Con la Tribuna de Fondo vacía y ausente
Por Manolo Rodríguez
En mayo de 1980 el Betis le ganó al Valencia el último partido de la temporada. Fue en Heliópolis y el encuentro supuso la guinda a una segunda vuelta prodigiosa. Diecisiete semanas de ensueño en las que los verdiblancos pasaron de ser antepenúltimos a acabar quintos en la tabla, incluso con expectativas de volver a Europa.
Pero a pesar de tan abrumadores registros, el partido pasó a la posteridad porque se disputó con la Tribuna de Fondo vacía, desnuda, sin alientos y sin gritos, sin un alma. Una estampa insólita que desde entonces forma parte del imaginario de los béticos y a la que le seguirían otros momentos históricos que acabaron cambiando el perfil de Heliópolis.
Aquel Betis-Valencia se jugó el domingo 18 de mayo. A las seis de la tarde, con muchísimo calor. Estaba decidido que en cuanto concluyera la campaña el estadio sería remodelado para acoger el Mundial-82 y, por ello, las tribunas de fondo y preferencia esperaban ser derribadas en las semanas siguientes.
Esta fue la razón de que no se abriera al público la grada de Fondo, donde ya se habían acometido las obras de demolición interior, a fin de colocar las cargas que la hicieran volar el 6 de junio. Una operación compleja que obligó a una distribución de los socios por otras zonas del campo. Algo que se hizo con orden y sin traumas.
Mayormente, porque todo era euforia en aquellos días. Los últimos cuatro meses habían sido imponentes. De triunfo en triunfo y de espectáculo en espectáculo. Extraordinario. Al Betis lo entrenaba Luis Carriega y bajo su mando el equipo era otro, a pesar de que los inicios no fueron fáciles.
El técnico gallego había llegado en la tercera jornada del campeonato sustituyendo a León Lasa y se encontró un equipo bajo mínimos. Le costó equilibrarlo y, junto a ello, vivió en el sinvivir de su pasado sevillista, club en que había trabajado los tres últimos años.
Pero llegada la segunda vuelta explotó aquel Betis en el que aún reinaba la generación del 77, con el añadido prodigioso del joven Gordillo y del goleador Morán. Empezó a ganar y no hubo quien lo parara. En Heliópolis no cedió ni un solo punto y, además, se entretuvo en ganarle al Barcelona y en meterle cuatro goles al Sevilla.
Lejos de casa empató en el campo de los dos máximos aspirantes al título (Real Sociedad y Real Madrid) y en la Copa sólo dobló la rodilla después de un arbitraje calamitoso del polémico Guruceta en una eliminatoria ante los del Bernabéu.
A falta de una jornada para el final el Betis aspiraba a ser quinto, una posición que hacía concebir esperanzas de entrar en la UEFA, ya que el Sporting de Gijón (tercer clasificado) tenía por delante una eliminatoria de Copa que parecía encarrilada ante el Castilla, filial madridista que militaba en Segunda División.
Todas estas razones hicieron que los béticos acudieran en masa. Eso sí, con la Tribuna de Fondo vacía. Enfrente estaría el Valencia, entrenado por Alfredo di Stéfano, que venía de obtener uno de sus mayores éxitos contemporáneos, ya que esa misma semana se había proclamado campeón de la Recopa al derrotar a los penaltis al Arsenal inglés en Bruselas.
Los valencianistas saltaron al campo con camiseta blanca y calzón azul y los jugadores del Betis les hicieron pasillo entre el aplauso generoso de los aficionados. Después, los once titulares fueron por Luis Carriega al banquillo y lo incluyeron en la foto del equipo. Una muestra de agradecimiento al entrenador que los había llevado al éxito, quien en aquellas fechas andaba dudando sobre la renovación que le había ofrecido el club. Una continuidad que acabó aceptando para completar al año siguiente otra excelente campaña.
Arbitró el partido el colegiado castellano Mayoral Cedenillas y las alineaciones fueron las siguientes:
Real Betis: Esnaola; Bizcocho, Biosca, Peruena, Gordillo; López, Ortega, Cardeñosa (Alabanda, m.79); Morán, Hugo Cabezas (Vital, m.63) y Benítez.
Valencia CF: Pereira; Sol, Tendillo, Arias, Palmer; Higinio (Albiol, m, 70) Bonhoff, Castellanos, Saura (Vilarlodá, m.70); Giménez y Kempes.
Antes del inicio se guarda un minuto de silencio por el fallecimiento del conocido informador radiofónico Aurelio de la Viesca (quien en tiempos de Villamarín le pusiera imagen y voz al documental del ascenso de 1958) y enseguida comienza a rodar el balón.
Y ahí, sobre la hierba, el Betis sigue fiel a las señas de identidad que le son propias. Se come al Valencia y a los 24 minutos abre el marcador con un gol de Gordillo, sin duda, el mejor sobre el campo.
En la continuación, el recital es aún más elocuente. Llegan dos nuevos goles de Enrique Morán, quien incluso falla un penalti que todavía hubiera hecho más llamativo el tanteo. De cualquier modo, el asturiano deja firmados catorce goles esa temporada. Una cifra que justifica con creces los 34 millones de pesetas que había pagado la directiva de Juan Mauduit por su traspaso.
El partido acaba con un paradón descomunal de Esnaola a tiro de Kempes y con los últimos minutos que disputa Sebastián Alabanda como futbolista del Betis, algo que, obviamente, aún no se conoce entonces.
Al final, 3-0 y satisfacción general que lleva a los jugadores al centro del campo, donde intercambian aplausos con la afición en medio de un ambiente francamente emotivo.
La única decepción llegó cuarenta y ocho horas más tarde cuando el Castilla, contra todo pronóstico, eliminó al Sporting en las semifinales de Copa. Adiós a Europa, con el consiguiente perjuicio para la plantilla, que hubiera doblado sus primas de haber conseguido la clasificación para la UEFA.
Pero nada podía empequeñecer aquella gran campaña con tantas satisfacciones. La que remató con la insólita estampa de la Tribuna de Fondo vacía y ausente. Una vieja gradona que sería un recuerdo veinte días más tarde.