HISTORIA | Sábado Santo de todo o nada
Por Manolo Rodríguez
Pocos partidos habrá jugado el Real Betis con tantas urgencias como el de aquella noche de abril de 1985. Sábado Santo. Las cofradías postreras en las calles y el beticismo conteniendo la respiración al aguardo de lo que ocurriera en el campo del Espanyol, el viejo e histórico Sarriá, demolido en 1997.
Era la antepenúltima jornada de la Liga 1984/85 y la situación estaba complicada, muy complicada. El equipo que inició la temporada disputando la Copa de la UEFA y cargado de expectativas se había ido cayendo poco a poco.
En el mes de marzo, con gran dolor de corazón, el presidente Martínez Retamero cesó al entrenador Pepe Alzate, a quien le guardaba vivo afecto. La directiva analizó la situación y, para las primeras horas, colocó a Pedro Buenaventura al frente del equipo.
Discutieron qué hacer y pensaron en Luis del Sol, pero el mito acababa de salir de una delicada operación de corazón y a todos les pareció excesivo colocar a "settepulmoni" en ese trance. Entonces se decidieron por Carriega, sin duda, una excelente elección.
Sin embargo, la mejoría no llegaba y a falta de cuatro jornadas para que acabara el campeonato el Betis estaba en la zona de descenso. No se podía perder más. Ya no había margen para el error.
La primera prueba se presentó contra el Zaragoza el 31 de marzo, Domingo de Ramos por la mañana. Excelente entrada en el Villamarín y el peñismo paseando pancartas por el campo antes del inicio del choque. Angustia viva que sólo se resuelve con los goles de Parra (m.59) y Rincón (m.85). Victoria por 2-0. Respiro y hasta el próximo drama.
Un drama solemne. Eso es lo que se anuncia en la carretera de Sarriá el Sábado Santo. La plantilla ha estado toda la semana fuera Sevilla, ya que, por medio, se ha clasificado para los cuartos de Copa en Mallorca, y vuela directamente de Palma a Barcelona.
El Jueves Santo queda concentrado en un hotel de Castelldefels y allí conocen que en el sorteo de Copa celebrado ese día les ha correspondido enfrentarse en cuartos de final contra el FC Barcelona. A partir de ese momento, la tranquilidad y el reposo pretendido por Carriega se ven violentados por una avalancha periodística que no les da tregua.
Sevilla, en esos días, vive intensamente su Semana Santa. Noticia desafortunada fue que no salió el Gran Poder a consecuencia de la inclemente meteorología. El segundo mal momento que atravesaba la Hermandad a lo largo de la Cuaresma.
Ya en marzo, el día 15, se declaró un incendio en la antigua sala de promesas de la Basílica cuando concluía el rezo del viacrucis y numerosos hermanos acudían a sacarse su papeleta de sitio para la estación de penitencia.
De inmediato, los priostes acudieron hasta el camarín del Señor y lo taparon con una capa para protegerlo del humo que llenaba la Basílica, además de abrir un amplio pasillo por si había que retirar a la imagen precipitadamente.
Actuaron los bomberos y se pudo comprobar que la sala donde se originó el fuego había quedado completamente destruida, incluidos el marco y el cristal del cuadro del Señor que presidía la estancia. Sin embargo, la fotografía del cuadro estaba intacta. La Hermandad la volvió a enmarcar y la situó en el pasillo de entrada al camarín.
El Sábado Santo también fue especial. Pudo verse al Cachorro por las calles. A la cofradía la había sorprendido la lluvia el día anterior en la calle Reyes Católicos y los pasos del Cristo de la Expiración y de la Virgen del Patrocinio hubieron de refugiarse en la iglesia de La Magdalena.
Allí estuvieron hasta la tarde del Sábado Santo cuando volvió a su barrio. La comitiva la formaban los hermanos, sin túnica, portando todas las insignias del cortejo procesional. Hicieron una parada ante la Parroquia de la O y siempre los acompañó una multitud.
A esas horas, el beticismo se preparaba para vivir otra noche de pulsos desbocados. Transistores hasta debajo de los pasos y todo, una vez más, al estilo Betis.
Sarriá, sin embargo, se ha vestido de Betis para recibir al equipo. Lo natural en los malos momentos, que ya se sabe que el cariño es lo primero. Tambores rocieros y niñas con trajes de flamenca hacen pasillo a los jugadores. Los béticos de la novena provincia casi llenan el estadio y gritan y aplauden cuando los de Heliópolis saltan a la hierba con la segunda equipación Meyba, calzona verde incluida. Pero la agonía que se vive en las tribunas resulta insoportable. Eso no lo niega nadie.
Arbitra Guruceta Muro, cuya designación ha dado mucho que hablar, ya que sus negocios particulares están en Elche y el club ilicitano también está en el lío. Pero pita bien. A sus órdenes los equipos presentan las siguientes alineaciones:
RCD Espanyol: N´Kono; Job, Maldonado, Miguel Ángel, Arabi; Orejuela, Zúñiga, Márquez (Palanca, m.30), Lauridsen; Giménez (Ibáñez, m.46) y Pineda.
Real Betis: Esnaola; Diego, Alex, Mantilla, Gordillo; Calleja, Ortega, Parra, Reyes; Rincón (Paco, m.89) y Calderón (Suárez, m.82)
Como estaba previsto, el partido es "a cara de perro" sobre un terreno de juego muy deficiente. Buen primer tiempo verdiblanco, pero sin premio. Y lo que es peor, con un gasto físico enorme. En la segunda mitad, minuto 58, penalti contra el Real Betis. Lo tira Lauridsen por encima del larguero. Respiro de alivio.
De ahí hasta el minuto 90, son los locales quienes dominan, crean ocasiones, y parece que van a ganar el partido. Se pide otro castigo y Esnaola aparece en dos o tres ocasiones.
Ya en el descuento, el Betis ataca por la banda izquierda, tras un rechace en un córner. Centra templado de Diego y Antonio Reyes, en el segundo palo, devuelve la pelota al corazón del área, en una jugada que no se antoja decisiva. Pero entonces, de improviso, aparece el central cántabro Mantilla, y, casi de espaldas, cabecea a la red. Milagro. El Betis ha ganado en la última pelota del partido.
Carriega valora el trabajo de todos sus jugadores, pero no puede reprimir un elogio de corazón para esa leyenda que se llama Rafael Gordillo. Y dice: "Es un monumento nacional que aun jugando mermado han visto todos ustedes lo que ha sido capaz de hacer. Es un monstruo".
La alegría es indescriptible y el respiro de alivio todavía mayor. El Real Betis sale de los puestos de descenso y afronta los dos últimos partidos dependiendo de sí mismo y con el viento de cara. Cosa que confirmará en las semanas siguientes.
También eliminará al Barcelona en la Copa y llegará a las semifinales de Copa. Un feliz final de temporada después de tanto sufrimiento. Sobre todo, el de aquel Sábado Santo de 1985. Cuando el Cachorro volvió a Triana.