HISTORIA | Rogelio y Amancio, septiembre de 1962
Por Manolo Rodríguez
El domingo 16 de septiembre de 1962 hizo calor en Sevilla, aunque bastante menos de lo que había sido común durante toda la semana previa, en la que llegaron a registrarse temperaturas casi achicharrantes que solo mitigó en parte la aparatosa tormenta que descargó sobre la ciudad en la tarde-noche del jueves.
Ese domingo arrancaba la Liga y este nuevo renacer de las ilusiones futbolísticas polarizaba el interés y las conversaciones de los aficionados. Por lo demás, pasaban pocas cosas. Casi ninguna. Todo lo más, se hablaba de la grave cogida sufrida por Antonio Ordóñez en Salamanca o de la asamblea celebrada por el Real Betis la noche anterior en la que se había oficializado el fichaje del brasileño Liert da Silva, un extremo que procedía del Botafogo y que antes de recalar en Heliópolis llegó a probar con el Barcelona.
Se alzaba el telón de la Liga en el Villamarín y el primer rival del campeonato era el Real Madrid, el campeonísimo que un mes antes había traspasado a Luis del Sol a la Juventus de Turín tras haber perdido su primera final de la Copa en Europa en Amsterdam contra el Benfica de Eusebio. Pero su poderío parecía intacto, aunque ya hubiera comenzado el debate sobre la excesiva veteranía de algunos de sus jugadores franquicia. De hecho, venía de golear al Arsenal en Londres por 0-4, desde donde se trasladó a Sevilla con una breve escala de apenas unas horas en la capital de España.
El Betis, por su parte, iniciaba la tercera temporada a las órdenes del entrenador Fernando Daucik y había completado una pretemporada irregular que mayormente se desarrolló en "La ruta futbolística del Norte", según la llamaron los periódicos de la época. Es decir, en tierras tan alejadas del calor sevillano como Pontevedra, León o El Ferrol.
Sólo tres días antes del arranque del torneo, el Betis le dio una satisfacción a su público goleando en Heliópolis por 4-0 a la UD Las Palmas, entonces en Segunda División, y eso acrecentó el valor del partidazo que se venía encima. La víspera del partido los jugadores convocados por Daucik quedaron concentrados en la finca "Los Álamos" de Sanlúcar la Mayor, mientras que el Real Madrid, que llegó en tren en la mañana del sábado, estableció su cuartel general en el céntrico Hotel Colón que lo acogió durante años.
Ese domingo 16 de septiembre de 1962 el Benito Villamarín se llenó "hasta la bandera", como solían definirse los días en que se acababa el papel en las taquillas. A las ocho y media de la tarde se puso el balón en juego, con el Betis vestido de Betis y el Madrid de azul completo, su uniforme más común en las visitas a Heliópolis. Ganaron los del Bernabéu, como anticipaba el pronóstico, pero hoy, pasados los años, está claro que esa no fue la noticia más principal.
No, lo más trascendente de aquella noche fue el debut en la Primera División del fútbol español de dos futbolistas que, cada uno en su medida, alcanzarían la categoría de leyendas, de mitos, de iconos, de dioses de los estadios y del balón. Dos futbolistas formidables cuyos prodigios nos acompañarían en las décadas de los 60 y de los 70 como reflejos de la infancia y la adolescencia que tanto echamos de menos ahora que el tiempo nos alcanza.
Hablamos de Rogelio Sosa en el Real Betis y de Amancio Amaro en el Real Madrid. Dos nombres de culto cuyas dolorosas ausencias provocan una devastadora brecha en los sentimientos. Rogelio nos dejó en marzo de 2019 y la muerte de Amancio la hemos conocido muy recientemente. Y quizá por eso, porque a los humanos no se nos ha concedido el don de la inmortalidad, pero sí la virtud de la memoria, es por lo que recordamos. Por lo que los recordamos a ellos, a los debutantes en aquel septiembre de 1962 cuando todo estaba aún por escribir.
Rogelio fue "La Zurda de Caoba" y Amancio, "El Brujo". Dos apelativos que les hacían justicia. Cuando se estrenaron en Primera, Rogelio tenía 19 años y venía de un par de cesiones breves en el Tomelloso y en la Ponferradina; Amancio, por su parte, había cumplido 22 y ya había sido figura en el Deportivo de la Coruña, justificando su millonario fichaje por parte del Real Madrid. A partir de ese día, Rogelio vistió la camiseta verdiblanca 16 temporadas y Amancio la madridista durante 14 años.
Dos carreras irrepetibles
En la justa proporción de la grandeza de los clubes que defendían, sus carreras fueron tan exitosas como irrepetibles. Amancio completó un formidable palmarés que le permitió ganar 1 Eurocopa de Naciones con la selección española y 1 Copa de Europa, 9 Ligas y 3 Copas de España con el Real Madrid. A su vez, Rogelio se erigió en uno de los grandes mitos del Real Betis a lo largo de la historia. En sus libros están momentos inenarrables como el Carranza del 64, los ascensos decisivos, la I Copa del Rey que levantó en el Calderón en junio del 77 y, junto a todo esto, su carácter de capitán indiscutido, de futbolista genial capaz de escenificar al Betis como nadie lo había hecho antes: siendo en cada ademán como es el Betis mismo, distinto e imprevisible.
A quienes los disfrutamos de niños jamás podrán arrebatarnos la pasión de esos miércoles delante del televisor en los que Amancio driblaba al mundo jugando con la selección o con el Madrid o aquellos domingos en las tribunas del Villamarín, al lado de quienes ya nos faltan, cuando todas nuestras esperanzas infantiles estaban depositadas en ese Rogelio tan capaz, tan dueño de sus actos, que daba órdenes, clavaba faltas desde el borde del área o incendiaba al estadio con aquel regate que llamaron "la tostá".
Rogelio y Amancio siempre se admiraron mutuamente. Algo natural siendo quienes eran. Atravesaron juntos un tiempo, un fútbol, una España, que ya se ha ido y siempre estuvieron en esas alineaciones que en aquellos tiempos recitábamos de memoria. Nueve veces se enfrentaron en partidos de Liga y dos más en partidos de Copa. Obviamente, el balance es manifiestamente favorable al gallego Amancio, que sólo perdió una vez contra el Betis. Un día, por cierto, en el que reinó Rogelio.
Aquello ocurrió el domingo 19 de noviembre de 1972 en el Benito Villamarín, una tarde húmeda cargada de nubes. El Betis se impuso por 2-1, remontando un partido que empezó perdiendo desde muy pronto. Reaccionaron los verdiblancos al gol de Santillana y en el minuto 23 apareció Rogelio con una genialidad que jamás podremos olvidar quienes lo vimos. Había traído la pelota Antonio Benítez por la banda derecha y su pase al borde del área llegó a los pies del coriano. Así lo contó Antonio Valencia al día siguiente en la crónica del diario Marca: "Rogelio, veterano y tranquilo, metió el remate justo y colocado lejos del portero (que probablemente hubiese tenido posibilidades ante un zambombazo heroico) y el Madrid debió sentir lo que Goliat en el momento de notar que la piedra salida de la honda de David se le clavaba en la frente".
Una sutileza para siempre. El balón corrido en el borde del área y Rogelio que amaga con tirar tal como le viene, pero que, en vez de empalmarla con potencia, la golpea medida con el interior de su bota izquierda a la cepa del poste y firma un gol de maestro. Lo que era.
La última vez que Amancio y Rogelio se vieron las caras sobre la hierba fue en marzo de 1975 en Heliópolis y esa mañana quedó cerrado el círculo virtuoso que principió una calurosa noche de septiembre de 1962.
Y desde entonces, sólo nos quedó el consuelo de recordar. Como los recordaremos siempre.