HISTORIA | Recuerdos de Brasil
Hace 38 años que el estadio Benito Villamarín alcanzó su cenit al acoger dos partidos del Mundial-82 entre la alegría de la samba y los tambores de la torcida brasilera
Por Manolo Rodríguez
El estadio Benito Villamarín, aquel vetusto Stadium de la Exposición que abriera sus puertas el 17 de Marzo de 1929, y que fuera adquirido en propiedad por el Real Betis Balompié el 12 de agosto de 1961, alcanzó su cenit deportivo el viernes 18 de junio de 1982, la noche en que acogió un partido correspondiente a la Copa del Mundo de ese año. El primero de los dos encuentros que, con tan destacado motivo, se celebraron al final de La Palmera.
Heliópolis lució espléndido para la ocasión. Se habían gastado 432 millones en las obras de remodelación y todo estaba preparado para acoger a la selección de Brasil, cabeza de serie del grupo VI y el gran regalo que la FIFA le había dispensado a la afición sevillana.
De Sevilla, además, había salido la mascota del campeonato, el ya célebre "Naranjito", que fuera creado por los creativos José María Martín Pacheco y Dolores Salto Zamora, en la empresa hispalense "Publicidad Bellido". Años más tarde, reveló el diario ABC que "compitieron con más de 200 agencias y 586 dibujos presentados al concurso convocado. Un millón de pesetas cobraron por el premio y después la Federación Española vendió los derechos de explotación e imagen a una empresa británica por 1.400 millones..."
Las sedes de Sevilla y Málaga fueron las anfitrionas de los equipos encuadrados en el sexto grupo del Campeonato. Una decisión sobre la que no hubo duda desde el principio. Lo que mereció una mayor reflexión fue la elección de los estadios que acogerían los partidos mundialistas en la ciudad hispalense.
Inicialmente, y para ahorrar gastos, se pensó que bastaría con jugar los encuentros asignados a Sevilla en el Sánchez Pizjuán. Con esa idea se elaboraron los primeros borradores, hasta que significados béticos y algún periodista pusieron pie en pared. El Mundial no podía ser sólo cosa de estadios, sino de clubes y, junto a eso, debería ser reflejo de la sociedad sevillana y de sus afectos deportivos. Y entre esos afectos, de manera quizá mayoritaria, estaba el Real Betis Balompié, un símbolo eterno de la ciudad.
Dadas las correspondientes argumentaciones donde hubo que darlas, el Gobierno y los dirigentes del Mundial-82 quedaron plenamente convencidos de que el estadio Benito Villamarín tenía que ser una sede prioritaria. Y así ocurrió.
A medida que se avanzaba en los preparativos del torneo, los responsables sevillanos manifestaron abiertamente su interés por que Brasil ostentara la cabeza de serie de dicho grupo y, afortunadamente, sus peticiones fueron tenidas en cuenta. Completaron la serie el potente equipo de la URSS y los combinados de Escocia y Nueva Zelanda.
Tras el sorteo, celebrado en Madrid el 16 de enero de 1982, la Confederación Brasileña envió a Sevilla una delegación en la que figuraba el seleccionador nacional, Tele Santana, quien fue el encargado de elegir el alojamiento de sus jugadores.
Acompañados por Ricardo Ríos, jefe de prensa de la sede sevillana, visitaron distintos establecimientos hoteleros y acabaron decidiéndose por el Parador Nacional de Carmona. Según ha declarado en alguna ocasión el propio Ríos, tomaron esta decisión "porque se quedaron impresionados con el cocido que se comieron en el Parador cuando lo estuvieron viendo. Tele Santa llegó a decir que si sus jugadores comían exquisiteces así terminarían siendo campeones".
La expectación que arrastraban los brasileños era extraordinaria. Imponente la cobertura mediática y la legión de periodistas que los acompañaban. Fueron a entrenar a Mairena del Alcor y la petición de líneas microfónicas de las distintas emisoras de radio en el campo fue incluso superior al número de líneas que había para todo el pueblo. Una locura.
Brasil disputó sus tres partidos en Sevilla. El primero, contra los soviéticos, en el Sánchez Pizjuán y los dos restantes en el Villamarín. Y en ellos estuvo el presidente de la FIFA, el también brasileño Joao Havelange, quien, por cierto, había entablado meses antes una estrecha amistad con quien fuera presidente de la Federación Andaluza, y significado bético, Adolfo Cuéllar Contreras.
La víspera de su debut acudieron a Heliópolis a entrenar, y allí los directivos béticos agasajaron a los dirigentes brasileños como merecían. El vicepresidente, José León, le entregó al presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, Giulette Coutinho, una reproducción en plata de la Giralda, al tiempo que manifestaba sin tapujos: "que en los partidos que se iban a jugar en el Villamarín, el Betis y los béticos iban con Brasil".
Y así debió ser, porque aquel 18 de junio el estadio entero -salvo los escoceses, claro- apoyó a los brasileños. Contagiados todos de ese maravilloso acontecimiento que jamás podrá olvidarse. El que protagonizaron los aficionados de camiseta amarilla con sus escuelas de samba, sus tambores, y aquella cometa que surcaba el cielo sevillano como si tuviera vida propia.
Sobre el terreno de juego, Brasil fue un espectáculo. Goleó por 4-1 a Escocia con tantos prodigiosos de Zico, Óscar, Eder y Falçao, y dejó esa impronta de equipo sobrenatural que ya se le presentía.
Bajo la dirección arbitral del colegiado de Costa Rica Luis Siles Calderón (vestido con camisola roja y pantalón negro), éstas fueron las alineaciones que convirtieron al Villamarín en estadio mundialista:
Brasil: Waldir Pérez; Leandro, Óscar, Luizinho, Junior; Toninho Cerezo, Sócrates, Zico, Falçao; Serginho (Paulo Santana) y Eder.
Escocia: Rough; Gray, Souness, Hansen, Narey; Miller, Ward, Hartford (Mc Leing), Strachan (Dalglish); Archibald y Robertson.
Cinco días más tarde, el 23 de junio, la víctima brasileña en Heliópolis fue Nueva Zelanda. Otros 4 goles, 2 de ellos de Artur Antunes Coimbra "Zico", impresionantes ambos, y uno de Falçao y Serginho.
Presidió el partido el máximo responsable de la FIFA, Joao Havelange, y esta vez la demostración de fútbol fue aún mayor, más generosa, ante un rival que ofreció muy poca resistencia.
Esa noche, cuando la escuela de samba "Custodio de Melo" marchaba Palmera arriba como si en Sevilla fuera Carnaval, nadie podía pensar que días más tarde pasaría en Barcelona lo que pasó. No era posible admitir que aquella escuadra no alzara la Copa y que la magia de Zico, la elegancia de Sócrates, la ingravidez de Falçao o los tiros a 175 kilómetros por hora de Eder se quedaran sin el premio del cuarto Mundial para Brasil.
Pero así ocurrió. En Sarriá, el 5 de julio de 1982, Italia dio la gran sorpresa del torneo al eliminar a Brasil. Y ello provocó que nunca saliera al mercado discográfico la canción "Voa, canarinho, voa", esa samba grabada por los integrantes de la selección, con la voz solista del formidable lateral Junior, que estaba previsto que se convirtiera en el gran emblema sonoro del Mundial ganado.
Una canción de la que sí pudimos disfrutar los sevillanos muchos años gracias a la maqueta que el propio Leovigildo Lins da Gama "Junior" le regaló al periodista sevillano José Antonio Sánchez Araujo.
Al menos, queda para el recuerdo que aquella constelación de estrellas mundiales jugó dos noches inolvidables en el césped de Heliópolis.
Estos días está haciendo 38 años.