Heliópolis y la leyenda del 12-1
Por Manolo Rodríguez
Cada 21 de diciembre Heliópolis le abre las puertas a la historia para recordar aquella memorable noche que ya cumple 33 años. La gesta del 12-1 a Malta que situó al Villamarín en el centro del mundo y que desde entonces forma parte del imaginario colectivo del país. Una hazaña situada en Sevilla y hecha carne en la casa de los béticos.
Era la primera vez en la historia que el Real Betis Balompié oficiaba como anfitrión de un partido de la selección nacional. Nunca antes había jugado el equipo español en un campo propiedad del club verdiblanco. Los antecedentes más remotos quizá podrían localizarse en aquel España-Portugal jugado en el Stadium de la Exposición de Heliópolis el 17 de marzo de 1929, pero por aquellos entonces el Betis no tenía aún dominio alguno sobre tal estadio.
En 1982 el renovado Benito Villamarín había acogido dos encuentros del Mundial de ese año, pero, como se sabe, en ninguno de ellos participó la selección española.
Ahora, por fin, el Betis podía presumir de organizar un partido de la selección. Un encuentro decisivo que le fue concedido a la Junta Directiva que por entonces aún presidía Juan Mauduit, como reconocimiento a los 75 años cumplidos por la entidad verdiblanca en 1982, año en que conmemoró sus Bodas de Platino.
Y la noche no defraudó. Heliópolis se cubrió en tres cuartas partes de su aforo, mientras que se desplegaban al viento las 25.000 banderitas que generosamente había distribuido la Federación Española entre los asistentes.
De cualquier modo, la previsible gesta para que España acudiera a la fase final de 1984 había empezado a enconarse seriamente el sábado previo. Esa tarde, en la localidad holandesa de Vanenburg, entre frío y nieve, y bajo la atenta mirada del ayudante de Muñoz, Vicente Miera, la 'naranja mecánica' le endosó cinco goles al débil equipo de Malta.
Holanda era nuestro rival para acudir a Francia-84 y ese tanteo obligaba a España a ganarle a los malteses por once goles de diferencia. En concreto, el equipo naranja sumaba 13 puntos, 22 goles a favor y 6 en contra. España, por el contrario, contaba con 11 puntos, 12 goles a favor y 7 en contra. Habida cuenta de que los choques particulares los habían ganado los equipos que actuaban en casa (1-0 España, en Sevilla y 2-1 Holanda, en Rotterdam) todo quedaba fiado a la diferencia final de goles si se producía un empate a puntos.
Era, evidentemente, un empeño muy difícil y nadie lo negaba. Incluso las desgracias futbolísticas parecían conjurarse para perjudicar los intereses españoles. Así, el madridista Ricardo Gallego, previsible cerebro de la escuadra, se lesionó durante un partidillo de entrenamiento contra el Betis Deportivo en Mairena del Alcor y el seleccionador hubo de llamar precipitadamente al barcelonista Víctor, quien se unió al grupo casi al mismo tiempo que los tres representantes del Athletic de Bilbao, Goicoechea, Sarabia y Zubizarreta, que no habían podido desplazarse antes, ya que el sábado 17 de diciembre el club vasco debió disputar en San Mamés un partido aplazado contra el Cádiz.
Miguel Muñoz confesaba desde la concentración del equipo nacional en el Hotel Oromana de Alcalá de Guadaira, que jamás había tenido por delante un reto similar, mientras que los jugadores preferían evadirse de la responsabilidad viendo películas de moda como 'El retorno del Jedi'. El resto era trabajo. Intensas sesiones preparatorias pasadas por agua, porque en Sevilla llovía como nunca antes llovió en lo que iba de siglo.
Bajo estas condiciones, con este paisaje, se presentaba el gran momento. Por fin, a las ocho y diez minutos del miércoles 21 de diciembre, cuando ya era invierno, pisaron el césped del Villamarín los gladiadores patrios que buscaban lo imposible. Entre ellos Rafael Gordillo e Hipólito Rincón, dos jugadores del Real Betis.
Miguel Muñoz había confeccionado un equipo abiertamente ofensivo, con un sistema de 3-4-3, que componían los siguientes hombres: Buyo; Goicoechea, Maceda, Camacho; Señor, Víctor, Gordillo; Rincón (Marcos, m. 88), Sarabia, Santillana y Carrasco.
El seleccionador maltés, Víctor Scemri, quien había declarado en las previas que era “imposible que España hiciera once goles”, alineó, a su vez, a Bonello; E. Farrugia, Tortell, Azzopardi, Holland; Buttigier, Demanuel, R. Farrugia (M. Farrugia, m.71); Spitari, Gonzi y Digiorgio.
Dirigió el partido el colegiado turco Erkan Goksel, que estuvo bien en líneas generales.
España salió como una furia y en el minuto dos era derribado Carrasco en el área maltesa. El árbitro decreta penalti. Lo lanza Señor. Hace la 'paradinha', le pega flojo y el balón se va al poste. Las cosas no pueden empezar peor.
El estadio es un murmullo de viejas reflexiones senequistas de las que tanto sabe Heliópolis, cuando al cuarto de hora un cabezazo de Santillana abre el marcador. Parece el principio. Pero nueve minutos más tarde parece el final. Los malteses, en la primera ocasión en la que atraviesan el mediocampo, empatan el partido después de que el balón tropiece en Maceda y descoloque al portero Buyo.
El Villamarín, entonces, empieza a jugar. Mordido por la decepción grita más que nunca “España, España” y enseguida llegan dos nuevos goles de Santillana. Después se atropella la razón y las cosas quedan como están hasta el descanso.
En el vestuario, Muñoz intenta inflamar los ánimos, mientras que en los graderíos las cervezas y las salchichas tienen sabor amargo. Parece que no, ¿pero, por qué no?
Eso mismo piensa el goleador bético Hipólito Rincón cuando, en la continuación, marca dos goles en once minutos. Poli se mete en las redes, agarra el balón, se lo lleva al mediocampo y grita “vamos, vamos”. A esa hora, toda España grita lo mismo. Estamos jugando contra el reloj, pero Maceda lo hace saltar dos veces en dos minutos. El central del Spórting de Gijón pone las cosas en siete a uno y le abre la puerta al octavo de Rincón. Faltan veintisiete minutos. Faltan cuatro goles.
En ese punto, Muñoz sale del foso. No puede más. Pide serenidad cuando ni siquiera él la tiene. Heliópolis empieza a ser una casa de locos, envuelta en una locura maravillosa.
En el 75, Santillana hace el noveno; tres después, Rincón el décimo; en el 79, Sarabia el undécimo…y el tiempo se detiene.
Muñoz, con su chándal azul, tropieza en la banda con los policías uniformados; el público está de pie; el país ha interrumpido la cena; comienza a chispear… Están lloviendo goles, pero falta el decisivo.
Entonces, según el relato de los comentaristas de la televisión, José Ángel de la Casa y Alfonso Azuara, “avanza Víctor, se mete en el área, va a disparar, lo derriban, el balón sale suelto, chuta Señor desde fuera del área y ¡gooooool de España!”.
Bonello, el portero maltés, tiene cara de boxeador sonado; Muñoz se abraza con todo el mundo; al periodismo se le ha roto la voz; en el palco se han perdido las formas; la chavalería invade el campo… Gordillo está llorando.
De ahí hasta la conclusión, el Villamarín canta, entre olé y olé, que España va a París. El seleccionador confiesa que es el día más feliz de su vida; el Presidente del Gobierno llama al vestuario para felicitar a los vencedores y en el tanteador queda un 12-1 del que seguirán hablando las generaciones venideras.
Es el final. Los jugadores vuelven a Oromana viendo cómo las gentes han salido a la calle, y en el hotel celebran el éxito apagando doce velas que son mucho más que un símbolo. Esa noche, como confesaría más tarde Hipólito Rincón, “sólo pensaba en lo que iba a poder contarle a mis hijos y a mis nietos”.
La goleada a Malta era ya, y lo sería hasta dos décadas más tarde, el triunfo más importante y celebrado del fútbol español. Y tuvo que ser en el campo del Betis, con cuatro goles de Rincón y un partido memorable de Rafael Gordillo.
Hoy se cumplen 33 años.