Felipe del Valle, el preparador físico que inició el camino
Por Manolo Rodríguez
En el tramo final de los años 70 empezó a ponerse de moda la preparación física en el fútbol español. Algo que patrocinaba como una nueva religión el puñado de animosos profesores que se habían formado en la Escuela Superior de Educación y en el INEF de Madrid. Gente joven, moderna, inquieta, que bebía en las fuentes de los entrenadores yugoslavos que lideraba Miljan Miljanic en el Real Madrid y que había conocido de primera mano el trabajo de algunos prestigiosos preparadores físicos del país balcánico como Felix Radisic, Miroslav Vorgic o Luka Malejov.
En el Betis no se conoció esta novedad hasta el verano del 77, aunque quizá pudiera encontrarse un precedente cierto en la década de los sesenta cuando lo dirigió en varias ocasiones Ernesto Pons, un técnico que llegó a Heliópolis como asistente físico de Fernando Daucik (materia en la que había sido un precursor y un experto) y que venía del mundo del atletismo, donde había ostentado el récord nacional de salto de altura durante 14 años.
Es cierto también que a Szusza lo ayudó mucho en sus inicios un compatriota húngaro llamado Ferenc Locsei, que también hacía las veces de traductor, pero la cosa no fue más allá en los años siguientes. Y, por supuesto, nadie recordaba ya que Míster Patricio O'Connell, el mítico campeón de la liga del 35, fue uno de los pioneros en los ejercicios atléticos y en la revelación de que el fútbol no sólo necesitaba la pelota.
Empujado por esa corriente, el Betis que presidía Pepe Núñez incorporó al staff técnico como preparador físico al joven Felipe del Valle, de 31 años de edad, y que ya hacía cinco que se había diplomado en el INEF. Deportista multidisciplinar, practicó el rugby, llegó a internacional como remero, y en ese momento ya contaba con el carnet de entrenador nacional en ambas especialidades y con el primer curso de preparador de atletismo.
A Felipe del Valle lo avalaba el trabajo de recuperación que había realizado un año antes con Rogelio y Alabanda, quienes le hablaron maravillas a José María de la Concha (entonces secretario técnico) y al presidente. Su trato exquisito y sus apabullantes conocimientos hicieron el resto. Por ello, fue bien acogido en el vestuario, que, no se olvide, era el de los campeones de Copa. Y con ellos voló a la localidad vizcaína de Durango el 30 de julio de 1977.
Esa pretemporada la hizo el Betis a 900 km de Sevilla. En los dominios de Rafael Iriondo, o quizá por eso. El entrenador bético despertaba la admiración en aquella zona y era todo un personaje en la localidad. Lo saludaban por la calle como a un viejo conocido y, lo que es más trascendente, sólo la invocación de su nombre abría todas las puertas que fueran precisas. Nadie le decía que no a nada.
De cualquier modo, la concentración vizcaína fue modesta, posiblemente como era norma en aquellos tiempos todavía ingenuos. Sirva el ejemplo de que la plantilla se alojó en un hostal de carretera (el “San Blas”), que llegado el mes de agosto cerró el restaurante por vacaciones, obligando a la expedición a tener que ir a comer cada día a un bar del pueblo llamado “Taberna Sarria”.
Alguna noche, Iriondo fue a dormir a su casa de Bilbao y también a veces se trasladaba en su propio coche particular al lugar donde entrenaban. Un Simca 1200 matrícula de Bilbao, que siempre iba por delante del autobús del equipo.
Así viajaron el primer día hasta el frontón “Eskurdy Jay Alai”, en pleno centro de Durango. Una vez allí los jugadores fueron acercándose por parejas a una pequeña consulta improvisada en el vestuario en la que se les realizaron diversas pruebas físicas y una exploración médica de urgencia. Se les midió la capacidad pulmonar, se les controlaron las pulsaciones y se calibró su capacidad de reacción tras el esfuerzo. Terminado el reconocimiento hicieron algunas flexiones y abdominales. Eso fue todo.
En otra ocasión, el entrenador los llevó a correr por los Montes del Duranguesado. Un viaje terrorífico que todavía recuerdan quienes lo vivieron. Carretera empinada y decenas de curvas que terminaban en un picacho entre nubes. Algunos, aterrorizados, decidieron bajar a pie. Otros, sin embargo, se defendieron con humor del miedo a las cumbres. Y uno de ellos dijo: “hoy, por primera vez en mi vida, le he visto el lomo a los pájaros”. Tan altos estaban.
Felipe del Valle se erigió esa pretemporada vasca en el primer preparador físico especializado que conocía el Betis. Pero de vuelta a Sevilla, y con el paso de los meses, su trabajo fue perdiendo fuerza. No se le tuvo en cuenta y todo lo acaparó Iriondo en aquella malhadada campaña en la que los verdiblancos terminaron perdiendo la categoría.
Al año siguiente, y mientras que García Traid estuvo al frente del equipo, le dieron su sitio. Después, cambió todo con la llegada al banquillo de León Lasa. Por eso, no sorprendió que al inicio de la temporada 1979-80 anunciara su marcha. Acudió a la presentación de la plantilla, pero ni siquiera pisó la hierba. Lasa era de otra manera de pensar y así lo dejó dicho con absoluta sinceridad en aquellos días. Declaró que “en el fútbol no se trata de batir récords, sino de marcar goles, y, a veces, estos se pueden marcar andando. Hay que pensar en jugar el domingo y no en matar a la gente a base de palizas todos los días de la semana y, algunas veces, hasta olvidando el domingo”.
Felipe del Valle dejó el Betis, pero no tardó en encontrar otros brillantes retos profesionales, tal como dictaba su competente currículo profesional. Una década más tarde fue nombrado Jefe del Área de Deportes de la Expo-92 y todos le reconocieron que hubiera sido el alma mater del Cross de Itálica y del Gran Premio de Atletismo, así como el hombre clave en la construcción del campo de regatas de la Cartuja.
A finales de 1990 tenía el sueño de que los dos mejores velocistas de aquel tiempo, Carl Lewis y Ben Johnson, pudieran enfrentarse en Sevilla en una carrera que no se veía desde la Olimpiada de Seúl. Pero entonces sobrevino la tragedia. El 9 de diciembre un accidente de circulación segó su vida cuando viajaba en compañía de su esposa, Laura Pascual (una de las grandes pioneras del baloncesto femenino en Sevilla), y de sus dos hijos.
Su entierro fue una impresionante manifestación de duelo del deporte sevillano. Se iba el atleta ejemplar que inauguró la preparación física profesionalizada en el Real Betis y que sembró una simiente que ya no tendría vuelta atrás. Quizá le tocó vivir el tiempo más complejo, por la incomprensión que aún despertaba esta disciplina en los viejos hombres de fútbol, pero el camino estaba trazado.
En 1980 tomó su relevo en Heliópolis un joven cordobés llamado Diego Soto, que ya pudo participar de esa época en que la preparación física empezaba a tecnificarse y adquiría una enorme influencia en el trabajo del futbolista profesional.
Diego Soto es otro nombre capital en el relato contemporáneo del Real Betis. Permaneció doce temporadas vinculado a la entidad y con el paso de los años su figura fue cobrando importancia en la caseta hasta el punto de llegar a oficiar en diversas ocasiones como segundo entrenador accidental y de erigirse en orientador de muchos de los jóvenes que hacían sus primeras armas en el equipo verdiblanco.
Conoció a tres presidentes y estuvo a las órdenes de 17 entrenadores que siempre hablaron bien de él. Se fue del club en 1992 sin un reproche ni una mala palabra. Sólo muchos años después se permitió expresar que a él lo echó Lopera y que jamás volvería al Betis mientras que éste se hallara al frente del club.
Tras abandonar la disciplina verdiblanca desarrolló una brillantísima carrera en el mundo del baloncesto. Durante trece temporadas, en dos etapas, fue preparador físico del Caja San Fernando (posteriormente Cajasol), y en 1993 se incorporó a la selección española de este deporte con la que acudió a dos Juegos Olímpicos y participó de manera exitosa en varios Campeonatos de Europa y del Mundo.
A Diego Soto lo reemplazó Pepe Lorente (otro nombre superlativo del deporte hispalense) antes de que llegara ese nuevo hábito de que cada entrenador trajera a su preparador físico como natural prolongación del cuerpo técnico.
Pero para el recuerdo quedará siempre que el primero con carta de naturaleza fue Felipe del Valle Perea, aquel joven de 31 años que viajó con los campeones de Copa a la singular pretemporada de Durango.
PIES DE FOTOS
02. Felipe del Valle trabaja con los jugadores verdiblancos en el frontón de Durango. Su primera sesión preparatoria.
03 y 04. Recortes de prensa de la época en los que se da cuenta de la estancia verdiblanca en tierras vizcaínas.
05. La plantilla verdiblanca posa en el campo de la Firestone, en Yurre, donde realizaba los ejercicios con balón.
06. Diego Soto, el preparador que tomó el relevo de Felipe del Valle en la década de los 80, dirige los ejercicios físicos que realiza Hipólito Rincón.