HISTORIA | La primera socia con voz y voto
Por Manolo Rodríguez
La Asamblea General de Socios del Real Betis del año 1975 tuvo su eco en la historia verdiblanca. Se celebró el viernes 4 de julio en el Colegio Claret y en ella se presentó una propuesta que situaría al club en los nuevos horizontes de modernidad que ya parecían inevitables en la sociedad española.
Una propuesta relacionada con la mujer. Con la mujer bética. Algo poco frecuente en los años anteriores, a pesar de que la presencia femenina hubiera sido bastante común desde sus orígenes en el universo verdiblanco.
El investigador Alfonso del Castillo tiene datado que ya en 1914 había mujeres socias en aquel Betis Football Club que recibió el título de Real y que posteriormente fue absorbido por el Sevilla Balompié. Asimismo, en la década de los 30 del pasado siglo, se hizo bastante evidente en el campo del Patronato un nutrido público femenino al que incluso se le empezó a cobrar la entrada como al resto de los aficionados.
Más tarde, cuando ya era habitual la asistencia de numerosas mujeres a las tribunas de Heliópolis, surgieron algunas señoras que han pasado a la posteridad como auténticos iconos del beticismo. Muy particularmente, las hermanas Conde, propietarias de la mítica pensión donde se hospedaban gran parte de los jugadores que ganaron la Liga de 1935. Unas béticas imponentes, que no sólo fueron aficionadas excepcionales, sino que también se distinguieron por su generosidad y su incondicional ayuda económica al club en los pesarosos años de la travesía del desierto.
De cualquier modo, era obvio que los 40 años de cultura franquista no le habían reservado a la mujer un papel igualitario en ninguna faceta social, sino que, por el contrario, la habían sometido a una marginación sistemática. Por esta razón, resultó tan destacado que en la Asamblea del Real Betis de 1975 se presentara una propuesta que, precisamente, tendía hacia la equiparación de los derechos de uno y otro sexo.
Una propuesta que formuló el entonces vicepresidente verdiblanco, Leandro Fernández Aramburu, solicitando, textualmente: "Que las señoras puedan acceder a la categoría de socios numerarios del club".
Algo que sonaba a nuevo y distinto y que, claramente, pretendía acompasar la realidad social del Real Betis con las nuevas orientaciones legislativas que ya se abrían camino en el horizonte del país. Apenas un par de meses antes (mayo de 1975) se había procedido a la modificación del Código Civil, quedando sin efecto la llamada "licencia marital" que durante tantos años había desposeído a las mujeres de gran parte de sus derechos, en beneficio siempre de sus maridos, quienes eran, a todos los efectos, sus representantes legales.
Este paso, aún corto, y que no acabó de hacerse definitivo hasta la promulgación de la Constitución de 1978, no sólo facultaba a la mujer, entre otros derechos, a disponer de sus bienes y poder aceptar herencias o contratar servicios, sino que, por extensión, venía a evidenciar que las mujeres empezaban a ganarse, poco a poco, el sitio que legítimamente les correspondía en la sociedad de su tiempo.
Esta y no otra fue la razón por la que el Betis quiso ofrecerle en 1975 a las aficionadas del club las mismas posibilidades asociativas de las que ya disfrutaban los hombres.
La propuesta directiva se votó y salió adelante, pero la sorpresa surgió durante el debate de la misma, ya que, en su transcurso, el secretario de la entidad, Juan Mauduit, no sólo aclaró que en los Estatutos de la entidad "no existe prohibición ni limitación alguna a este respecto", sino que, incluso, dijo: "ya figura una señora en el registro de nuestros socios numerarios".
Y así era. Y allí estaba presente en esta Asamblea General de Socios esa pionera que con un año de adelanto había sido capaz de forzar los márgenes de lo posible hasta conseguir lo que ninguna otra socia había conseguido antes.
¿Y quién era esa mujer, tan tenaz y firme? Pues alguien tan digna de admiración y elogio que incluso llegó a plantear abiertamente en la Asamblea de 1974 la siguiente pregunta: "¿Qué es más importante, el machismo o el beticismo?" A lo que, en medio de un gran silencio respondió el presidente Núñez: "Indudablemente, el beticismo".
Una vida bética
Esa señora se llamaba Rafaela Majó Peñuela, tenía 50 años entonces, y toda su vida había estado inspirada por el Betis. Desde que viera desde el jardín de su casa de Villa Rosa, al final de la Avenida de La Palmera, cómo se construía el Stadium de la Exposición.
Felizmente rescatada de los silencios del pasado, hoy se puede construir su formidable historia bética. Y lo ha hecho de manera preferente su nieta, Inés Cortés, quien ha realizado un completo viaje alrededor de la figura de Rafaela Majó para contarnos que fue una mujer adelantada a su época, que siempre creyó en la igualdad entre hombres y mujeres y que ingresó en la nómina de abonados del Real Betis en el año 1972.
Pero eso no le bastaba. Quería ser una socia numeraria con voz y voto dentro de la entidad. Un legítimo deseo que ha explicado muy bien su hija, Margarita Cortés Majó, al manifestar que: "Mi madre se sentía tan capaz como cualquier hombre de abordar un problema y de buscar soluciones. Nunca quiso ser una aficionada consorte y, por ello, a medida que fue creciendo su afición y su sentimiento de pertenencia al club, quiso, como su marido, tener los mismos derechos dentro del club verdiblanco".
Y por ello luchó denodadamente. Por ser lo que quería ser en el universo de los béticos. Lo que acabó logrando el lunes 29 de julio de 1974 cuando la Junta Directiva, según reseña del diario ABC, "dio cuenta de que se había producido el alta como socio numerario y protector de doña Rafaela Majó de Cortés, primera mujer en nuestra Real sociedad que ingresa con plenos derechos políticos y con la esperanza de que se produzcan numerosas altas de actuales socios femeninos, acordándose felicitar a la citada señora".
Rafaela fue la excepción que abrió el camino entre las mujeres béticas, pero toda su vida había navegado por los mismos derroteros. Según cuenta su nieta: "Era una mujer con formación académica, que había sacado matrícula de honor en el instituto y aprobó el examen de Estado para poder ingresar en la universidad, pero su padre no le dejó continuar los estudios. Publicó artículos en la Estafeta Literaria, dedicaba la mayor parte del día a la lectura y su forma de gritar en silencio y de reivindicarse como persona fue a través del Betis".
Hija del abogado andalucista Ricardo Majó Puig, hombre de confianza de Blas Infante y quien liderara en Sevilla el partido Acción Republicana de Manuel Azaña y, posteriormente, el Partido Republicano Autonomista de Andalucía (PRRA), se vio obligada a marchar al destierro de Madrid junto con el resto de su familia una vez terminada la Guerra Civil.
Según relata su nieta, retornó a Sevilla en 1947 para casarse con Juan Cortés Hatton, hijo de inglesa, recepcionista del hotel Majestic, actual hotel Colón. Ahí se reencontró con un Betis que había perdido todo el brillo de la primera mitad de los años 30 y se sumía dolorosamente en la oscura noche de los campos de Tercera.
Gracias al entorno profesional de su marido, decidieron embarcarse en el sector turístico de Sevilla, creando en 1956 la empresa El Patio Andaluz (actualmente El Patio Sevillano) y se entregaron, ambos, a su pasión por el Betis, al que nunca dejaron solo.
Infatigables viajeros, acompañaron al equipo verdiblanco por toda España y de ello guardan excepcional recuerdo los jugadores béticos de la década de los 70. Así lo evocan nombres de culto como Rafael Gordillo, Julio Cardeñosa, Paco Bizcocho, Antonio Biosca, Juan Antonio García Soriano o José Ramón Esnaola. Futbolistas que siguen teniendo tan presente como en aquellos días a aquel matrimonio maduro que siempre estaba donde se encontraba el Betis.
Juan Cortés y Rafaela Majó (socios numerarios y protectores, que era una categoría a la que pertenecían aquellos que donaban una cantidad económica al club sin contraprestación alguna) vivieron la felicidad del título de Copa de 1977 y fueron testigos en Milán y Tbilissi de aquel año mágico en que el Real Betis dejó su huella en Europa.
Y en Heliópolis nunca faltaban en sus localidades de Preferencia baja cuando el campo aún era aquel que Rafaela viera construir desde Villa Rosa o, posteriormente, en el Primer Anfiteatro cubierto izquierdo cuando se produjo la profunda renovación de 1980 que levantó el estadio que acogió la Copa del Mundo de 1982.
Rafaela Majó Peñuela falleció en 2014, cuatro décadas después de que entrara en los libros de la historia bética. Hoy, felizmente, gracias a la tenacidad de su nieta y al esfuerzo investigador que se afana en contar las cosas tal como fueron, podemos reivindicar, y homenajear, la figura de esta pionera.
Una gran mujer que, por serlo, fue una bética excepcional y única.
Y un motivo de orgullo para el Real Betis Balompié.