HISTORIA | Cese en vísperas de Nochebuena
Por Manolo Rodríguez
El 22 de diciembre de 1982 el Real Betis jugó en Heliópolis un partido de Copa contra el Málaga. El día de la lotería. Por la mañana se había celebrado el sorteo y en Sevilla se quedaron nueve mil millones del Gordo. Del número 25515, que se había vendido en una administración de Las Palmas, aunque 34 de las 41 series llegaron a la ciudad de la mano de un miembro de la Peña 'El Quince' del Tiro de Línea, mayormente a los integrantes de la chirigota 'Los Caperucitos enrollaos'.
De eso se hablaba en Sevilla cuando los béticos iban camino del estadio para ver el partido de Copa que se anunciaba en los carteles. De eso y del frío, razón por la cual la entrada en el Villamarín fue muy pobre. Apenas nueve mil personas, según consignaron los periódicos.
Desafortunadamente, los aguerridos béticos que desafiaron las bajas temperaturas no tuvieron muchos motivos para entretenerse. El partido salió malo y, a pesar de que hubo goles, el fútbol brilló por su ausencia. El duelo acabó empatado a dos y, en muchos momentos, la afición protestó ruidosamente. Todo un síntoma de lo que estaba pasando.
Y lo que pasaba es que el Real Betis no iba bien. Lo había eliminado el Benfica portugués en la primera eliminatoria de la Copa de la UEFA y en la Liga, disputadas 16 jornadas, marchaba en el puesto 12 con 13 puntos y tres negativos.
Pero lo peor había sucedido en la Copa. No tanto por la igualada con el Málaga, sino por el sofocón vivido en la eliminatoria anterior disputada contra el modesto Alcalá de Henares, de Tercera División. En la ida habían ganado los madrileños por 1-0 y en el choque de vuelta el marcador estaba 2-2 cuando faltaban veinte minutos para el final. A pique de un repique. Menos mal que dos tantos de Cardeñosa arreglaron el desaguisado cuando el encuentro se acababa.
La afición hacía responsable al entrenador y pedía a gritos su cese. El entrenador era el húngaro Antal Dunai, un hombre joven, poco experto en los banquillos, pero con una imponente carrera como futbolista. Goleador histórico del Ujpest Dosza, medalla de oro olímpica en México-68 y 31 veces internacional absoluto en la selección de su país.
Tenía 39 años, acababa de colgar las botas y su primera experiencia como técnico la había vivido en el Xerez Deportivo, donde, tras una brillantísima campaña, había conseguido el ascenso del equipo azulino a Segunda División.
Lo recomendó Ferenc Szusza, cuya sombra aún era alargada en el entorno bético, y la directiva presidida por Juan Mauduit se apresuró a contratarlo. Llegó a Heliópolis con un contrato por un año, una ficha de cuatro millones de pesetas, primas dobles, y un sueldo de 150.000 pesetas mensuales. Todos dijeron que era una apuesta.
Pero a esas alturas de diciembre las cosas ya se veían de otra manera. Tan distintas, que un periodista influyente como Manuel Ramírez Fernández de Córdoba (ese gran amigo al que tanto seguimos echando de menos) llegó a escribir lo siguiente en su columna del diario ABC: "Lo malo no es plantearse ahora el cambio de entrenador; lo malo fue, en su día, el ficharlo; porque no puede ser lo mismo un Segunda B que la UEFA ni el Betis que el Jerez".
Este ambiente enrarecido creció como una bola de nieve a medida que corrían las jornadas. Satisfacciones hubo pocas y malos momentos, bastantes más. Hasta la noche del Málaga en Copa. El punto de no retorno.
Esa madrugada, cuando ya era 23 de diciembre, la Junta Directiva tomó la decisión de despedir a Dunai. Una dura medida que, además, llegaba acompañada por la crueldad de producirse en la víspera de Nochebuena. Tiempo de paz que en el Villamarín no lo era tanto. Algo desconocido hasta entonces.
A Dunai se lo comunicaron cuando llegó a entrenar a la mañana siguiente. Se quedó de piedra. No daba crédito. Le informaron de lo ocurrido y comprobó que en los periódicos del día era más noticia el fichaje de Marcel Domingo como nuevo entrenador que su propia destitución. Se limitó a decir que con la plantilla que tenía a su cargo no podía hacer más.
Lo aceptó con resignación y confirmó que siempre había estado bajo sospecha por el carácter de "entrenador de segunda B" con que lo miraban el público de Heliópolis y gran parte de la directiva. Unos directivos ?los más influyentes- que incluso le sugirieron más de una vez las alineaciones. Además de todo esto, entre los aficionados crecía la preocupación por el Real Betis-Sevilla que ya estaba a la vuelta de la esquina y que debía jugarse en Heliópolis el 2 de enero de 1983.
La cena de Nochebuena fue triste en la casa de los Dunai. Nunca pudieron pensar que llegarían a una fecha tan señalada de esta manera. El Betis se le había presentado como una gran oportunidad para entrar en la rueda de los entrenadores en el fútbol español y la aventura apenas había durado seis meses largos.
Pasado el día de Navidad volvió al Villamarín para finiquitar su contrato. Allí lo recibió Miguel Espina, que por aquellos entonces era el hombre fuerte de los dineros del club, una responsabilidad en la que había sucedido a Rafael Álvarez Colunga. El entendimiento entre ambos fue rápido y satisfactorio. Dunai se sintió bien tratado y el club fue generoso. Era lo justo.
Años más tarde, el húngaro entrenó en España al Murcia (con quien se enfrentó varias veces al Real Betis) y al Levante y en su país alcanzó el rango de Vicepresidente de la Federación. En las navidades de 2016 volvió de visita al estadio Benito Villamarín, donde tuvo oportunidad de reencontrarse con el escenario en el que ejerció en el lejano 1982. Se hallaba pasando unos días de vacaciones en Marbella en compañía de sus hijos y nietos y desde la Costa del Sol quiso viajar a Sevilla para volver a evocar los tiempos en los que defendió los colores verdiblancos.
Confesó guardar un recuerdo muy especial de algunos de los futbolistas que tuvo a sus órdenes y recordó con emoción aquel tiempo. Se detuvo en cada una de las estancias del club, les explicó a sus nietos cómo animaba la afición del Betis y fue feliz pisando de nuevo la hierba de Heliópolis.
Ese campo en el que las cosas no fueron como él hubiera soñado y donde tan doloroso resultó su cese como la fecha en que se produjo.