesar de que una semana antes, en la misma competición, le ha metido… ¡cuatro goles! a la UD Las Palmas.

El partido de vuelta se anuncia en Nervión para el 19 de mayo. Enorme expectación en tarde calurosa. Al Betis lo entrena Ernesto Pons; al Sevilla, José María Busto. Arbitra el vizcaíno López Zaballa y las alineaciones son las siguientes:

Sevilla FC: Manolín; Juan Manuel, Campanal, Valero; Ruiz Sosa, Achúcarro; Agüero, Mateos, Antoniet, Ribera y Luque.

Real Betis: Pepín; Colo, Ríos, Grau; Bosch, Martínez; Montaner, Luis, Ansola, Lasa y Portilla.

El equipo local teme a Luis y su entrenador decide que Luque, teórico extremo izquierdo, se convierta en su sombra. Una decisión que al periodismo de la época no le parece mal, porque, como se puede leer en ABC: “Luis es, hoy por hoy, el motor y la espada de la vanguardia verdiblanca y es normal que el preparador dispusiese que al rápido y peligroso interior bético lo vigilara uno de los elementos más veloces del Sevilla”.

Pero a pesar de tanto celo, a la media hora saltan los pestillos. Luis arranca en el mediocampo, tira una pared con Portilla y bate al portero sevillista en su salida. Es el quinto gol de su carrera al eterno rival. Aquel partido acabó 1-1 y el Betis se clasificó para los cuartos de final de la Copa. Una enorme satisfacción muy celebrada por los aficionados.

Su último gol al Sevilla llegó en la temporada siguiente. En la primera jornada, a la que cargó el diablo con un apasionado derbi. 15 de septiembre del 63. Dijeron las crónicas que, a pesar de la lluvia que descargó antes del partido, el Villamarín registró el mayor lleno desde el retorno bético a Primera en 1958.

Dos únicos cambios en el Betis respecto al partido de Copa antes reseñado: el brasileño Liert da Silva por Martínez y Molina (único refuerzo de la temporada) por Portilla. En el banquillo ya no está Pons, sino Domingo Balmanya.

No hay goles en el primer tiempo. Pero tras el descanso, Luis se estrena pronto. A los dos minutos. Centro largo que cabecea a la red. Después, el partido se pone feo. Golpes van y patadas vienen. Empata el Sevilla y los verdiblancos hacen enseguida el 2-1. Ahí arde Troya. Un jugador bético está en el suelo, otro del Sevilla intenta levantarlo por las bravas, Luis se mete por medio, la cosa se agría, los sevillistas lo persiguen, sus compañeros lo defienden y se acaba originando una tangana de todos contra todos.

Total, que a Luis lo expulsan en el minuto 68. Lo castigarán con cuatro partidos y no volverá a jugar hasta la sexta jornada. En el Bernabéu contra el Madrid. El Betis empata 1-1 y Luis está cumbre.

Esa campaña será muy feliz para los béticos. El equipo es tercero en la clasificación y Luis se confirma como uno de los futbolistas más importantes del panorama nacional. Comienza a frecuentar las convocatorias de la selección y en abril de 1964 será traspasado  al Atlético de Madrid, junto con Colo y Martínez, por una cantidad cercana a los 11 millones de pesetas.

Ahí empezará otra historia, que lo llevará a ser una leyenda rojiblanca. Y en el Betis comenzará el recuerdo de sus muchos goles. Sobre todo, de los que le hizo al rival eterno.