HISTORIA | La ambición de Benito Villamarín
Por Manolo Rodríguez
Los partidos internacionales amistosos que se han jugado en suelo verdiblanco en las fechas previas al reinicio de la competición liguera, nos han llevado a recordar lo ocurrido en otro tiempo, sin duda ya muy lejano, cuando no eran comunes este tipo de enfrentamientos y, sobre todo, cuando el Real Betis no se hallaba en disposición de embarcarse en aventuras tan osadas y atractivas.
Pero de esa monotonía competitiva, como de tantas otras cosas, también fue redimido el equipo verdiblanco por su gran presidente Benito Villamarín, el paradigma de la ambición que siempre persiguió el sueño de que el Betis fuera tan grande como su nombre y su historia exigían. Algo que atestiguan con notable elocuencia hechos tan decisivos como el ascenso a Primera División, la celebración de las Bodas de Oro, la compra del estadio de Heliópolis o el debut en los torneos europeos.
Pues bien, además de todo eso, Villamarín fue asimismo fundamental para que el Betis volviera a la escena internacional. Algo que ocurrió en el mes de enero de 1956, cuando apenas llevaba 8 meses en la presidencia, y después de que durante 21 años el equipo bético no hubiera vuelto a medir sus fuerzas con ningún otro club extranjero. En concreto, desde que en 1935 acudiera a Italia a jugar contra la Ambrosiana-Inter poco después de haberse proclamado campeón de Liga, en aquel legendario desplazamiento que más de una vez hemos citado en este cuaderno de historias.
Ya se sabe que, a partir de ese momento glorioso, el Betis padeció las penalidades de la guerra y la postguerra, atravesó el desierto de los campos de polvareda, se mantuvo en pie gracias a la fidelidad de su gente y al emblema del manquepierda y, por fin, volvió a la vida en 1954 con el ascenso a Segunda. Una época oscura en la que no hubo más horizonte que la subsistencia ni otra pretensión que seguir respirando. Así las cosas, era inviable pensar en otros rivales que no fueran el San Álvaro, la Electromecánica, el Larache o el Iliturgi.
Hasta que llegó Benito Villamarín, que, como se sabe, asumió el mando en mayo de 1955. Su primera campaña la afrontó con enorme ilusión y desde el comienzo el equipo se metió en los puestos altos de la tabla, aunque no concluyera con el feliz final que tanto se deseaba. Una escuadra que entrenaba el venerable Pepe Varela y en el que las figuras indiscutidas eran Luis del Sol y Eduardo Sobrado.
Cuando concluía ese año se anunció la gira por España del prestigioso equipo argentino San Lorenzo de Almagro, "el ciclón de Boedo", que ya era leyenda en el fútbol español por su anterior visita a nuestro país una década antes, cuando impresionaron por su calidad y por un concepto del juego que no se conocía en el balompié nacional.
Los argentinos, que también tenían previsto jugar en Inglaterra, Escocia, Francia e Italia, aterrizaron en Barcelona el día de Nochebuena de 1955. El 26 de diciembre derrotaron al Espanyol por 1-3 y al día siguiente se impusieron al Valencia en Mestalla por 2-4. De ahí viajaron a Madrid con la pretensión de enfrentarse al Real Madrid o al Atlético, pero por
distintas razones no pudo ser. Fue entonces cuando los organizadores de la gira comenzaron a buscar un nuevo posible rival que compensara el partido que no habían podido jugar.
Entonces Villamarín dio un paso al frente y empezó a negociar la posible visita del San Lorenzo de Almagro al campo de Heliópolis. Un hecho que sin duda acreditaba el sueño visionario que siempre tuvo el presidente gallego, pero que no dejaba de ser algo insólito, dado que el Betis era un equipo que desde hacía mucho no formaba parte de los clubes de la máxima categoría.
Las conversaciones no fueron fáciles y tanto Benito Villamarín, como su vicepresidente, Francisco de la Cerda, buscaron apoyo en las autoridades de la época, particularmente en el entonces gobernador civil de la provincia, Alfonso Ortí Meléndez- Valdés. Para ello, los dirigentes béticos le ofrecieron al gobernador que el partido contra los argentinos fuera a beneficio del Preventorio Infantil Santa Teresa, institución enclavada en la casa palacio Alpériz de Dos Hermanas, donde se hallaban acogidos niños y niñas que convivían con familiares tuberculosos, y de la que Ortí Meléndez-Valdés era su principal benefactor.
Eso allanó las gestiones al más alto nivel y, por fin, el 7 de enero pudo anunciarse que el San Lorenzo de Almagro se enfrentaría al Real Betis cinco días más tarde en Heliópolis. Antes de esa cita, los platenses ganaron dos partidos más (al Oviedo por 1-4 y al Deportivo de La Coruña por 0-3) y sólo perdieron en Vigo contra un combinado de jugadores del Celta y del Real Madrid en un choque marcado por la polémica.
La tarde que llovió tanto
En medio de una gran expectación los argentinos llegaron a Sevilla el martes 10 de enero tras un largo viaje en autobús desde tierras gallegas. Los recibió el vicepresidente Francisco de la Cerda y a la hora de la cena acudieron al hotel donde se hallaban alojados Benito Villamarín y el entrenador Pepe Valera. Al día siguiente, entrenaron suavemente en el estadio, visitaron el Parque de María Luisa y el barrio de Santa Cruz, y, por la noche la directiva verdiblanca les ofreció una cena de gala.
Los dirigentes del San Lorenzo le sugirieron al Betis la posibilidad de que reforzara su equipo con futbolistas de otros clubes (o incluso con algunos de sus jugadores), pero los responsables béticos se negaron en redondo, arguyendo que el club verdiblanco tenía potencial suficiente en su plantilla para afrontar un compromiso tan exigente.
El dolor fue que el jueves 12 de enero amaneció metido en agua. Como citó el ABC al día siguiente. "La verdad es que el cariz que tomó la tarde no fue el más favorable para que el público acudiera a Heliópolis. Pero lo cierto es que acudió mucha gente, aunque será fuerza reconocer que, de haber sido otras las circunstancias meteorológicas, el estadio municipal hubiera registrado un lleno de los de aúpa".
Coinciden todos los medios en que a ratos llovió con fuerza, que hizo mucho frío y que el terreno de juego estuvo enfangado e impracticable. A las cuatro menos cuarto de la tarde el Betis salió al campo portando la bandera argentina y el San Lorenzo, la española. Fueron interpretados los himnos nacionales por la banda del Regimiento de Soria y antes del inicio del juego saludaron desde el centro del campo un grupo de chicos acogidos en el Preventorio Infantil.
El Betis lució calzonas negras, el equipo argentino su tradicional camiseta azulgrana con pantalón blanco y dirigió el choque el colegiado sevillano, José Ruiz Casasola. A sus órdenes, las alineaciones fueron las siguientes:
Real Betis: González; Portu, Vilariño, Cifuentes (Ledesma); Lora, Jenaro; Armandín, Guerrero, Botella (Villota), Sobrado y Linares (Del Sol).
San Lorenzo: Galelli; Martina (Gutiérrez), Pizarro, Benegas (Cavelo); Resquín (Faina), Saba; Berni, Martínez, Benavidez, Sanfilippo y Jofre (López).
Se adelantó el Betis en la primera parte con un gol de Jenaro, pero en la continuación volcaron el marcador los platenses hasta dejarlo en el 1-3 final. Un resultado no de todo real, según refirió la crónica del diario Marca, donde quedó escrito que: "El Real Betis, aunque vencido, supo tratar de igual a igual al San Lorenzo y con un poco de suerte hubiera dado la campanada. ¡Y eso que pronosticaban los expertos que el partido iba a ser de verbena!
Cuando el duelo se acababa falló un penalti Sobrado y también debe ser dicho que uno de los goleadores argentinos de aquella tarde, el extremo derecho paraguayo Ángel Berni, fichó por el Real Betis en 1959, aunque jugó poco, a pesar de su amistad con Benito Villamarín. Una estrecha relación que lo llevó incluso a entrenar al CD Villamarín, club de Lora del Río, de categoría regional, que era patrocinado por el presidente bético.
En cualquier caso, más allá de lo visto en el terreno de juego, lo trascendente fue la vuelta de los verdiblancos al escenario internacional, midiendo sus fuerzas contra un equipo extranjero de gran nombre. Algo que sólo fue posible gracias a la ambición de Benito Villamarín y a su deseo de que el Real Betis recuperara el sitio perdido durante más de dos décadas.
Este partido contra el San Lorenzo de Almagro en enero de 1956 impresionó y marcó a toda una generación de aficionados béticos. Un acontecimiento impensable del que tienen recuerdo todos aquellos que lo vivieron, como alguna vez me ha referido el periodista sevillano Luis Carlos Peris, entonces un niño, quien, a pesar de su larga y brillante singladura por la memoria de la ciudad, sigue evocando como algo extraordinario aquella lluviosa tarde en que una leyenda del fútbol mundial vino a Heliópolis a enfrentarse a un Betis que ni siquiera estaba en Primera.