HISTORIA | Una sucursal de la Siberia
Por Manolo Rodríguez
Ya está en el horizonte la final de Copa. Despidiendo marzo y viendo llegar abril. La ilusión del beticismo. Un sentido anhelo que empezó a brotar en el momento mismo en que Borja Iglesias hizo el gol de la clasificación. Una mezcla de emociones que inevitablemente provocan desde entonces el descuento de los días hasta la fecha del partido en el estadio de La Cartuja.
Cabe pensar que siempre ha sido así en cada una de las ocasiones en las que el Betis llegó a la gran final de la Copa de España. Espera, nervio y ansia. ¿Pero cuánto duró cada vez esa antesala hacia la posibilidad de verse campeones? ¿Hubo siempre un tiempo tasado desde la superación de las semifinales hasta el momento en que echó a rodar la pelota en la final?
No, no lo hubo. La cambiante naturaleza de los calendarios federativos, las distintas circunstancias del fútbol español y, modernamente, los múltiples compromisos comerciales y televisivos han ido ofreciendo alternativas muy distintas en cada una de las temporadas. Con propiedad, podría decirse que cada Copa es un mundo. Sobre todo, desde que el llamado torneo del KO dejara de jugarse al concluir la Liga y perdiera su carácter sacralizado de epílogo oficial del ejercicio futbolístico.
Así, por ejemplo, cada una de las cuatro citas del Betis con este partido crucial han tenido tempos muy distintos. En 1931 la final se celebró 5 días después de que los verdiblancos le ganaran al Arenas de Guecho un desempate jugado en Madrid; en 1977, una semana más tarde de imponerse al Espanyol en Heliópolis; en 1997, dos meses y 22 días tras la clasificación en Vigo y en 2005, un mes justo después de que Luis Fernández transformara el penalti definitivo en San Mamés.
Cada año tuvo su afán, sus historias y sus novedades. Baste decir que en 1931, en aquella primera final de la entonces denominada Copa del Presidente de la República, al Betis ni siquiera lo adornaba el título de Real, sino que era el Betis Balompié a secas por mor del advenimiento de la II República unos pocos meses antes.
De hecho, ya hemos contado en alguna otra ocasión que el primer partido de la eliminatoria de dieciseisavos de final contra la Real Sociedad se jugó el mismo domingo de abril en que unas elecciones municipales provocaron la renuncia del Rey Alfonso XIII y que el encuentro de vuelta enfrentó a dos escuadras que ya no se llamaban como en la ida. El Real Betis había pasado a ser escuetamente el Betis, mientras que el equipo guipuzcoano era ahora la Sociedad de Fútbol de San Sebastián, que a partir de junio sería conocida como el Donostia FC.
Esa final pionera de 1931 la jugó el Betis estando en Segunda y después de completar una excelente competición copera en la que se llevó por delante a potencias de la época como la Sociedad de Fútbol de San Sebastián, ya mentada, el Madrid o el Arenas de Guecho.
A este último, contra todo pronóstico, le ganó la semifinal en tres partidos, el último de los cuales se jugó en Madrid el 16 de junio. Hubo celebraciones contenidas y fotos felices con Ignacio Sánchez Mejía como gran mecenas de aquel Betis triunfante, aunque ya no estuviera al frente del club. Aquello fue un martes y al domingo siguiente estaba anunciada la final contra el Athletic de Bilbao, también en el campo de Chamartín, según habían solicitado ambos contendientes.
Tras el éxito en el desempate, la expedición verdiblanca quedó concentrada en el Chalé de Peñalara, en pleno corazón de la sierra de Guadarrama y a cinco kilómetros del casco urbano de Cercedilla. Pero hacía mucho frío y al día siguiente se trasladaron a Aranjuez, donde permanecieron hasta la noche del sábado. Mientras tanto, en Sevilla se preparaba un tren especial para desplazar a los aficionados béticos, a quienes se les entregaron unas banderitas verdiblancas para que pudieran animar desde las tribunas.
Al frente de la expedición se hallaba Adolfo Cuellar Rodríguez, presidente en funciones desde la dimisión de Manuel Romero. Ilustre letrado, hombre de máxima confianza de Sánchez Mejía, permanecería en el cargo hasta el mes de septiembre de ese año de 1931 cuando lo sucedió José Ignacio Mantecón.
El diluvio
La final la perdió el Betis por 3-1 y, durante generaciones, oímos hablar a los béticos más veteranos de la lluvia y el frío que asoló Madrid esa tarde y del barrizal en que se convirtió el campo de Chamartín. Unos relatos que podían parecer interesados y exculpatorios, pero que no eran más que un exacto reflejo de la realidad.
Y para comprobarlo, lean lo que dejó escrito en su crónica de "El Mundo Deportivo" el prestigioso periodista José Luis Lasplazas:
"Además, llovió y esto, que en otras ocasiones hubiera tenido una importancia leve tan solo, pasó a ser una de las causas determinantes de que, desde antes de comenzar el encuentro, se diera al Betis por batido, descontándose incluso la posibilidad de una sorpresa (...) Pues bien: los del Betis, que hasta ayer se habían traído en la maleta todo el calor del sol de Andalucía, fueron derrotados por los bilbaínos que, por no sé qué extraño poder, convirtieron el abrasador clima del que estaba disfrutando Madrid hace días, en una sucursal de la Siberia o poco menos, ya que en Chamartín, amén de la lluvia y del barro, hizo frío, pero frío de verdad, no ese fresco veraniego que en cierto modo acaricia sino del otro, del que incita a abrigarse (...) Fue, pues, el tiempo un aliado a todo serlo del Athletic y más que un factor favorable a los vascos una circunstancia totalmente adversa a los andaluces, ya que por ser la suya una fuerza más moral que técnica, es perfectamente explicable que vieran disuelta con la lluvia gran parte de esa moral que era su mayor y mejor fuerza".
De la lluvia de aquella tarde habló siempre Manuel Simó, ese padre espiritual que lo fue todo en el Betis y a quien tantas veces hemos citado en estas historias. Simó acudió a ver el partido de desempate contra el Arenas de Guecho (44 pesetas le costó el viaje en el tren) y se quedó en Madrid al aguardo de la final. Con la ilusión por bandera, pero temeroso, una vez más, de que el destino no fuera justo con los sueños de los béticos. Como ocurrió.
Por eso, dejó dicho y escrito lo siguiente: "Nuestro sino no podía quebrarse, vendría inexorablemente, y la mañana del domingo amaneció negra y las nubes dijeron agua va. Estábamos enfadados por la mala suerte y con otros amigos en Madrid fuimos a Chamartín en un taxi que había en los alrededores de la ciudad y, por 2 reales cada uno, nos llevó al campo. Llovía tanto que el chofer nos dio el hule amarillo con el que cubría el taxi para refugiarnos del diluvio, y allí estábamos: tres o 4 debajo del hule. Tanto llovió que se me estropeó el traje que llevaba y tuve que tirarlo al llegar a Sevilla. Perdimos 3-1 en un terreno encharcado e impracticable, pero si hubiera hecho un buen día, con la racha que llevábamos, le hubiéramos ganado al Bilbao y a quien se hubiera puesto por delante. Después de una vida de amarguras y sinsabores, como ha sido muchas veces nuestra historia, al llegar a una final tan fuertes, habríamos ganado, porque en motivación ganábamos por goleada. Pero el diluvio jugó en nuestra contra.
El partido
Para la posteridad, recordemos que a las órdenes del colegiado catalán Jesús Arribas los equipos formaron con las siguientes alineaciones:
Athletic Club de Bilbao: Blasco; Careaga, Castellanos; Garizurieta, Muguerza, Roberto; Felipés, Iraragorri, Bata, Chirri y Gorostiza.
Betis Balompié: Jesús (Pedrosa al inicio de la segunda mitad por lesión en un tobillo de Jesús); Aranda y Jesusín; Peral, Soladrero y Adolfo; Timimi, Adolfo II, Romero, Enrique y Sanz.
Más allá de los factores meteorológicos, la experiencia y calidad bilbaína prevalecieron frente a la entrega de los béticos y así en el minuto 24 llegó el 1-0, gracias a un buen disparo de Chirri desde el borde del área.
El Betis siguió atacando, pero no pudo con un Athletic que por medio de Roberto hizo el 2-0 en el minuto 40, con lo que el partido empezaba a quedar muy desnivelado.
Luego vendría el 3-0 en el 54, obra de Bata, el gran goleador de aquel año en la Liga. El tanto del honor verdiblanco fue conseguido por Sanz tras rematar un córner lanzado por Timimi a los 57 minutos.
El Athletic pudo saborear su undécimo título de Copa, mientras que el Betis empezaba a preparar el camino para ascender a Primera al año siguiente y, a más largo plazo, para convertirse en campeón de Liga en 1935.
La Copa la entregó el Ministro de Hacienda de la República, el socialista Indalecio Prieto, quien felicitó a "los leones" por su gran victoria frente "a un enemigo correcto y valeroso que ha luchado, como vosotros, con exquisita nobleza".
El entrenador del Athletic era el británico Fred Pentland, tocado siempre de bombín y con un puro en la boca. Un mito en San Mamés por los títulos conseguidos y quien, al decir de los tratadistas, había revolucionado el estilo de juego de los vascos al imponer el pase corto.
Al Betis lo dirigía Emilio Sampere, un técnico catalán que llevaba 6 meses en el cargo y que procedía del banquillo del Murcia después de haber hecho carrera como jugador en el Espanyol, club del que llegó a ser directivo. Sampere ascendería al Betis al año siguiente, pero sería relevado en el cargo por Mister O´Connell antes de que se iniciara la temporada del debut en la máxima categoría.
La recaudación de la final ascendió a casi 145.000 pesetas, recibiendo cada uno de los clubes, una vez descontados todos los gastos, la cantidad de 27.604 pesetas con 68 céntimos. Como dato de interés, anotemos que el desplazamiento del Betis alcanzó un importe de 5.640 pesetas.
Tras el partido los jugadores fueron recibidos en Sevilla como héroes. Según el testimonio de los periódicos de la época, una gran multitud de aficionados los vitoreó al llegar a la estación de Plaza de Armas, mientras que la Banda Municipal y la del Asilo tocaban pasodobles en honor de los finalistas. Los jugadores fueron tomados a hombros de los entusiastas y paseados en triunfo hasta la salida de los andenes. Desde allí se dirigieron al bar Jerezano, en la calle Fernández y González, epicentro del beticismo de aquella época, donde el entusiasmo se desbordó.
En los días posteriores se siguió hablando del Betis, pero también del gran asunto político de aquellos días: las elecciones generales constituyentes que iban a legitimar la II República nacida en abril al calor de las manifestaciones populares. Aquellos comicios tuvieron lugar al domingo siguiente, 28 de junio, y los ganó con claridad la llamada Conjunción Republicano-Socialista, integrada por los partidos que formaban parte del Gobierno Provisional que ocupó el poder tras la renuncia del Rey Alfonso XIII. En aquellas elecciones las mujeres eran elegibles como diputadas, pero no pudieron votar. No lo harían hasta 1933.
En el Betis, por su parte, siguió decretado el estado de felicidad que se prolongaría durante toda la temporada siguiente hasta culminar el ascenso a Primera División. El que hizo posible que Sevilla pudiera disfrutar del fútbol grande que no se había conocido en la ciudad desde que en 1928 se pusiera en marcha la Liga Nacional de Fútbol.