HISTORIA / Del Villamarín a México
Por Manolo Rodríguez
A mediados de los años 80 las mayores conquistas de la selección española de fútbol se escribieron, sin duda, en el estadio Benito Villamarín. Momentos extraordinarios que ya habitan en el Olimpo de los recuerdos felices y que convirtieron en leyenda ese terreno de juego donde siempre pasaban cosas extraordinarias y mágicas.
Así ocurrió aquella mitificada noche de diciembre de 1983 cuando los 12 goles a Malta permitieron que el combinado nacional obtuviera su clasificación para la Eurocopa de Francia-84 en la que, como se sabe, la selección acabó obteniendo el subcampeonato. Un acontecimiento que, desde entonces, forma parte del imaginario colectivo y que se sigue evocando con la misma emoción del primer día.
Pero no solo pasó esta vez. Dos años más tarde volvió a ocurrir lo mismo. Fue el 25 de septiembre de 1985 y, de nuevo, Heliópolis tuvo la oportunidad de ser testigo excepcional de un nuevo éxito de la selección española, empujando en esta ocasión al equipo nacional a su clasificación definitiva para la disputa de la fase final del Mundial de 1986, que se celebraría en México.
La selección derrotó aquella noche por 2-1 a la de Islandia en un partido que se presentaba con tintes dramáticos, ya que sólo servía la victoria para obtener el billete hacia el Mundial. Cualquier otro resultado nos hubiera dejado en tierra.
Y por si faltara algún elemento sentimental, para la posteridad quedó escrito que los dos tantos del triunfo llevaron la firma de dos hijos del Real Betis, Rincón y Gordillo, aunque éste último hiciera ya un par de meses que militaba en el Real Madrid.
Aun así, la prensa local tituló con júbilo que dos goles béticos le habían dado a España el pasaporte definitivo para acudir al Mundial. Y en cierto modo, era lógico, ya que en aquel momento el nombre de Rafael Gordillo seguía asociado inevitablemente al club y al estadio en el que se había confirmado como futbolista grande.
El camino hacía México
Previamente a este encuentro decisivo, la selección española ya había jugado en el Villamarín el primero de los partidos de la fase de clasificación, que lo enfrentó a País de Gales el 17 de octubre de 1984. Un duelo que ganó la Roja por 3-0 y donde repitieron ocho de los jugadores que golearon a Malta. Sólo faltaron de aquella memorable noche Buyo, Sarabia y Santillana, pero apareció con luz propia uno de los grandes ídolos del futbol español en los años venideros: el madridista Emilio Butragueño, debutante en este encuentro.
En el equipo inicial estuvieron los béticos Gordillo y Rincón, siendo el prodigioso goleador verdiblanco quien abrió el tanteo a los 7 minutos al irse por pies de su marcador y batir de tiro cruzado al portero galés. Ya en las postrimerías del partido, Carrasco hizo el 2-0 y, sobre el final, Butragueño anotó un gol a cámara lenta de los que le darían fama
Más tarde, se jugó en Sevilla (convertida entonces, gracias al seleccionador Miguel Muñoz, en sede oficiosa de la selección) otro partido contra Escocia, esta vez en el Sánchez Pizjuán, que también se ganó. Pero fuera de casa no se obtuvieron resultados que confirmaran el acceso al Mundial.
De hecho, las visitas a Gales y Escocia se saldaron con contundentes derrotas, sólo aliviadas por el triunfo hispano en la capital de Islandia, Reykjavik, donde jugaron en junio de 1984 bajo los efectos del sol de medianoche, ese fenómeno natural que provoca que por esas fechas los días duren casi 24 horas seguidas en aquella latitud.
Este pobre balance foráneo provocó que todo quedara fiado al crucial España-Islandia de Heliópolis. Antes de esta jornada final, Escocia y Gales sumaban 7 puntos y España 6, pero con los dos averages perdidos. O sea, que un empate no servía. Era obligado ganar.
Fiel a su norma, el equipo preparó el duelo en su refugio del hotel Oromana, en Alcalá de Guadaíra, y las vísperas, como cabía esperar, fueron tensas. Muñoz, preocupado, pedía "jugar con sentido y utilizar la cabeza", mientras que los medios informativos ponderaban el ánimo incondicional de la afición sevillana y el excelente estado en que se hallaba el césped del Benito Villamarín.
El partido se fija para las ocho y media de la tarde del miércoles 25 de septiembre y el estadio se llena a rebosar, con profusión de banderas rojigualdas y gritos de aliento desde casi una hora antes de saltar los equipos al campo.
Previo al inicio, se guarda un impresionante minuto de silencio por las víctimas del terremoto ocurrido en México el 19 de septiembre de 1985, en el que fallecieron más de ocho mil personas, portando asimismo los jugadores de ambas escuadras brazaletes negros.
También esa noche, en la antesala de los vestuarios, se descubre un bajorrelieve de cerámica, obra del artista Juan Valdés, en el que se puede leer la siguiente leyenda: «El Real Betis Balompié, al entrenador y jugadores de la selección española, que, en gesta heroica, vencieron a la selección de Malta por 12-1 la noche del 21 de diciembre de 1983, obteniendo la clasificación que sirvió para conseguir el subcampeonato de Europa 1984".
Tendría que haberlo develado el presidente de la Federación Española, José Luis Roca, pero este quiso que fuese el seleccionador Miguel Muñoz el encargado de hacerlo. Nadie mejor y con mayores méritos. Un mosaico lleno de simbolismo y recuerdos que aún se preserva y conserva en el estadio, presidiendo el pasillo que conduce a las casetas.
El partido, el público y Gordillo
Dirigió el partido el colegiado de la República Democrática Alemana, Siegfried Kirschen, y las alineaciones fueron las siguientes:
España: Zubizarreta; Gerardo, Maceda, Goicoechea, Camacho; Víctor, Gallego, Gordillo (Julio Alberto, m.88); Rincón (Marcos, m.75), Butragueño y Rojo.
Islandia: Sigurdsson; Turainsson, Thorbjornsson (Islason, m.66), Gudlandson, Edualdsson; Saevar, Gudjohsen, Sigurvidsson; Sigurdar Jonnsson, Thordansson y Petursson (Gettarsson, m.73)
Los nervios fueron la constante del encuentro, máxime cuando en el minuto 34 un saque de banda sobre la puerta de Zubizarreta originó el gol islandés, marcado por Thorbjornsson.
Todo estaba aún más cuesta arriba. Menos mal que antes del descanso, un centro de Gordillo permitió que Rincón, revolviéndose, lograra empalmar un tiro por bajo que el meta Sigurdsson llegó a tocar, pero no a retener.
Ya en la segunda parte, a los 6 minutos, sobrevino el gol definitivo. Despeje largo de la defensa islandesa, que sale en bloque de su área. Gerardo se anticipa a un contrario y, de cabeza, devuelve el balón a la zona de peligro, donde aparece Gordillo, desmarcado, para cruzar un remate por bajo inapelable.
No cesó la inquietud hasta el final, pero el trabajo estaba hecho. España iría al Mundial de México-86, encadenando tres participaciones consecutivas en el más grande evento de selecciones. Otra satisfacción que ayudaba a superar los malos momentos heredados del Mundial-82 organizado por nuestro país en el que tan mal habían ido las cosas.
Unánime fue el reconocimiento de que Sevilla y el Villamarín habían vuelto a ser mágicos y así volvió a proclamarlo el seleccionador Miguel Muñoz, siempre generoso en elogios. Pero hubo más voces que glosaron igualmente el decisivo papel del público que se dio cita en las gradas. Por ejemplo, la del presidente de la Junta de Andalucía en aquel tiempo, el muy bético José Rodríguez de la Borbolla, quien declaró que "Sevilla es Sevilla, ya se sabe".
Y, sobre todo, la del presidente del Real Madrid en esas fechas, Ramón Mendoza, quien llegó a decir que: "Si el público pudiese ser traspasado, el Madrid entraría en la puja. Es increíble cómo aplaudían después del gol que nos marcó Islandia".
En el orden futbolístico, el mejor sobre la hierba fue Rafael Gordillo. El diario AS lo llamó "coloso" en portada y abrió su crónica con el expresivo titular: "Super as Gordillo". Similar impresión trasladó el diario catalán "El Mundo Deportivo" al encabezar una de sus informaciones sobre el partido con un llamativo: "Gordillo t'estimo", que en castellano, vendría a ser: "Gordillo te quiero".
Todos fueron felices esa noche en que el Villamarín volvió a ser el epicentro de la gesta. España se ganó el billete para el Mundial de México-86, algo muy complicado en aquel tiempo, y el Real Betis, presidido entonces por Gerardo Martínez Retamero, se embolsó 10 millones de pesetas como anfitrión y dueño del estadio.
Estos días se conmemoran los 36 años de aquel gran éxito.