Los doce minutos de Enrique Rosado
Por Manolo Rodríguez
En marzo de 1977 el Betis comenzaba a remontar. Iniciaba un imponente despegue en la liga y tomaba posiciones para ganar la Copa. Se asentaba bajo la dirección técnica de Rafael Iriondo y cada vez parecía más asimilada la traumática marcha de Ferenc Szusza. Volvían a encajar las piezas y de ello se beneficiaba un conjunto que lo tenía todo para ser bueno. Un equipazo que en unos pocos meses se convertiría en noticia nacional.
En la liga sumaba ya tres jornadas de imbatibilidad y en la Copa empezaba a tomar forma la aventura. Primero había eliminado al Baracaldo, después al Sestao y llegados los dieciseisavos de final le correspondió eliminarse con el Deportivo de la Coruña, club que entonces militaba en Segunda División.
El partido de ida se juega en Riazor el miércoles 2 de marzo y el Betis consigue una trabajada victoria por 1-2, goles de Anzarda y Cardeñosa. El domingo acude a Sarriá (camiseta verde, calzón blanco) para enfrentarse al Espanyol en choque de liga. Jornada 25. Empate a uno con gol de García Soriano y actuación cumbre de Esnaola, que incluso le para un penalti a Ortiz Aquino.
Los verdiblancos se colocan en mitad de la tabla y aguardan el choque de vuelta con el Deportivo de La Coruña. Un partido que llega enseguida, en apenas tres días, el miércoles 9 de marzo. Dicen las crónicas que el Betis mejora en su juego, pero Iriondo está preocupado. Tiene una enorme cantidad de bajas y no le salen las cuentas.
Es sabido que Gordillo no puede jugar la Copa por haberla disputado ya con el filial y tampoco se pueden alinear en el torneo Muhren y Ladinszky, los dos extranjeros que figuran en la plantilla. A estas ausencias reglamentarias hay que sumarle un amplio parte de lesionados. Cuatro en concreto: Rogelio, Eulate, Del Pozo y Bizcocho, este último caído en el campo del Espanyol al sufrir una rotura de fibras cuando mejor jugaba.
Iriondo tiene apenas trece futbolistas disponibles y necesita dos más para completar el banquillo. Y no puede contar con los chavales del Betis Deportivo, que están en la misma situación que Gordillo. Por ello, a grandes males, grandes remedios.
El martes por la mañana llama a Pedro Buenaventura, entrenador de los juveniles, y le dice que elija a dos muchachos de su equipo, que los necesita para completar la convocatoria. Un defensa y un delantero.
Por la tarde, Pedro Buenaventura habla con el central Cres y con el extremo Rosado. Les anuncia que van a estar a disposición del primer equipo y para ambos comienza una espera ilusionada e interminable. Los periódicos dan cuenta de lo ocurrido, pero sin precisar más detalles. Todo el acento lo ponen en que Campos y Lobato serán los únicos suplentes de la plantilla.
Llega el día del partido y los juveniles entran en la caseta a las siete y media. Pedro Buenaventura los va presentando uno por uno a jugadores y técnicos. Tras los saludos de rigor, se sientan en una esquina del vestuario. Callados y con los ojos bien abiertos.
A las nueve y cuarto de la noche arranca el partido. Noche templada y media entrada. Iriondo dispone un equipo en el que juegan: Esnaola; Benítez, Biosca, Sabaté, Cobo; López, Alabanda, Cardeñosa; García Soriano, Megido y Anzarda. El Deportivo, por su parte, viene con gente joven entre la que llama la atención, sobre todo, un jovencísimo portero de 18 años que responde al nombre de Paco Buyo.
El Betis sale como un vendaval y en la primera media hora arrolla a los gallegos. Se los lleva por delante con tres goles que hacen las delicias de la parroquia. Abre el marcador García Soriano con un cabezazo cruzado; Alabanda hace el segundo con un trallazo durísimo y Megido, casi sin ángulo, materializa el tercero. Asunto resuelto.
En la segunda parte se tranquiliza el partido, aunque esperan otras emociones. Al cuarto de hora de la continuación, Iriondo llama a Lobato y le dice que caliente. Los dos chavales, metidos en el banquillo, tuercen el gesto. Uno de ellos no va a jugar con toda seguridad.
A la media hora el Betis da otro arreón y García Soriano firma una jugada extraordinaria que se acaba convirtiendo en el 4-0. El público se entrega al magnífico extremo jiennense y Rafael Iriondo quiere que le tributen el homenaje que merece. Y lo cambia. Pero antes, mira hacia los dos juveniles y pregunta: ¿quién de vosotros es el delantero? Enrique Rosado levanta el dedo con timidez y, como en una nube, oye que el entrenador le dice: “caliente, que va a salir”.
Y así, a doce minutos del final del partido, García Soriano enfila hacia el foso, donde lo está esperando con su camiseta número 15 a la espalda el joven Rosado. Se abrazan y el muchacho irrumpe en el campo a la carrera. Nadie lo sabe entonces, pero acaba de entrar en la historia.
En ese momento, Enrique Rosado tiene apenas 16 años, 11 meses y 21 días y durante 34 años ostentará el record de ser el futbolista que en la época moderna debute en el Betis con menos edad. Un honor que en 2011 pasará a manos de Álvaro Vadillo, quien jugará en Granada en 2011 con 16 años, 11 meses y 15 días.
Rosado, bético de corazón, admirador de Gordillo, había llegado a la cantera verdiblanca con 14 años y en la campaña 74-75 completó una buena campaña en los infantiles a las órdenes de Mani. Después, se puso en manos de Pedro Buenaventura. Era un extremo derecho rápido y eléctrico que buscaba el espacio y veía el gol.
Eso pretendió en los minutos que estuvo en el campo. Aprovechar su velocidad y buscar la portería de Gol Sur, que era hacia la que atacaba el Betis. Sin embargo, el partido no daba ya para eso. La eliminatoria estaba resuelta y Cardeñosa dirigía la orquesta buscando más el control que la sorpresa. Intervino poco el joven Rosado y, según recuerda pasados los años, “sólo me llevé un porrazo enorme que me dio Buyo en una salida”.
Terminado el sueño, cada uno volvió a lo suyo. Los profesionales del Betis al fútbol grande y Rosado a la competición juvenil. Desde esas trincheras vivió con pasión las hazañas coperas de los que habían sido sus compañeros y hasta se fue a Madrid en el tren de los béticos para presenciar la final contra el Athletic. Una noche inolvidable en la que animó todo lo que pudo desde la tribuna del Calderón.
A partir de ahí, nada fue como lo había soñado. Pasó por el filial, jugó en Cataluña, lo atropelló la mili, hizo otro intento en la cantera bética y un día, aún joven, decidió ponerle el punto y final a sus sueños de futbolista.
Pero para la posteridad quedarán siempre aquellos 12 minutos en que jugó con el primer equipo. Aquella eliminatoria contra el Deportivo de la Coruña el año que los verdiblancos se proclamaron campeones de Copa. Por eso, con toda justicia, su nombre figura en el estadio junto al del resto de los héroes que hicieron posible aquella extraordinaria conquista. En la Puerta de Cristales del estadio y en el pedestal de la Copa que se venera en el Antepalco. En los espacios sagrados donde se perpetúa el Betis eterno.