HISTORIA | Fútbol en Heliópolis con Sevilla inundada
Por Manolo Rodríguez
La última semana de noviembre del año 1961 fue trágica para Sevilla. Las aguas llegaron hasta el corazón de la ciudad y dejaron a su paso un reguero de barrios arrasados y casas destruidas. Una catástrofe que marcaría durante décadas a los sevillanos y que sería el preludio de un cambio radical en la fisonomía urbana. Un recuerdo imperecedero que estos días cumple 59 años.
El sábado 25 de noviembre, a las cuatro menos cuarto de la tarde, se produjo la rotura del muro de contención del arroyo Tamarguillo, originando la peor inundación del siglo XX. La última de la que se tiene memoria. La fuerza del agua abrió una brecha de 50 metros de longitud que anegó 552 hectáreas y dejó a más de 30.000 personas sin hogar. Prácticamente toda la ciudad de la orilla izquierda del Guadalquivir resultó inundada desde el centro a las barriadas periféricas.
Al día siguiente, especificaba el diario ABC que: "Desde el cementerio hasta San Bernardo, todo ese inmenso contorno ciudadano ha visto irrumpir el agua, que ha llegado hasta la Plaza de España y la puerta de Jerez, a la vez que hendía por la Macarena, y los colectores del alcantarillado eran incapaces de absorber toda la masa de líquido elemento, que ha rebasado la ronda de circunvalación".
Las principales zonas inundadas, donde las aguas alcanzaron alturas inéditas, fueron los barrios de Amate, La Corza, Árbol Gordo, Campo de los Mártires, los Carteros, La Laboriosa, Miraflores, Pio XII, San José Obrero, La Barzola, El Fontanal, Santa Justa, San Jerónimo, La Calzada, San Bernardo, Tiro de Línea, Cerro del Águila, La Trinidad, la Macarena, el Arenal, La Alameda de Hércules y gran parte del centro urbano histórico, como las plazas del Duque, de la Campana y de San Lorenzo, Puerta de Jerez y la Avenida, entonces llamada de Queipo de Llano y hoy, de la Constitución.
Y aún hubo que darle gracias a Dios porque la brutal arremetida del agua hubiera tenido lugar a primera hora de la tarde. De haber ocurrido durante la madrugada, los muertos se hubieran contado a miles en una ciudad donde más de dos tercios de la población vivía en corrales de vecinos, refugios o suburbios y donde las condiciones de sanidad pública eran muy precarias o directamente inexistentes.
De inmediato comenzaron las tareas de ayuda y solidaridad. Los helicópteros militares llegados desde la base de Rota sobrevolaban la ciudad rescatando personas atrapadas o distribuyendo alimentos, mientras que las emisoras de radio alertaban de las casas en ruinas que debían ser desalojadas o reclamaban la presencia de médicos y donantes de sangre.
Se interrumpió el servicio telefónico, se produjeron cortes de energía eléctrica, se cerraron el aeropuerto y el puerto y gran parte de la ciudad se vio atrapada por la maldición de agua y barro que obligó a miles de familias a abandonar sus casas y las condenó a perder todos sus ajuares.
La noche del sábado al domingo casi nadie durmió en Sevilla. Las autoridades y los periodistas recorrieron las zonas inundadas subidos en camiones militares, mientras que con las luces del amanecer empezaron a verse las primeras barcas que cruzaban aquel mar que había tomado las calles. El único medio de transporte ante tanta desolación.
Fútbol en Heliópolis
Aún así, y para sorpresa entonces, y estupor hoy, el Real Betis hubo de disputar al día siguiente en Heliópolis el partido de Liga que lo enfrentó al Club Atlético Osasuna en la jornada 14 del Campeonato de Liga. Algo insólito, según los parámetros y la mentalidad de nuestro tiempo.
Se le obligó a jugar porque, según dijeron las autoridades federativas, "había muy pocas fechas libres en el calendario y el estadio Benito Villamarín estaba en condiciones de acoger el partido". Una decisión difícil de entender en aquella ciudad arriada y en estado de pánico, donde reinaba la angustia y escaseaba todo lo básico para la atención de las personas.
Los dirigentes verdiblancos quisieron retrasar todo lo posible la decisión, pero no pudieron suspender el encuentro. Se personaron en el estadio la misma tarde que se desbordó el Tamarguillo y comprobaron que las aguas habían invadido la zona correspondiente a la Tribuna de Fondo, donde alcanzaron una altura superior a un metro. También se hallaban anegados los vestuarios y algunas zonas del campo como las esquinas de los córners. Pero, en conjunto, el terreno de juego no se había inundado, como ocurriera en las riadas de 1947 y 1948.
Se retiró el agua y supieron por la Federación que el árbitro del partido, el catalán Lucas Saz, no podría coger el avión que lo trasladaría desde Madrid esa misma noche, ya que se había cerrado el aeropuerto. Confiaron en que esto determinaría el aplazamiento, pero enseguida se les comunicó que el colegiado viajaría en tren esa misma madrugada, ya que la estación de Córdoba sí permanecía abierta.
Osasuna, por su parte, estaba en Sevilla desde antes de que se produjera la tragedia. Los navarros se habían desplazado en autobús desde Pamplona y pernoctaron la noche del viernes en Córdoba. De allí salieron temprano y entraron en la ciudad al mediodía, aunque el propio delegado de la expedición, Julio Iturralde, declarara que "al entrar en la autopista de San Pablo pasamos nuestro poquitín de miedo".
Era lógico, porque en Sevilla llevaba una semana lloviendo sin parar. Algo extraordinario que había provocado en esos días la recogida de 333 litros por metro cuadrado cuando la media de un año era de 550. De hecho, ya el domingo anterior el partido que el Betis le ganó al Tenerife en el Villamarín se había jugado sobre un lodazal, lo que llevó al diario "Sevilla" a titular que: "Sobre un campo encharcado y con barro los jugadores dieron una lección de lucha sin desmayo".
Esas lluvias desatadas fueron el origen de la devastación, pero no impidieron que a las 4 de la tarde del domingo 26 de noviembre de 1961 saltaran a la hierba húmeda de Heliópolis los jugadores del Real Betis y de Osasuna. La incertidumbre se mantuvo hasta dos horas antes del inicio y así lo contaron los periódicos en sus ediciones del domingo, citando las noticias que les llegaban desde la secretaría verdiblanca en la calle Alemanes.
Pero nada más pudo hacer el Betis por impedir que se jugara. Así lo contaba "La Hoja del Lunes" al día siguiente: "El agobio de las fechas que soporta el calendario español de fútbol y el hallarse el terreno de juego en condiciones de jugar -estaba blando, pero sin un solo charco-, obligó al Real Betis a jugar este partido en unas circunstancias anormales, cuando Sevilla sufre una inundación de tipo catastrófico".
El diario "Marca" también fue muy elocuente a la hora de explicar las razones que obligaron al Betis a disputar el encuentro: "Pese a la tragedia que agobia a Sevilla se celebró el partido, atendiéndose al Reglamento y porque así lo permitió, además, la tregua en el temporal de lluvia".
Lo que sí hizo el Betis fue dejar testimonio de su profundo pesar por la dramática situación que vivía la ciudad. Por ello, sus jugadores salieron al campo con brazaletes negros en señal de duelo. Un gesto muy aplaudido por los miles de béticos que se dieron cita en los graderíos.
Béticos que no faltaron ni siquiera ese día, como quedó reflejado en la crónica de "La Hoja del Lunes": "La inseguridad del tiempo, y el hallarse anegadas diversas zonas próximas al estadio Benito Villamarín, no arredraron a varios millares de aficionados, que casi llenaban las instalaciones".
Por el Betis jugaron aquella tarde nublada: Corral; Grau, Santos, Esteban Areta; Montaner, Lasa; Kuszmann, Pallarés, Luis, Senekowitsch y Castaño.
Con Osasuna venía el flamante internacional absoluto Ignacio Zoco (que al año siguiente ficharía por el Real Madrid, donde sería leyenda), así como Fusté y Serena, futbolistas también importantes que harían carrera en el Nou Camp y en el Bernabéu, respectivamente.
Pero la gran figura del encuentro fue el portero navarro Antonio Guerrica, quien incluso llegó a detener un penalti lanzado por Pallarés. Solo encajó un gol postrero en lanzamiento de falta de Kuszmann, que vino a sentenciar el empate a uno final.
La desgracia que no cesa
La brecha abierta en el muro de defensa del Tamarguillo no pudo taponarse definitivamente hasta el miércoles 29. Comenzaron a retirarse las aguas, pero quedó constatado el completo caos en el que estaba sumido la ciudad. Y, junto a ello, comenzó el debate (siempre tibio en aquel tiempo, como es lógico) sobre las muchas carencias de una ciudad sin infraestructuras ni planes de futuro.
Al frente de aquel desastre pusieron a un funcionario público del Gobierno Civil, Gregorio Cabeza (un gran bético), quien creó de la nada una Secretaría de Viviendas y Refugios que les facilitó un techo a los miles de damnificados de aquel desastre.
"El hombre providencia" lo llamaron. El héroe ciudadano que recibía a todas las familias y que organizó en tiempo récord 25 refugios de los que se beneficiaron más de 115.000 personas en una ciudad cuyo censo de habitantes no sobrepasaba los 350.000 habitantes.
Al mismo tiempo, surgió la espontánea solidaridad con la ciudad devastada. Muchos se ofrecieron a ayudar y quien lo concretó en mayor medida fue el periodista y locutor radiofónico Bobby Deglané, uno de los personajes más conocidos del país en aquella época.
Desde los micrófonos de Radio España promovió en el mes de diciembre la "Operación Clavel", una campaña de auxilio destinada a los sevillanos que lo habían perdido todo. El valor de lo recaudado superó los diez millones de pesetas, que se materializaron en una caravana de 142 camiones, 150 turismos y 82 motos que transportaron alimentos, enseres y juguetes para las personas afectadas.
La comitiva salió de Madrid el 18 de diciembre y fue acogiendo nuevos donativos en cada una de las localidades por las que pasaba. En Córdoba, esa noche, se celebró una multitudinaria fiesta benéfica presentada por el propio Deglané.
Pero el martes 19 sobrevino de nuevo la tragedia. Toda Sevilla esperaba exultante a la caravana de la "Operación Clavel" y cientos de personas se concentraban en el cruce del Tamarguillo con la autopista de San Pablo. Gente muy humilde de las cercanas barriadas de La Corza y Árbol Gordo.
De pronto, descendió a baja altura una avioneta desde la que se tomaban fotos de la caravana. Chocó con uno de los cables de alta tensión que cruzaban la autopista de San Pablo y se desplomó en picado sobre la muchedumbre provocando una terrible catástrofe. Un infierno en vida que dejó un balance de 24 muertos y casi un centenar de heridos.
A la plantilla del Real Betis esta nueva desgracia le cogió viajando hacia Florencia, donde el jueves 21 debía jugar un partido amistoso contra la Fiorentina. La consternación fue absoluta.
Al frente de la expedición figuraban los directivos Diego Vigueras y Francisco García; el gerente Fernando Moya y el doctor José del Barco, quienes al conocer la noticia remitieron un telegrama a la Federación Andaluza de Fútbol que decía lo siguiente: "Dedicamos a Dios sufragios memoria víctimas. Encuentro mañana con Fiorentina habrá estadio minuto de silencio, saliendo ambos equipos enlutados".
Y, en efecto, así fue. Antes de comenzar el partido se guardó un minuto de silencio en memoria de las víctimas de la tragedia de Sevilla y ambos equipos lucieron brazaletes negros. Sobre la hierba, el Real Betis estuvo extraordinario, imponiéndose claramente por 0-3, con goles de Luis, Senekowitsch y Pallarés.
Pasó la Nochebuena sin Liga y los verdiblancos volvieron a Heliópolis el último día del año para derrotar por 2-1 al Atlético de Madrid. También esa tarde salieron al campo con brazaletes negros y otra vez aplaudió el estadio intentando consolar y consolarse ante tanto dolor. El gol del triunfo lo hizo Luis y el primero de los tantos béticos lo marcó Fernando Ansola, quien al ser preguntado sobre sus deseos para el inmediato 1962 respondió de corazón: "Que cambie la suerte en Sevilla".
Tenía razón. Ya era hora de que cambiara.