El presidente Núñez, rodeado de periodistas, se dirige a los jugadores al inicio de una pretemporada. Años setenta. El Betis camina hacia su gran éxito.

Pepe Núñez, el presidente de la unidad

Por Manolo Rodríguez

 

El Real Betis celebró el 3 de julio de 1969 una de las Asambleas más trascendentes de su historia. Por lo que ocurrió y por lo que se dijo. Pero quizá, y sobre todo, porque marcó el inicio de una época que duró diez años: la etapa presidencial de José Núñez Naranjo. El tiempo de la unidad.

Esa noche fue la primera vez que los béticos se reunieron cerca del estadio. En el Colegio Claret, concretamente. Hasta entonces, las reuniones de los socios siempre habían tenido lugar en el centro de la ciudad y ya este primer simbolismo hacía pensar que llegaban gentes nuevas, con distintos modos.

Presidió la mesa Pascual Aparicio, en su calidad de vicepresidente de la Federación Andaluza y bético con galones. Aparicio fue el presidente-mártir que resistió en el desierto de la Tercera División y su voz tenía peso en el universo verdiblanco. Quizá por eso, abrió la reunión pronunciando unas hermosas palabras que se han trasladado de generación en generación. Habló y dijo: “Al Betis hay que sentirlo, comprendiendo sus problemas y sintiéndose íntimamente responsabilizado con ellos y con su solución”.

Toda una declaración de principios en aquellas fechas. En esos días en que el mayor anhelo era que las diferentes familias del beticismo se unieran bajo un liderazgo honesto y reconocible. El mismo propósito que había animado a algunos candidatos a renunciar a la batalla electoral. Todos entendían que el empresario aceitero José Núñez Naranjo era el hombre idóneo. Y por eso fue elegido por unanimidad.

Pepe Núñez tenía entonces 44 años. Era un bético sólido y un sevillano rotundo. Había sido vicepresidente y conocía sobradamente las penurias económicas de un club embargado, que estaba en Segunda, que apenas tenía seis mil socios y al que se lo comían las obligaciones emitidas para poder comprar el estadio.

Pero que, sobre todo, estaba desunido. Por eso, al ser proclamado, lo primero que dijo es que: “El Betis será lo que los béticos quieran”. Para que no hubiera dudas de que llegaba a servir y de que nunca la voluntad de los dirigentes estaría por encima de lo que quisiera la afición.

Por eso siguió diciendo: “En la unidad ha de residir nuestra fuerza. Todas las metas nos resultarán inalcanzables si previamente no comenzamos por comprendernos, porque sólo a través de esa comprensión generaremos el impulso que nuestro Betis requiere”.

Y con ese ejemplo predicó durante toda una década. Es cierto que las coyunturas deportivas fueron y vinieron, pero el mandato de Pepe Núñez fue siempre un modelo de tolerancia y voluntad de diálogo con todas las fuerzas del beticismo. Quizá el más elocuente modelo de gobierno del pueblo para el pueblo. De béticos para los béticos.

Tal vez por esta razón sus directivos fueron siempre personas respetables y respetadas. Muchos de ellos empezaron y acabaron a su lado en mundo del fútbol y en todo momento parecieron ejecutivos responsables que, con sus aciertos y errores, representaban dignamente los intereses del Real Betis Balompie.

No es de extrañar, por ello, que hasta tres presidentes futuros formaran parte de su Junta Directiva: Juan Mauduit, que lo sucedió; Gerardo Martínez Retamero y Pepe León, aunque este último ya había sido presidente con anterioridad, precisamente el que le cedió el testigo en aquella Asamblea de julio del 69.

Por ello, en estos 110 años de historia que va a cumplir el club, a Pepe Núñez hay que reservarle un lugar preferente junto a otros mitos ya desaparecidos. En el mismo sitial que Moreno Sevillano, Pascual Aparicio, Manuel Ruiz Rodríguez o Benito Villamarín. Esos son sus iguales. Esa es su dimensión en el marco del beticismo.

Porque Pepe Núñez fue el presidente de la consolidación, el que sentó las bases del Betis que ha llegado a nuestros días. Ese fue su legado. Un tránsito de diez años en el que habló poco y trabajó mucho, en el que creció el número de socios, se levantaron tribunas, se reforzó el equipo y en el que se asomó al balcón del Ayuntamiento con una Copa en la mano. La Copa Grande de un Betis que ya era definitivamente grande.

Aquel título viajó siempre con Pepe Núñez. Con él y con la formidable constelación de jugadores que acabó queriendo como si fueran sus hijos. Recordando anécdotas y sucedidos que el beticismo desde entonces ha ido contando de boca en boca. Así, por ejemplo, el día de la final, aquel 25 de junio de 1977, en el almuerzo que precedió al partido, su colega del Athletic, José Antonio Eguidazu, dio por hecho que ganarían los suyos. Y  Pepe Núñez, siempre tan sobrio y prudente, no pudo más. Se le vino arriba el orgullo bético y le replicó al vasco: “Antes de jugar, te doy un cincuenta por ciento de posibilidades… ni una más”. Aquello parece que le gustó al presidente de la Federación Española, Pablo Porta, quien lo cogió del brazo y le dijo al oído: “Si ganáis la Copa esta noche os garantizo que tendré la foto del Betis todo el año en mi despacho”. Y lo cumplió.

Eso fue el principio. Después llegó la guerra de nervios en el palco, y, como epílogo infernal, la ruleta de los penaltis. Algo que nunca dejó de emocionarle y que recordó mil veces: “Aquello fue horroroso. El presidente del Athletic no pudo aguantar y se fue al antepalco, los directivos igualmente, casi me quedé solo, y me lo tuve que tragar todo sin poder comentarlo con nadie. Sólo al final, cuando ya habíamos ganado, me preguntó el Rey qué tal estaba mi corazón. Yo le brindé la Copa, pero se negó; me dijo que no quería privar a los jugadores de la ilusión de dar la vuelta al campo con el galardón”.

Esa noche fue, sin duda, la más grande, la que lo justificaba todo, la noche en que lloró abrazado a su mujer en la soledad del estadio, en la que vio feliz a los béticos, la que abrió las puertas de Europa.

Al día siguiente, ya en Sevilla, se acordó, sobre todo, de la fidelidad de quienes fueron al estadio las crudas noches de invierno en las que se disputaron las eliminatorias más comprometidas, y una vez más reiteró que el éxito no era suyo, “no podía serlo”, sino de quienes nunca dejaron solo al Betis.

En los meses venideros pasaron muchas cosas, algunas buenas y otras muy dolorosas. Pero siempre asumió que la única verdad la tenía la afición soberana. Y jamás lamentó que los vientos soplaran de un modo tan perverso. Todo lo más, llegó a dolerse no tanto de los que le criticaban, sino de los que se quedaban callados en el estadio.

Y pasados diez años, dejó la presidencia el que fue llamado presidente de la verdad. Para convertirse en una referencia permanente en el seno de la entidad. Una figura cargada de prestigio a cuyo oráculo se acercaron siempre todos los que aspiraban a pisar sobre sus huellas. Y a todos les pidió que buscaran con ahínco la unidad de los béticos, ese arcano que tantas veces ha perseguido la entidad.

José Núñez Naranjo murió en el año 2013, siendo el socio número 1 de la entidad y todo el beticismo lloró su pérdida. Hoy se le recuerda como lo que fue: uno de los más grandes presidentes del Real Betis. Por eso esta tarde será homenajeado con toda justicia en el estadio Benito Villamarín.