HISTORIA | Aquel mitológico Carranza de 1964
Por Manolo Rodríguez
En estos días de finales de agosto se están cumpliendo 60 años del triunfo del Real Betis en el Trofeo Ramón de Carranza, uno de los mayores hitos del tiempo nuevo que lideraba Benito Villamarín a mediados de los 60, cuando apenas hacía seis temporadas que se había producido el retorno verdiblanco a la Primera División. Un éxito que se celebró como un título.
Y fue así porque, en aquella época, el trofeo gaditano era algo muy serio, tanto que los equipos sudamericanos llegaron a considerarlo como una pequeña Copa del Mundo y, particularmente en Brasil, había pocos torneos, por no decir ninguno, que tuvieran el predicamento y la grandeza que confería aquel cuadrangular a orillas del Atlántico.
Lo más granado del fútbol mundial desfilaba cada año por tierras gaditanas, pero el Real Betis no lo había disputado nunca. Y era lógico. Sólo los muy buenos recibían la invitación para acudir a tan prestigiosa competencia. Hasta que, por fin, en su X edición, el Betis se ganó ese derecho.
Los verdiblancos habían sido terceros en la Liga concluida meses antes y esa magnífica campaña les abrió por primera vez las puertas de este prestigioso torneo, compartiendo cartel, nada más y nada menos, que con el Real Madrid (campeón de Liga en España y subcampeón de Europa), Boca Juniors (campeón de Argentina) y Benfica (campeón de Portugal).
Aquel verano del 64 fue el de la vuelta del Real Betis a los escenarios europeos. Acababa de culminar una gira por Alemania, Holanda y Bélgica, en la que se había medido a equipos tan relevantes como Borussia Dortmund, Meidericher, Feyenoord, Stuttgart, Fortuna y Anderlecht, y ahora le llegaba la prueba de fuego del Carranza, una semana antes de su debut en las competiciones europeas, donde se enfrentaría al Stade Français en la Copa de Ciudades en Feria. Parecía claro que el Betis de Villamarín empezaba a volar alto.
Era lógico, por tanto, que las vísperas del Carranza se vivieran con enorme interés y expectación entre la familia verdiblanca. Para los supervivientes de la Tercera División, que aún eran muchos, parecía un sueño ver al Betis en un lugar tan distinguido, aunque no pudiera negarse que, en principio, el equipo verdiblanco parecía tener pocas posibilidades de abatir a gigantes como los que se iba a encontrar en el camino.
Era sabido que a los tres primeros clasificados en el trofeo gaditano se les entregaba una copa que iba menguando conforme se iban alejando del primer puesto y al cuarto clasificado se le daba una testimonial bandeja de plata. Por eso, según contaban los béticos de entonces, la guasa sevillana que soplaba desde el barrio de Nervión acuñó la frase de que el Betis iba a Cádiz de camarero, a recoger su bandeja.
Sin embargo, el Real Betis se hizo notar por su grandeza desde el mismo momento en que se iniciaron los actos protocolarios del torneo. En la recepción municipal que reunió a los distintos clubes que componían el cartel, Benito Villamarín sorprendió gratamente a la concurrencia obsequiando al Ayuntamiento gaditano (organizador del Trofeo) con una cerámica trianera en la que se reflejaban los monumentos más señalados de Sevilla y Cádiz, unidos por un puente que acercaba en el sentimiento a las dos ciudades andaluzas.
El triunfo ante Boca Juniors
Aquello dio mucho que hablar (para bien) y fue la antesala del inicio del cuadrangular. Un trofeo que abrió el Real Betis el sábado 29 de agosto de 1964, a las seis y media de la tarde, enfrentándose al Boca Juniors en el primer partido del torneo.
Dirigió el duelo el francés Kitadjian y las alineaciones fueron las siguientes:
Real Betis: Pepín; Aparicio, Ríos, Paquito; Suárez, López-Hidalgo; Breval, Pallarés Ansola, Bosch y Rogelio. En la segunda parte, Pallarés le dejaría su puesto a Frasco.
CA Boca Juniors: Errea; Magdalena, Marzolini, Ayre; Rattin, Orlando; Rulli, Rojas, Menéndez, Silveira y González.
Al Betis lo entrenaba el francés Luis Hon, quien ese verano había sustituido a Domingo Balmanya. Un hombre de modales suaves, aunque de carácter fuerte. Nacido en Francia, había sido un futbolista que destacó en el Stade Français y que en 1950 fichó por el Real Madrid. Su carrera de técnico en España se había cimentado, sobre todo, en el Racing de Santander.
Durante toda la semana Hon mantuvo la duda de Eusebio Ríos, pero el central llegó a tiempo, tanto de una lesión como de un viaje relámpago a Bilbao para ver a su hija recién nacida. De hecho, sería elegido como el mejor jugador del trofeo cuando este concluyera. Sin embargo, fueron bajas por lesión Lasa, Montaner, Molina, Cruz y, a última hora, el volante Azcárate.
El lleno era absoluto cuando saltaron al campo Betis y Boca. Soplaba el viento de Levante, como sería norma durante todo el fin de semana, y antes de comenzar el partido se izaron las banderas de España y Argentina y sonaron los himnos nacionales de ambos países.
El tiempo reglamentario finaliza con empate a cero después de 90 minutos de juego muy disputado. Se hace necesaria la prórroga. A los tres minutos de comenzado el tiempo adicional se interna Aparicio y su centro es cabeceado a la red por Ansola.
Pero dura poco. Cuatro minutos más tarde llega el gol del empate, obra de Silveira, al recoger un rechace en el larguero. De nuevo las tablas en el marcador y vuelta a empezar.
El triunfo verdiblanco lo sentencia Rogelio Sosa a dos minutos de la conclusión del primer tiempo de la prórroga. Lanza una falta a 30 metros del portal argentino y coloca el balón en la escuadra. Un gol impresionante.
Tras el tanto verdiblanco, el juego se endureció y el árbitro tuvo que expulsar al argentino Menéndez. Pero el primer paso ya se había dado.
La prensa argentina se vuelca en elogios con el Betis. El diario "Clarín", en crónica firmada por el periodista Paco Lucero, destaca muy principalmente a Rogelio, de quien dice que "enloqueció a gambetas a su marcador y se filtró mil veces por la zona del número 4 boquense, convirtiéndose en el mejor jugador del partido".
La épica final ante el Benfica
En la final, el Betis se encuentra con el Benfica de Lisboa. Un equipo legendario que, en semifinales, ha derrotado al Real Madrid por dos goles a uno.
En el Ramón de Carranza no cabe un alfiler. Miles de sevillanos que quieren presenciar el gran acontecimiento pasan la noche en la playa de la Victoria para conseguir por la mañana una entrada. La reventa hace el negocio del siglo.
Vuelve a soplar con violencia el Levante, dirige el partido el colegiado español Ortiz de Mendívil (autorizado por escrito por el equipo lisboeta) y el saque de honor lo realiza la actriz y cantante Lolita Sevilla.
Los equipos se alinean del siguiente modo:
Real Betis: Pepín; Aparicio, Ríos, Paquito (Grau); Suárez, López-Hidalgo; Breval, Frasco, Ansola, Bosch y Rogelio.
SL Benfica: Costa Pereira; Cavem, Germano, Cruz; Coluna, Raúl; Simoes, José Augusto, Torres, Eusebio y Serafin.
El Betis juega con calzonas negras y, como ocurriera en el primer partido, el tiempo reglamentario finaliza con empate a cero. Los verdiblancos son mejores y disponen de claras ocasiones de gol que no acaban concretando por verdadera mala suerte.
De nuevo es necesaria la prórroga. Se teme que el cansancio acumulado de la semifinal, pase factura, pero sucede todo lo contrario. El Betis juega mejor que nunca.
A los dos minutos de reiniciado el juego, Rogelio apura una jugada en el área y suelta un trallazo que bate a Costa Pereira. Y cuando el primer tiempo se acaba, un astuto pase de Suárez a Frasco lo culmina el interior bético. Un 2-0 que ya sería inamovible.
Al final del partido, el júbilo es indescriptible. Reciben el monumental trofeo (ese que con profunda delicadeza exhibe el Real Betis en la actualidad en su zona más noble) y una cascada de fotos inmortaliza la felicidad de los jugadores y de los aficionados, tanto en el césped como en los vestuarios.
Al día siguiente, el Real Betis es recibido en el Ayuntamiento de Sevilla por el Gobernador Civil y por el alcalde. Una multitud lo acompaña. Benito Villamarín, desde el balcón, pronuncia un histórico discurso en el que habla de los valores del Betis, de su dignidad, y de su profundo enraizamiento con Sevilla: "Sobre el papel ?dice- éramos los menos; en la realidad, hemos resultado los más. Esto es fruto maravilloso de una manera de ser y de hacer. Esto es Sevilla y por eso venimos a ofrecerle a Sevilla la Copa que la ciudad, con su espíritu, con su ánimo, con su alegría y con su gracia, nos ha hecho conquistar".
Innumerables documentos gráficos, así como las crónicas de aquellos días, son testigos elocuentes de la satisfacción con que fue acogido en la ciudad este imponente éxito verdiblanco. Una victoria que el diario ABC de Sevilla elevó a la categoría de: "Valor de hazaña", mientras que "La Hoja del Lunes" la calificó como "Un triunfo de apoteosis".
Incluso la prensa extranjera se deshizo en elogios, algunos de ellos, por cierto, muy emotivos y cálidos. Así, por ejemplo, el periodista francés Robert Vergne, escribió en "L'Equipe: "Esto que ha pasado ha sido una victoria del fútbol, no de la técnica, no del arte de los estrategas inteligentes. Todo ha sido, simplemente, la victoria de once hombres.
Esto ha sido sublime. Los desconocidos de ayer, en la tempestad dieron a los superclases argentinos y portugueses una lección en las múltiples facetas de la combatividad, el entusiasmo y -sobre todo- de la fe inquebrantable en el destino de su equipo".
Hoy, 60 años después de aquella gesta, todo es distinto. Como la vida misma. El Carranza, al igual que los demás trofeos de verano, se fue diluyendo con el paso de los años y la medida de las cosas encontró nuevos patrones para evaluar los triunfos y los fracasos. Quizá por ello, con la mirada del presente, las nuevas generaciones puedan mostrarse renuentes a entender la importancia real de aquellas victorias de otro tiempo, pero sin olvidar nunca que cada época se ha escrito siempre según los códigos que en ese momento les daban sentido.
Y, sobre todo, no debieran ignorar que, como escribió una vez el escritor argentino Julio Cortázar: "existe algo que el tiempo no puede, a pesar de su innegable capacidad destructora, anular: y son los buenos recuerdos, los rostros del pasado, las horas en que uno ha sido feliz".
Esa felicidad que elevó lo corazones de los béticos en aquellos días de finales de agosto de 1964.