HISTORIA | Aquel golazo de Hugo Cabezas a Iribar
Por Manolo Rodríguez
En más de una ocasión, el Real Betis le ha hecho bonitos goles al Athletic de Bilbao en Heliópolis. De esos que se recuerdan por más que pasen los años, los jugadores y las modas. Desde el primer tanto ganador de Lecue en 1935 hasta el último que hiciera Rubén Castro en 2016.
Acciones tan hermosas como el trallazo inapelable de Castaños en el 58; la apoteosis de regates de Diarte en el 81; la galopada de Gabriel Calderón en el 84; el cabezazo racial de Trifón Ivanov en el 91; el derechazo de Finidi en el 96; la falta antológica de Assunçao en el 2002 o el tanto salvador (y único en su carrera verdiblanca) del caboverdiano Nelson Augusto en 2012. Incluso estando el equipo en Segunda, Pepe Mel le hizo un tanto prodigioso al filial vasco en 1989 con un remate imposible con la izquierda.
Pero el gol de todos los goles contra el Athletic de Bilbao, el que se ha ido recordando de generación, fue el que marcó Hugo Cabezas en enero de 1978. Un icono en la conciencia de los que lo vieron y de todos aquellos a los que se lo han contado. Algo que nunca ha pasado al territorio de la estadística porque sigue vigente en la memoria de los béticos. Esa que evoca el flamear de pañuelos en las tribunas y la felicitación añadida del portero visitante. Un portero que no era cualquiera, sino Iribar, nada más y nada menos que Iribar, quizá el más grande.
Corría el minuto 75 de partido cuando Cardeñosa avanzó por la banda derecha. Recortó a un defensa vizcaíno y tiró el centro con la zurda. Hugo Cabezas venía en carrera y tuvo que rectificar porque la pelota se le quedaba detrás. Se movió hacia la derecha, la amortiguó con el pecho, le dio altura, y ese movimiento lo dejó de espaldas a la portería. Entonces, sin que nadie lo esperara, se levantó en el aire y agarró una chilena espectacular que se clavó en la escuadra de la portería bilbaína. Iribar sólo pudo verla entrar. Recogió el balón de dentro y le presentó sus respetos al "9" verdiblanco.
Fue, sin duda, el mejor momento de aquel muchacho uruguayo que había llegado al Betis cinco meses antes. Un goleador rotundo al que quizá no se le haya hecho la justicia que merece. Un delantero centro puro cuyos números, vistos hoy con frialdad, son imponentes. Estuvo tres temporadas en Heliópolis y, sin ser titular indiscutible, dejó para la posteridad 45 goles entre Liga y Copa. A razón de 15 por año. Un dato muy elocuente según están los tiempos.
Pero Hugo Luis Cabezas Gonella nunca tuvo el viento a su favor. Siempre hubo de luchar contra los imponderables. Así fue desde el principio, cuando fichó por el Real Betis en agosto de 1977. Tenía 22 años y, aunque nacido en Uruguay, estaba jugando en Argentina, en Estudiantes de la Plata. Contaba con antecedentes familiares españoles y era, por tanto, oriundo.
Lo recomendó José María de la Concha, que cerró la operación con los intermediarios Sergio Arakelian y Roberto Dale. Diez millones de pesetas fue lo pactado. Pero entonces terció el entrenador Iriondo para poner la operación en cuarentena.
Rafael Iriondo era un hombre de códigos y creencias. No le agradaba el futbolista extranjero. Prefería el producto nacional y así lo confirmaba su tortuosa relación con Attila Ladinszky. Quería salir del apátrida, y, junto a eso, deseaba que le quitaran de en medio a Alfredo Megido, el otro delantero de referencia, y gran amigo de Ladinszky, con el que se llevaba aún peor.
Por tanto, el Real Betis, vigente campeón de Copa y a punto de debutar en la Recopa, necesitaba un punta nato. Y el sabio De la Concha propuso a Cabezas. Pero Iriondo se negó a dar su plácet hasta que le hiciera una prueba. Los uruguayos inicialmente se negaron y por ahí hubo un tira y afloja que estuvo a punto de arruinar la operación.
Pero cedieron. Cabezas viajó finalmente a la localidad vizcaína de Durango, donde el Betis estaba haciendo la pretemporada, pasó el reconocimiento médico, lo vieron jugar y le dieron el visto bueno, aunque quizá con la boca más pequeña de lo conveniente.
Fichó el 10 de agosto del 78, debutó en San Mamés medio tiempo, y a la semana siguiente venía el Barcelona a Heliópolis. La víspera del partido, al acabar el entrenamiento, Hugo se queda ensayando penaltis. En uno de los disparos siente un dolor insoportable. Se ha roto. A Iriondo le sienta fatal y declara: "Se ha lesionado lanzando un penalti que nadie le mandó tirar. Yo me he enterado en la caseta. No hay derecho a que pasen estas cosas".
La relación pasa de tibia a fría, aunque el uruguayo vuelve a jugar quince días después y pelea en San Siro el balón que López manda a las redes de Albertosi. A partir de ahí entra y sale del equipo, alterna la titularidad con Ladinszky y Eulate (Megido se va, por fin, a Francia en noviembre del 77), y a principios de 1978 surge otro problema: a Cabezas se le diagnostica en la Mutualidad General de Futbolistas una anomalía cardíaca. Un indicio que preocupaba a los médicos sevillanos desde el momento mismo de su fichaje.
Se le atiende en Madrid y, afortunadamente, los resultados son tranquilizadores. Según informan los médicos, todo se resume en que Hugo Cabezas tiene un corazón más grande de lo habitual, el conocido como 'corazón de atleta', que no debe provocar mayores preocupaciones.
Tres semanas después le hace el golazo al Athletic de Bilbao y es noticia en todos los periódicos. Pero la felicidad tampoco es completa. Entrevistado días después en 'El Correo de Andalucía' declara que ha recibido felicitaciones y regalos de todo el mundo? menos del entrenador.
-"¿Qué te dijo Iriondo?", pregunta el periodista.
-"La verdad es que no me dijo nada", responde el jugador.
Aquella temporada acabó muy mal y ni siquiera los goles del uruguayo pudieron evitarlo. Se fue Iriondo y le llegó la titularidad. Marcó el gol del ascenso ante el Granada al cabecear a ley un centro de Benítez y fue paseado en hombros por el Villamarín. Aquella campaña firmó 21 tantos.
De nuevo en Primera, 'Huguito', como lo conocían todos, se mantuvo en el eje del ataque, aunque decreció su capacidad realizadora. En la Copa, sin embargo, le hizo un gol de cabeza al Madrid que abrió las puertas de la esperanza en la eliminatoria de cuartos. Una ilusión que por mor del arbitraje no pudo ser.
En el verano de 1980 el entrenador Luis Carriega aborda la ambiciosa tarea de fichar a Carlos Diarte, 'El Lobo', un excepcional delantero paraguayo que había sido figura en el Zaragoza y el Valencia. El Betis pagó 32 millones de pesetas por su traspaso y eso dejó sin sitio a Hugo Cabezas.
Durante varios días se anduvo especulando sobre cuál sería su nuevo destino y, al final, se marchó a México, al Puebla, un equipo muy de moda en aquellas fechas y donde ya jugaban dos veteranas glorias del fútbol español como Pirri y Asensi.
Con ambas leyendas visitó Heliópolis un año más tarde para jugar el partido homenaje a Julio Cardeñosa. Una noche entrañable en la que volvió a sentir el cariño que siempre le tuvo la afición.
Su último cruce con el Betis tuvo lugar en noviembre del 86. Hugo Cabezas, con 31 años, militaba entonces en el At. Marbella y se enfrentó a los verdiblancos en una eliminatoria de Copa a partido único. No hizo gol, aunque transformó el penalti que le correspondió lanzar en la tanda que ganó el Real Betis.
De todo aquello que hemos referido hace ya mucho tiempo. El que pasa inexorable para todas las vidas. Pero no para los recuerdos y las ensoñaciones. Justo el terreno donde habita aquel prodigioso gol que Hugo Luis Cabezas Gonella le hizo al mítico José Ángel Iribar en el Villamarín la tarde del 22 de enero de 1978.