HISTORIA | 45 años del nacimiento de una leyenda
Por Manolo Rodríguez
La última semana del mes de enero de 1977 fue trágica y decisiva en la vida de España. Unos días que hicieron crujir las columnas del templo y en los que, quizá como nunca, estuvo amenazado y en riesgo el proceso histórico que hoy conocemos como la Transición. Esa operación política, aún frágil, que intentaba otorgarle al país un futuro democrático tras 40 años de dictadura.
A tan delicada situación se llegó por la suma de varios episodios cargados de violencia y sangre. De una parte, los secuestros del presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol, y del general Emilio Villaescusa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, dos personalidades que venían del franquismo y cuyos raptos amenazaban con provocar acciones de fuerza impulsadas por los sectores políticos y militares más reacios a la apertura democrática.
Y de otra, los asesinatos de los abogados laboralistas de la madrileña calle de Atocha, militantes del Partido Comunista, así como las muertes de los estudiantes Arturo Ruiz y María Luz Nájera a manos de la ultraderecha y de la policía antidisturbios, respectivamente. Unos hechos que, a su vez, hacían temer la ira de las fuerzas de izquierdas y que las calles pudieran verse desbordadas de nuevo con enfrentamientos radicales.
Acosada por la incertidumbre, España contuvo la respiración esa semana en la que pudo haberse interrumpido lo que era el deseo mayoritario de la ciudadanía: "Vivir su vida sin más mentiras y en paz", como cantaba el grupo Jarcha en una de las estrofas de su canción "Libertad sin ira", convertida entonces en un auténtico himno de la Transición.
Pero fue precisamente en aquellos días tan tensos y dramáticos cuando el Real Betis amaneció a uno de los acontecimientos más trascendentales de su historia moderna: la primera aparición con la camiseta verdiblanca de Rafael Gordillo, un joven al que le faltaba un mes para cumplir 20 años y que con el paso del tiempo se convertiría en su mejor futbolista, en el mayor orgullo de la afición, en el icono más reconocible de la entidad y en el paradigma de todos los valores que deben inspirar el servicio y la fidelidad a la causa bética.
Un nombre para siempre que incluso tuvo la valentía de protagonizar un gesto de generosidad infinita cuando en diciembre de 2010 aceptó hacerse cargo de la presidencia del club en medio de una arriesgada y controvertida situación institucional.
Hijo de futbolista, Rafael Gordillo fue, desde los inicios, un producto de la cantera del Betis. Un chiquillo que llegó al equipo infantil de la mano de Rafael Cruz (el eterno delegado del equipo filial) y que se hizo jugador y persona vistiendo los colores verdiblancos. Algo que él mismo ha reconocido al confesar que: "El Betis ha sido siempre mi segunda casa".
Se estrenó una mañana de 1971 en el campo del Camas y, como es lógico, deslumbró enseguida. Era muy feliz con las 50 pesetas, el bocadillo y la Coca Cola que le daban los días de partido, aunque a medida que fue subiendo escalones se hizo evidente que necesitaba muscularse y ganar peso.
Persiguiendo ese objetivo lo mandaron a Constantina un mes antes de debutar en el filial y allí, en la sierra, con sus compañeros Toboso y Niza, se comieron todo el jamón que tenían atrasado. Ganó en presencia, mantuvo su fútbol, y en el Betis Deportivo empezó a ser conocido por su espíritu indomable y por sus galopadas por la banda izquierda.
Eso le dio un nombre y muy pronto comenzó a entrenar a las órdenes de Ferenc Szusza. En febrero de 1976 jugó un rato contra la selección de Polonia y un mes más tarde el entrenador húngaro lo citó para un partido contra el Athletic de Bilbao en Heliópolis. Pero no salió del banquillo.
Pasado el verano, formó parte de la plantilla que acudió al Trofeo Ciudad de Sevilla, donde compartió habitación con el paraguayo Celso Mendieta, y aunque soñó con una oportunidad tampoco tuvo ni un minuto. Siguió jugando en el filial y sufrió un duro revés, como todo el resto de canteranos (Alex, Pozo, Ocaña, Arana), cuando Rafael Iriondo llegó al banquillo verdiblanco. El técnico vasco quería una plantilla más corta y les dijo que no volvieran a entrenar con el primer equipo.
La hora de la verdad
Así estuvieron las cosas hasta finales del mes de enero de 1977. El domingo 23 hizo dos goles con el filial en un partido contra el Valdepeñas y a mediados de semana su entrenador Esteban Areta le dijo que Rafael Iriondo lo había reclamado para que se incorporara a los entrenamientos de la plantilla verdiblanca.
En esos días en que se tambaleaba la democracia en España, el Betis sufría una inmisericorde plaga de lesiones. Hacían falta refuerzos y para eso llegó aquel joven extremo al que semanas antes en Almería ya había probado Esteban Areta como lateral, según petición expresa del propio Iriondo.
El equipo verdiblanco recibía al Burgos y ya el día anterior publicaron los periódicos que si Cardeñosa no estaba en condiciones de actuar sería reemplazado por Gordillo. La misma mañana del partido, el propio Iriondo, en declaraciones al diario MARCA, confesaba que: "Gordillo ha demostrado poseer condiciones para llegar lejos en el fútbol y si no fuese zurdo su oportunidad estaría mucho más próxima, ya que nuestro problema es la inflación de jugadores zurdos que tenemos en la plantilla".
Cardeñosa jugó y, de salida, Gordillo estuvo en el banquillo. Sobre el barrizal de Heliópolis el Betis se impuso por 2-1, con tres goles muy rápidos que ya campeaban en el marcador a los 16 minutos. De ahí en adelante, se vivió una pelea sorda sobre el fango ante la que tuvo que rendirse a media hora del final el gran Julio Cardeñosa. Ya no podía más. Lesionado y a contra estilo, el vallisoletano volvió a ser el mejor, pero sus piernas habían dicho basta.
Y entonces, en ese minuto 63 de partido, algo después de las seis de la tarde del domingo 30 de enero de 1977, Rafael Gordillo debutó en partido oficial con la camiseta del Real Betis sustituyendo a Julio Cardeñosa. Con el número 14 a la espalda y ante la ovación unánime del estadio, que aplaudía al gran ídolo que abandonaba el campo y al muchacho que entraba, sin saber entonces que ese día estaba naciendo una leyenda.
De ese momento sublime sólo se conoce una foto, tomada desde la tribuna y sin mucha precisión en los detalles. Pero se puede ver el saludo de ambos en la banda, la presencia del árbitro y, de espaldas, la silueta de un jugador del Burgos. Un futbolista que es, nada más y nada menos, que Juanito Gómez, figura grande del fútbol español y compañero y amigo entrañable de Gordillo años después en el Real Madrid. Casi un hermano cuya pérdida lloró desconsoladamente cuando este murió en un trágico accidente de circulación en el año 1992.
Desde el mismo día de su debut Rafael Gordillo se hizo un hueco para siempre en el vestuario de Heliópolis. En esa caseta en la que lo llamaban "El Nene" y donde un mañana le dijo Juan Antonio García Soriano unas palabras que no ha olvidado nunca: "Aquí ninguno somos ni mejores ni peores que tú y todos hemos tenido un principio como ahora lo estás teniendo tú. Si te han dado la oportunidad de que juegues en el Betis es porque has hecho méritos para ello. Así que haz lo que sabes y siéntete uno más entre nosotros".
Dos jornadas después agarró la titularidad y ya no la soltaría nunca. Se estrenó como goleador marcándole al Salamanca en el Helmántico y sólo quedó impedido de jugar aquella Copa que ganó el Real Betis en 1977 por haberse alineado previamente en este torneo con el equipo filial. Sin embargo, eso no evitó que se le viera correr por el Vicente Calderón como un poseso cuando ya se había resuelto la final tras aquellos 20 penaltis interminables.
Al año siguiente, una vez que volvió del servicio militar, Iriondo lo reconvirtió en lateral izquierdo y en esa banda reinó durante casi dos décadas. En el Betis, en el Madrid, en España y en el mundo. Ganó títulos, jugó Eurocopas y Mundiales, fue valorado y querido y, sobre todo, fue siempre Rafael Gordillo Vázquez, ese muchacho del Polígono que hablaba sin afectación y que no trasladaba al papel la grandeza de su esfuerzo y su talento. Un vendaval de medias caídas que corría, desbordaba y sacaba centros templados desde la línea de fondo mientras se oía de fondo el rumor del estadio, el clamor, la admiración y la comunión que nunca faltó entre la grada y Gordillo.
Después, como es sabido, pasaron muchas otras cosas que elevaron la estatura de su leyenda: aquella primera vez que pisó Heliópolis con la camiseta del Madrid, su retorno como hijo pródigo, la vuelta olímpica al estadio el día de su homenaje, su generosidad cada vez que el Betis llamó a su puerta...
Pero todo empezó aquella lluviosa tarde de enero, cuando España contenía la respiración y el futuro se presentaba incierto. Cuando debutó con la camiseta del Real Betis uno de sus hijos más queridos.
Ahora está haciendo 45 años.