HISTORIA | Cuando el Betis jugó con un portero que no lo era
Por Manolo Rodríguez
En 1942 España era un país devastado. Como resumió el diario ABC en el libro conmemorativo de los 70 años del periódico sevillano: "A los cada vez más acentuados problemas de abastecimiento, se añadieron los precios abusivos del mercado negro, los rebrotes de tuberculosis, el principio de las restricciones de energía eléctrica, la escasez de agua potable, las campañas de moralización pública, la lucha contra la mendicidad, los niños abandonados, la formación de nuevos suburbios y la llegada de miles de inmigrantes".
Todo esto pasaba entonces en una Sevilla en la que, por no haber, hasta faltó la cerveza durante varios meses debido a la ausencia de cebada. Hacía tres años que se había dado por terminada la Guerra Civil, pero, más allá de la propaganda del Régimen, nadie podía sensatamente afirmar que este fuera el tercer año triunfal.
En el Real Betis, como en todas partes, también las carencias eran importantes. Obligada por la falta de papel y movida por la necesaria utilización de los escasos recursos con que contaba, la Junta Directiva de ese año sacó de los cajones los remanentes de los carnets de la temporada 1936/37 (la que ya no pudo jugarse debido al inicio del conflicto bélico) para que fueran empleados como abonos de la campaña 1941/42. Con un tampón se les incluyó la fecha del 1 de septiembre de 1942 y se tachó sin mucho miramiento que pertenecieran al ejercicio 1936/37. Así estaban las cosas.
Al Real Betis, en aquel tiempo, lo presidía el militar Alfonso Alarcón de la Lastra, un balompedista de primera hora que ya había participado una década antes en la directiva de José Ignacio Mantecón, la que tuvo el honor de vivir el primer ascenso verdiblanco a Primera División. También en ese momento, septiembre de 1942, el Betis celebraba su retorno a la máxima categoría del fútbol español y para ello se reforzó con algunos jugadores que invitaban al optimismo, aunque el lance más doloroso de esos meses había sido, sin duda, la marcha al Deportivo de la Coruña de Francisco González "Paquirri", uno de los grandes mitos béticos de la época.
El banquillo se lo dieron a Cesáreo Baragaño, un buen futbolista del Racing de Santander de finales de los años 20, que incluso llegó a fichar por el Betis en 1934, donde sufrió una grave lesión de rodilla que lo apartó de la práctica activa. Nada se sabía de él como entrenador, aunque todo hace pensar que fue la poderosa influencia de Mister Patricio O´Connell, quien lo tuvo a sus órdenes como jugador, la que acabó convenciendo a los dirigentes. Sobre todo si, como era el caso, Baragaño venía a sustituir en el cargo al legendario técnico irlandés.
Arrancada la Liga, las cosas no pudieron empezar peor. Tres derrotas consecutivas y la visita del Real Madrid en la cuarta jornada. Entonces, la directiva adoptó una medida excepcional: solicitarle al mítico Peral (campeón de Liga en 1935) que se reintegrara al equipo después de que se hubiera retirado ese verano para entrenar al equipo aficionado.
Peral volvió a calzarse las botas y el Betis ganó por 3-1. La euforia fue inmensa, según recogen los periódicos de la época. Alguno incluso llegó a publicar que a cada jugador se le pagó una prima de 500 pesetas en la misma caseta, algo difícil de creer, según estaban los tiempos. Cierto o no, es el caso que el triunfo revitalizó el ambiente y trajo un soplo de optimismo a los aficionados que, fieles siempre, casi llenaron el Stadium de Heliópolis. La prensa capitalina destacó, sobre todo, la fogosidad de Peral y los dos goles de Saro que, junto al de Muruaga, le dieron el triunfo a los verdiblancos.
La herida de Cabezo
La siguiente salida era a la Ciudad Condal, a medirse con un Barcelona que todavía no conocía la victoria. Y ahí pasó algo que queremos contar con detalle, y es que el Real Betis hubo de alinear a un portero que no lo era. Una accidentada historia que comenzó a escribirse a primera hora del viernes 23 de octubre de 1942 cuando la expedición bética salió de la estación de Córdoba en el "Rápido" que en primera instancia lo trasladó a Madrid.
Emplearon todo el viernes en llegar a la capital de España, donde esperaron el embarque en el tren que los conduciría a Barcelona. El "Mundo Deportivo" publicó que se vio a los jugadores en un bar de la Puerta del Sol y que, a priori, cabía pensar que la alineación sería la misma que había derrotado al Madrid unos días antes.
No sabían, sin embargo, que las cosas empezaban a torcerse, ya que Cabezo, el portero titular (y único en la expedición), sintió una ligera molestia en la mano derecha al llegar a Madrid. Un dolor que fue a mayores y que el sábado por la noche, ya en Barcelona, obligó a su traslado a un centro sanitario, donde se limitaron a limpiarle la herida que se le había abierto.
Por cierto, que antes de seguir con la historia, conviene señalar que el gallego Cabezo(de nombre Honorato López) llevaba en el Betis apenas 15 días. Había fichado el 8 de octubre de 1942, procedente del Deportivo de la Coruña, tras la lesión de Paquillo, guardameta que se presumía fijo en la portería, y ante las dudas que generaba elsuplente Forner. Una contratación exprés que sólo tuvo vigencia ese año, ya que al acabar la temporada retornó a su Galicia natal. Eso sí, dejó una notable tarjeta de visita en su tierra, ya que en febrero de 1943 paró 2 penaltis en Riazor en el partido que los verdiblancos empataron a cero contra su antiguo equipo.
Pero estábamos en Barcelona, en la noche del sábado. Cabezo seguía sin mejorar, era incapaz de dormir, y ante la gravedad de la situación, el directivo que viajaba como delegado del equipo, Manuel González Conradi, tomó la decisión de llevar al futbolista, ya de madrugada, a la consulta particular del doctor Emili Moragas Ramírez, un reconocido especialista a quien hoy se considera unánimemente como el padre de la medicina deportiva en España.
El galeno lo reconoció con detenimiento y su diagnóstico fue claro y rotundo: "Este muchacho no puede jugar hoy. Se expondría a una infección. Esto hay que operarlo". Así lo hizo, aplicándole un vendaje en la mano y el brazo. El delegado bético se deshizo en elogios hacia la amabilidad y la disposición del doctor Moragas, quien el mismo domingo, antes del choque, visitó al equipo en la caseta, procediendo a reconocer a los jugadores y advirtiendo que uno de ellos, Guillermo Coll, tenía en la rodilla una lesión antigua por lo que le aconsejó que se quedara en la Ciudad Condal para tratársela.
Gómez, bajo los palos
Ante la ausencia de Cabezo, el entrenador, César Baragaño, se vio obligado a alinear como portero a un jugador de campo. Y tras pensárselo, decidió que ese puesto lo ocupara Francisco Gómez, un nombre de culto en la historia del Real Betis, tanto de la ya vivida como de la que estaba por venir. Fue el mediocentro del equipo que se proclamó campeón de Liga en 1935 y años más tarde, como entrenador, protagonizó el ascenso a Segunda División en 1954 e hizo debutar a Luis del Sol.
Gómez combatió en la guerra en el bando republicano, sufrió la depuración de los vencedores y no volvió al fútbol hasta 1940, defendiendo los colores del Girona. Al año siguiente lo reclamó de nuevo para el Betis Mister O'Connell y su esfuerzo ayudó a que el equipo volviera a Primera División. Ahora vestía los colores verdiblancos en la máxima categoría. Incluso de portero.
La tarde que defendió el marco bético en el campo barcelonés de Las Corts no pudo impedir la derrota verdiblanca por 4-1 (aunque al decir de las crónicas destacara comoel mejor de los suyos), pero su vocación de servicio en el club aún lo llevaría esa misma temporada bastante más lejos de este insólito episodio como portero accidental.
Y fue así porque algo menos de tres meses después de lo sucedido en Barcelona, la directiva decidió cesar al infortunado Baragaño y ofrecerle a Gómez la dirección del equipo. Como jugador-entrenador. Y aceptó. El traspaso de poderes ocurrió durante los primeros días del año 1943 (que a efectos de la calidad de vida de los españoles no sería mejor que el anterior) y su debut en esta nueva y compleja tarea tuvo lugar el 10 de enero con un sonoro triunfo por 3-1 contra el Athletic de Bilbao. Saro, en dos ocasiones, y Bescós hicieron los goles del triunfo bético en este partido que fue el único que jugó en el campo bético Piru Gainza, una de las mayores leyendas bilbaínas a lo largo de la historia.
Gómez disputó 4 partidos más, pero no pudo impedir un nuevo descenso verdiblanco, que fue la antesala de todo lo malo que pasó después. A partir de ahí inició su carrera como entrenador, que lo llevó a Castellón y Melilla hasta que en la década de los 50 volvió a Heliópolis para convertirse en el héroe del ascenso a Segunda en 1954 y pasar a la posteridad como "Gómez, el de los puros", según contamos ya en "Historia del Betis 1" (pág. 85 a 89).
Pero como dato para la memoria del club queda ese lance singular en el que el Betis jugó en Barcelona con un portero que no lo era. Un guardameta de emergencia que meses más tarde se convertiría en el entrenador. Y, todo ello, en un año que se recordará siempre por la muerte del poeta Miguel Hernández, por la vuelta de los primeros expedicionarios de la División Azul y por el cambio de rumbo de la guerra mundial en el frío glacial de Stalingrado.