Abril y Mayo de 1966
Por Manolo Rodríguez
En la historia del Betis pocas veces ocurrieron más cosas en menos tiempo que las sucedidas en apenas un mes y medio de la primavera de 1966. Cuarenta y nueve días vertiginosos en los que hubo tiempo para la tristeza y la euforia, para la decepción y los sueños, para que Heliópolis se convirtiera en tierra de leyenda y para que las generaciones venideras pudieran seguir fabulando con las extraordinarias, y casi siempre inexplicables, “cosas del Betis”.
En esos meses de abril y mayo de 1966 el Betis sufrió un descenso a Segunda División, traspasó a su mejor goleador, jugó uno de los partidos más largos de la historia, eliminó de la Copa al campeón de Europa, dimitió un presidente y estrenó otro, despidió en el Villamarín a dos de los futbolistas más grandes de todos los tiempos y anduvo cerca de jugar una final nacional. Toda una vida entre la Semana Santa y el Rocío.
Precisamente el Domingo de Ramos se inicia esta secuencia apasionante de acontecimientos. El Betis viaja a Málaga en el último partido del campeonato de liga. Arranca la jornada como colista, pero un triunfo en La Rosaleda lo puede salvar incluso de la promoción. Su entrenador, Ernesto Pons, es optimista en las vísperas, ya que el Málaga se halla en el mismo trance. Se anuncia un encuentro de nervios, a vida o muerte.
El Betis viste con camiseta verde, calzón blanco y medias a rayas y sale con Vega; Aparicio, Rios, Grau; Montaner, Antón; De la Fuente, Pallarés, Ansola, Quino y Zacarizo. Las ausencias más significativas son las de Rogelio y Enrique Mateos.
A los 21 minutos abre el marcador Ansola y, a partir de ahí, el partido se va parando. No pasa casi nada. Muchos nervios en los locales y la sensación general de que la salvación está al alcance de la mano. Incluso el estadio comienza a vaciarse conforme se acerca el final. Pero el descuento se hace extrañamenteeterno y en el minuto 93 el Málaga iguala la contienda en un flagrante fuera de juego del centro delantero malacitano Pepillo, quien inicia la jugada que acaba llevando a la red Otiñano.
El colegiado José Plaza da validez al tanto y los jugadores béticos se enfadan muchísimo. En particular, el capitán Eusebio Ríos, que llega a coger al árbitro por el cuello. Pero el mal ya está hecho y el Betis se va a Segunda tras ocho años de estancia ininterrumpida en la máxima categoría. De vuelta a Sevilla, algunos jugadores acuden a ver la entrada de La Amargura. El mejor símbolo de tan triste jornada.
La crisis directiva y el traspaso de Ansola
El Lunes Santo amanece entre pesares desconocidos. El presidente transitorio, Avelino Villamarín, al frente del club desde que en diciembre del 65 dimitiera por razones de salud su hermano Benito Villamarín, pone el dedo en la llaga y revela que el Betis sólo cuenta con 6.362 socios. Y que así es muy difícil mantenerse en Primera. Anuncia su marcha y les pide ayuda a los béticos con mayor poder económico para poder afrontar la grave situación económica que vive la entidad.
Por ello, no sorprende que al día siguiente, martes 5 de abril, se haga oficial el traspaso al Valencia del goleador verdiblanco Fernando Ansola. El jugador acude a Mestalla acompañado del secretario técnico Pepe Valera y estampa su firma como nuevo jugador valencianista. El Betis percibe cuatro millones de pesetas y así puede mitigar el déficit de la campaña y algunos pagos acuciantes que se vienen encima.
Ansola se marcha inmediatamente y de hecho ya disputa el torneo de Copa con su nueva camiseta. Debuta en Langreo y permanecerá en Valencia hasta la campaña 70-71. Atrás quedan las cinco magníficas temporadas vividas en el Betis, donde llegó a alcanzar la internacionalidad.
El último partido de Di Stéfano
Acabada la liga, sin solución de continuidad se asoma la Copa. Una buena manera de buscar nuevos horizontes. En dieciseisavos de final le toca el Real Oviedo, entonces en Segunda División y que durante gran parte de esa temporada ha sido entrenado por Francisco Antúnez Espada, aquel jugador que le diera nombre al sonoro caso que enfrentó al Betis y al Sevilla en la mitad de los años cuarenta.
La ida se juega en el Tartiere y ganan los asturianos por 1-0. La vuelta es en Heliópolis el domingo de preferia a las cinco y media de la tarde. El Betis se impone sin miramientos por 4-0. Dos tantos de Quino y uno, respectivamente, de Antón y Landa. El mejor es Rogelio, que ya ha cumplido los dos partidos de sanción que le impidieron acabar la liga en Málaga y jugar en Oviedo.
Al día siguiente, en Madrid, se sortean los octavos de final. Le corresponde el Español, el equipo 'millonario', como lo llamaban en aquella época, por sus costeados fichajes. Allí está Di Stéfano y acaba de anunciar la contratación de Marcial Pina, una joya procedente del Elche que se han disputado los clubes más grandes y que debutará precisamente en Heliópolis.
Los 'pericos', sin embargo, no han terminado bien la temporada. Y quieren resarcirse en la Copa. Primero se juega en Sarriá, donde se imponen los blanquiazules por 2-1. Di Stéfano marca el gol del triunfo y con el Español se alinea un joven defensa llamado Jaime Sabaté, que con el correr de los años encontrará la gloria en el Real Betis al formar parte del equipo campeón de 1977. Frasco anota el tanto bético.
Entre semana, Quino y Antón juegan con la selección de aficionados en Málaga contra Italia. Son los mejores. Gana España por 3-0, con una excelente escuadra en la que también forman, entre otros, el portero Deusto y los delanteros Rexach y Pujol. Todos ellos futbolistas importantes en el futuro.
La vuelta contra el Español se disputa el 1 de mayo. A las cinco de la tarde. Enorme calor y media entrada. El Betis cuaja un partido imponente y gana por 4-0. Se agotan los elogios en la prensa local. Quino marca dos goles y Landa y Rogelio completan la goleada. La vida se ve ya de otra manera.
Pero el partido lo convierte en historia Alfredo Di Stéfano, el más grande entre los grandes conocidos, que esa tarde jugó en el Villamarín su último encuentro oficial como futbolista. Saltó al campo con la camiseta azul de su equipo, llevando a la espalda el dorsal número 6. Estaba a dos meses de cumplir cuarenta años y cada vez eran más intensos sus dolores de espalda. En el campo, actuando como medio organizador, se ve las caras con Quino, quien aún recuerda con emoción la cercanía del gran ídolo. Una experiencia única, que aún se agigantará años más tarde cuando el propio Di Stéfano, siendo entrenador del Valencia, le confiese que lo ha fichado para el club de Mestalla porque todavía recuerda aquel partidazo de Copa.
El adiós de Ferenc Puskas
El Betis se mete en los cuartos de final de Copa y el fútbol español empieza a mirar con expectación a aquel equipo de canteranos a los que dirige Ernesto Pons, un entrenador que, sobre todo, se distingue por ser un gran preparador físico. Un teórico que venía del mundo del atletismo, donde había ostentado el récord de salto de altura desde 1944 a 1958. Llegó al club como ayudante físico de Fernando Daucik y con el paso de las temporadas se convirtió en un hombre de la casa, que ya iba por la tercera vez que se veía en la obligación de hacerse cargo del equipo a final de temporada.
Esa gran base física será fundamental en lo que viene. Y lo que viene es el Real Madrid, aun cuando habrán de pasar cuarenta y ocho horas desde el momento del sorteo para que se haga realidad. El bombo determina que el rival verdiblanco en los cuartos (jugándose la ida en Heliópolis y la vuelta fuera) sea el vencedor de la eliminatoria Málaga-Real Madrid, que se han visto abocados a un partido de desempate tras sendos empates a uno. El tercer encuentro se juega en Valencia el 4 de mayo y gana el Madrid por 2-0. Otro reto.
Un reto que, además, trae aparejada una enorme polémica, ya que el Real Madrid ha de disputar el 11 de mayo la final de la Copa de Europa en Bruselas contra el Partizán de Belgrado. Por ello, desde el Bernabéu le solicitan al Betis el cambio de orden de los partidos. O sea, que primero se juegue en el Bernabéu. Pero el Betis se niega. Después solicitan que el encuentro se dispute el sábado por la noche y no el domingo. Petición que también rechaza la directiva bética arguyendo que la taquilla sería mayor en la tarde dominical.
Por ello, la prensa de Madrid inicia una dura campaña contra el Betis (en particular el diario Pueblo) acusándolo de perjudicar al fútbol español por poner en riesgo que el Madrid gane la Copa de Europa. Una cantinela que durará hasta el fin de semana.
Ante la situación planteada, el Real Madrid decide enviar a Sevilla a los suplentes. Incluso al entrenador suplente. Miguel Muñoz y sus mejores jugadores vuelan a Bruselas el mismo domingo, mientras que en el hotel Colón quedan concentrados los menos habituales a las órdenes de Moleiro, el segundo de Muñoz.
A las seis de la tarde del domingo 8 de mayo comienza a rodar el balón a las órdenes del colegido vizcaíno Ortíz de Mendíbil. El Betis presenta una alineación que ya empieza a recitarse de carrerilla. Esa que integran: Vega; Aparicio, Ríos, Antón; Frasco, Azcárate; Girón, Quino, Landa, Dioni y Rogelio.
El Madrid, por su parte, forma con: Betancort; Calpe, Santamaría, Casado; Tejada, Miera; García Ramos, Félix Ruiz, Jaime Blanco, Puskas y Bueno.
Los contendientes y el trío arbitral lucen brazaletes negros por la muerte del hijo mayor del jugador sevillista Marcelo Campana, acaecida aquella misma mañana.
El partido sale eléctrico y a los diez minutos ya se han marcado dos goles. Abre el tanteo Rogelio y empata Jaime Blanco. Antes del descanso, Rogelio adelanta de nuevo al Betis y Manolín Bueno restablece la igualada.
En la reanudación, manda el Betis. Quino obtiene el 3-2 en una jugada brillantísima y Rogelio falla en el minuto 68 un penalti que hubiera ampliadola ventaja.
Pero como ocurriera una semana antes, el partido lo convierte en historia otro nombre de leyenda. Esta vez el de Ferenc Puskas, uno de los más prodigiosos goleadores de todos los tiempos, quien, como Alfredo Di Stéfano, juega en el Villamarín su último encuentro oficial como futbolista. Otro mito que despedía su carrera en el vestuario del Villamarín, luciendo la camiseta número 10 que lo había erigido en un dios del fútbol.
El partido más largo
Tres días después de aquello el Real Madrid gana su sexta Copa de Europa en Bruselas. En el Betis, mientras tanto, se despeja el panorama directivo. Andrés Gaviño, un eminente pediatra que había sido íntimo colaborador de Benito Villamarín, y que en actualidad ostentaba la vicepresidencia de la entidad, decide dar el paso adelante y se postula como presidente del club tras recibir el apoyo de otros destacados béticos como José María Domenech, Julio de la Puerta, Adolfo Cuéllar Contreras, Guillermo Gómez Zarranz, Antonio Rocha Alarcón, José Martínez, Ramón Bordas, Juan Petralanda o Ramón Rodríguez Del Valle.
Se convoca una Asamblea General Extraordinaria para el 17 de mayo y en calidad de presidente 'in pectore' viaja Andrés Gaviño el domingo 15, día de San Isidro, al partido de vuelta en el Bernabéu. En avión, como lo hace el equipo.
Como es natural, los prolegómenos están marcados por la fiesta del madridismo, que celebra la gran conquista continental. Desfilan las peñas y los jugadores blancos saltan al campo con la copa recién ganada. El Betis hace pasillo a los campeones y el capitán Eusebio Ríos le entrega un ramo de flores a su homólogo Gento.
Arbitra Gómez Arribas y el Betis repite equipo, el que ya se sabe todo el mundo. En el Madrid, por su parte, juegan Araquistáin; Pachín, De Felipe,Miera; Pirri, Zoco; Serena, Félix Ruiz, Jaime Blanco, Velázquez y Gento. Ocho de los triunfadores de Bruselas. Sólo faltan Sanchís, Amancio y Grosso.
En Sevilla los béticos oyen la retransmisión radiofónica del recordado periodista Vicente Brúa través de 'La Voz del Guadalquivir'. Así conocen que el Madrid hace el 1-0 en el primer tiempo. Falta lanzada por Gento a la que Vega llega tarde. Con la eliminatoria empatada acaban los 90 minutos. Se inicia la prórroga y enseguida marca el Madrid el segundo gol. Jugada de Gento y remate de Pirri.
Parece el golpe definitivo, pero a dos minutos del final Landa hace el 2-1. La eliminatoria vuelve a estar igualada, ya que por entonces no rige el valor doble de los goles conseguidos en campo contrario. Concluye la prórroga y, como tampoco están todavía en vigor las tandas de penaltis, que aún tardarán cuatro años en llegar, hay que seguir jugando. Decía el reglamento que mientras que se mantuviera la igualdad habrían de disputarse prórrogas sucesivas de diez minutos hasta que alguien hiciera un gol.
La primera acaba sin que se mueva el marcador. Van ya 130 minutos de pelea. Cambio de campo y nueva prórroga sin que pase nada. Sólo la injusta expulsión de Frasco por alejar el balón cuando el Madrid iba a lanzar un córner. 140 minutos y un futbolista menos. Cambio de campo y tercera prórroga. El esfuerzo es descomunal, épico, superlativo. El Betis resiste y cuando apenas falta un minuto para que se cumplan los diez, Jesús Landa (erigido en digno sucesor del traspasado Fernando Ansola) recibe un pase de Antón, supera a De Felipe y bate a media altura a Araquistáin en su salida. Como un poseso, Rogelio se mete en las redes para cantar el gol.
Después de 149 minutos, el Betis recién descendido ha eliminado al campeón de Europa en uno de los partidos más largos de la historia.
El ambiente en el vestuario del Bernabéu es indescriptible. Pura euforia y extenuación. Entonces entra en la caseta Andrés Gaviño, quien tras pedir silencio saca un talonario de cheques donde consigna la cantidad de la prima. Los jugadores le cantan “que ponga otro cero…” El dirigente le entrega al capitán Ríos un talón para la plantilla por importe de 250.000 pesetas. Poco después, el entrenador Ernesto Pons lee a los jugadores un telegrama remitidopor el Gobernador Civil de Sevilla, José Utrera Molina, en el que este les envía “la más cálida y entusiasta felicitación por tan singular hazaña deportiva”.
El todo y la nada
En la semifinal espera el Athletic Club de Bilbao. El más copero de todos los rivales. Y con el agravante de que la ida en San Mamés llega enseguida, el jueves 19 de mayo, fiesta de la Ascensión, apenas cuatro días más después de la lucha titánica en Madrid.
Antes, el martes 17, el cuerpo social del Real Betis elige a Andrés Gaviño como nuevo presidente. Por aclamación y con el júbilo propio del momento que se vive. Aun así, Juan Petralanda, directivo encargado de la parcela económica, reconoce que la deuda del club roza los trece millones de pesetas.
El partido de Bilbao acaba con el papel y crea una enorme expectación. Tanta, que hasta lo retransmite en directo Televisión Española a las siete y media de la tarde, justo cuando está concluyendo en la Maestranza la memorable corrida en la que Curro Romero le corta ocho orejas a los toros de Urquijo.
El Betis sale en San Mamés con la sensible baja de Eusebio Ríos. Lo suple Quico Grau. Los demás son los de siempre, incluido Frasco al que no han suspendido por su expulsión en el Bernabéu.
Muy pronto marca Rogelio con un imponente disparo desde fuera del área que supera a Iribar. Después aguanta el marcador y se asoma con peligro a la contra. Lástima que faltando menos de un cuarto de hora le pitaran un penalti que no fue. Lo transforma Koldo Aguirre.
Pero el 1-1 final parece un resultado extraordinario de cara a la vuelta. Un partido que se juega en tres días y que llega, y se va, como en un sueño. El sueño de algo que no pudo ser. Porque esa tarde del 22 de mayo el Betis se cae en lo más llano. Cuando más cerca estaba, como ya había pasado tantas veces. El Athletic lo arrasa con un apabullante 1-4 y siempre quedó la impresión de que fue más por deméritos propios que por aciertos ajenos.
Ahí acabaron esos cuarenta y nueve días de la primavera de 1966. Los que comenzaron con el dolor de un descenso y rozaron la gloria en la Copa. Los que hicieron desfilar por Heliópolis, todas juntas, esas complejas y contradictorias sensaciones que tanto han marcado a los béticos a lo largo de los tiempos.