HISTORIA | Anzarda, el goleador que debutó como centrocampista
Por Manolo Rodríguez
Eduardo Anzarda ha sido uno de los más formidables goleadores que ha visto Heliópolis en la época contemporánea. El 9º en el registro histórico en Primera División y el 4º en la Copa del Rey. Un matador argentino con sangre de hielo que era capaz de hacer lo que no hacía casi nadie: pararse en el área, detener el tiempo y dar un pase a la red que terminaba valiendo un gol.
Anzarda militó en el Real Betis de 1973 a 1980. Siete temporadas en las que dejó un legado de 55 tantos y 165 partidos con la camiseta verdiblanca. Pero lo que quizá se conozca menos es que la primera vez que jugó en el Villamarín lo hizo como centrocampista de contención. Una rareza que se le vino a la cabeza al entrenador Ferenc Szusza y que apenas duró tres meses.
Su debut en Heliópolis (ya había jugado una semana antes en Tarragona) fue contra el Cádiz, en Segunda. El 2 de diciembre de 1973. Un partidazo para la categoría. Los gaditanos, adiestrados por Domingo Balmanya (de tan grato recuerdo para el beticismo por el tercer puesto obtenido en la temporada 1963-64), llegaron como líderes y los verdiblancos eran segundos. El ambientazo se puede imaginar.
De Cádiz vinieron miles de aficionados amarillos y el lleno fue imponente. Ocho millones de pesetas de recaudación en "Día del Club", o jornada económica, que obligaba a pagar a todo el mundo. Un duelo que no defraudó a nadie porque, según dejaron escritos los cronistas, el espectáculo fue formidable. Hubo pasión, buen fútbol, goles (2-2 al final) y hasta un polémico arbitraje del valenciano García Carrión, aquel que cuatro años más tarde dirigiría en el Vicente Calderón la final de Copa que ganó el Betis.
Anzarda esa tarde salió en el centro del campo. Con el 8 a la espalda. Formando línea con López y Biosca, el luego poderoso defensa central al que ese año había colocado Szusza como carrilero zurdo. En punta, jugaron Aramburu, Mamelli y Rogelio. Aún así, ese mismo día ya anotó su primer gol como jugador bético. Fue en el minuto 58. Un disparo con la zurda a la cepa del poste que entonces supuso el empate a uno.
A pesar de lo extraño del puesto, la crítica habló bien de él y Szusza siguió alineándolo en el mediocampo. Quizá porque el entrenador húngaro valoraba por encima de todo la enorme calidad de su zurda. No porque hubiera otros antecedentes que lo aconsejaran, ya que venía de jugar como extremo izquierdo en el Real Madrid, club al que había llegado desde Argentina en 1971.
Procedente de River Plate (el equipo de su vida hasta que le entró en el corazón el Betis), a Eduardo Anzarda lo ficharon en el Bernabéu para que se convirtiera en el sucesor de Gento. Ardua tarea que se vio complicada por dos razones extra futbolísticas. De una parte, padeció una hepatitis que lo tuvo en el dique seco durante varios meses y, de otra, pronto se vio enredado en aquel feo asunto de los oriundos que llegaban a oleadas al fútbol español.
Aquello de los oriundos fue un culebrón que duró más de un lustro. Futbolistas sudamericanos que supuestamente procedían de familias españolas y que, por tanto, quedaban autorizados a jugar en una Liga en la que no se permitían los extranjeros.
El Athletic de Bilbao y la Real Sociedad, que entonces sólo contaban con jugadores de sus canteras, inundaron los juzgados de denuncias y pusieron bajo sospecha a todos los clubes que alineaban a jugadores oriundos. A Eduardo Anzarda lo cogió ese tren y el Madrid se cansó de estar todos los días en los periódicos con este tema.
Así se lo dijo el presidente madridista Santiago Bernabéu cuando le dio la baja. Le explicó que esa publicidad era muy dañina para la entidad. Sin embargo, se ofreció a buscarle una buena salida en México, Francia o Argentina o a interceder para que algún club amigo de España lo acabara contratando.
Sin embargo, a Anzarda le gustó mucho lo que le contó en aquellos días el secretario técnico del Real Betis, José María de la Concha, casi de los primeros que lo llamó. Le habló de un proyecto ilusionante y de futuro, de fichajes contrastados como los de Esnaola, Iglesias o Sabaté y, sobre todo, le relató con detalle cómo era la afición del Betis, a la que el argentino ya había tenido oportunidad de conocer en dos visitas a Heliópolis como jugador del Madrid.
Lo pensó y cada vez tuvo más claro que debía seguir en España, que no podía dar la impresión de ser un tipo que vino a nuestro país con los papeles falsificados y que salió huyendo en cuanto que el Madrid lo dejó sin amparo. Telefoneó a De la Concha y quedaron en verse cara a cara.
La conversación tuvo lugar el 18 de octubre de 1973, en el aeropuerto de Barajas. El dirigente bético iba camino de Zagreb para presenciar un partido de la selección española y entre vuelo y vuelo llegaron a un acuerdo completo. Apalabraron el fichaje y una semana más tarde Eduardo Anzarda llegó a Sevilla.
Debut con gol
Pasó el reconocimiento médico, su documentación como oriundo le pareció impecable a los servicios jurídicos del club y ya el 25 de octubre se alineó en Heliópolis con el equipo de reservas, también contra el Cádiz. Marcó el gol de la victoria y ABC tituló al día siguiente: "Feliz presentación de Anzarda en las filas verdiblancas".
Como ya se ha contado, arrancó como titular en el mediocampo hasta que una tarde de febrero de 1974 llegó al Villamarín el Baracaldo, equipo vasco al que, por cierto, entrenaba el gran Eusebio Ríos. Su primera vez como inquilino del banquillo visitante.
La víspera del partido cayó enfermo con gripe Antonio Benítez. Estaban en la concentración del hotel María Luisa Park y fue allí donde Ferenc Szusza le comunicó a Eduardo Anzarda que iba a jugar como extremo izquierdo contra los vizcaínos. La oportunidad que estaba esperando. La que no podía desperdiciar.
Y a fe que no lo hizo. Marcó 2 de los 3 tantos con los que el Betis derrotó al Baracaldo y se reveló como un goleador resolutivo y distinto. Un delantero frío y sin urgencias que jamás se aceleraba al entrar en el área, donde se movía a cámara lenta, domando el balón y desconcertando a los defensores. Poniendo de manifiesto que en ese territorio sólo mandaba él.
Desde esa tarde se convirtió en el "11" del Betis. Hizo 5 dianas más antes de que se culminara el ascenso y en la pretemporada de la campaña siguiente rompió todos los registros conocidos. Un escándalo goleador que merece ser contado.
Entre agosto y septiembre de 1974 el equipo verdiblanco jugó hasta cinco trofeos veraniegos y un amistoso. Un largo periplo que arrancó en el Trofeo Ciudad de La Línea, donde Anzarda hizo 2 goles, los que le marcó a la Unión Española de Chile y al Hajduk Split, respectivamente.
En el partido homenaje al inolvidable Rogelio Sosa hizo 1 de los 3 tantos béticos ante el Wisla de Cracovia y de ahí marcharon los verdiblancos a la Ciudad Condal a disputar el "Ciudad de Barcelona", que organizaba el Espanyol. Anzarda marcó 1 de los goles con los que el Betis derrotó en el partido de consolación al Honved de Budapest.
La siguiente cita fue en Huelva, en la X edición del Trofeo Colombino. La semifinal la jugaron contra el Feyenoord de Rotterdam, perdiendo por 3-2. Anzarda anotó el primer gol verdiblanco. Al día siguiente, en el partido de consolación, el Real Betis se enfrentó al Bayern Munich, donde jugaban futbolistas legendarios como Franz Beckenbauer, Gerd Muller, Ulli Hoennes o Georg Schwarzenbeck.
Y esa tarde, Anzarda redondeó su mejor partido como bético. Los verdiblancos se impusieron por 5-0 y el argentino marcó 4 de ellos. Una actuación fantástica que mereció cálidos elogios en la prensa nacional.
Pero no fueron estos sus últimos goles en aquella pretemporada del 74. También anotó tres días más tarde en la primera semifinal del Ciudad de Sevilla (3-1 al Sporting de Lisboa), aunque recibiera un doloroso golpe en el codo que le impidió jugar la final que el Betis le ganó al Benfica y, fechas más tarde, el Trofeo Ciudad de Tarrasa con el que los verdiblancos concluyeron su preparación.
10 goles en total que acabaron por cerrar todos los posibles debates sobre su puesto. A partir de ese momento fue para siempre el "wing" Anzarda, como lo calificó algún periodista sevillano. Un delantero que caía a la banda izquierda, pero que tenía presencia en todo el frente de ataque.
En los años siguientes, pasó de nuevo el calvario de verse bajo sospecha por el tema de los oriundos y fue providencial en todo el camino que llevó al Betis al título de Copa de 1977. Hizo 10 goles en las distintas eliminatorias que fueron superando los verdiblancos hasta que, para su desgracia, cayó gravemente lesionado en el campo del Espanyol cuando se disputaba el primer partido de las semifinales.
Se quedó sin poder jugar la final y hubo de permanecer ocho meses alejado de los terrenos de juego. Pero volvió. Quizá las cosas ya no fueran como antes, pero en las tribunas de Heliópolis siempre se esperó algo extraordinario cuando el argentino entraba en el área, se paraba, comenzaba a driblar contrarios y volcaba a los porteros antes de empujar suavemente la pelota a la red.
Un recuerdo mágico que está en el corazón de los béticos desde aquella tarde de diciembre de 1973 en que el Betis se enfrentó al Cádiz. Cuando Anzarda salió con el 8 y quedó marcado para siempre.
Tanto, que casi medio siglo después sigue proclamando que: "Aunque jugué en muchos sitios, lo que viví en el Betis es como si lo llevara en el alma".