HISTORIA | Cuando los campeones del 35 volvieron a casa
Larrinoa, Valera, Areso y Aedo, cuatro héroes con distintos vínculos béticos a lo largo de los años, recibieron en la década de los 80 el cálido homenaje de la afición
Por Manolo Rodríguez
En la temporada 1984/85 conmemoró el Real Betis el 50 aniversario del campeonato de Liga ganado en el 35. El gran éxito que hemos venido recreando en las últimas semanas. Esa prodigiosa gesta que situó al club verdiblanco en lo más alto del fútbol nacional.
En aquella Liga, el Betis, presidido entonces por Gerardo Martínez Retamero, quiso honrar el cincuentenario del título con una serie de actos cuya dirección le fue encargada a Alfonso Jaramillo, el venerado patriarca que había navegado por todos los mares.
El momento culminante de aquella celebración se vivió el domingo 18 de noviembre, antes de que comenzara a disputarse en Heliópolis un apasionante Real Betis-Real Madrid de Liga. Entre aplausos, saltaron al campo Rufino Larrinoa y Pepe Valera, dos de los supervivientes de aquella hazaña, a los que flanqueaban los capitanes de uno y otro equipo, Rafael Gordillo por los verdiblancos y Carlos Santillana por los del Bernabéu.
Hicieron el saque de honor y trajeron emociones de otro tiempo que agradeció mucho la afición. Se trataba de dos nombres míticos que habían permanecido muy vinculados al Betis a partir de la guerra. En particular, Pepe Valera, un hombre de la casa que resultó providencial para crear la cantera bética y devolverle el orgullo a los más jóvenes.
Rufino Larrinoa, aunque socio del Athletic, también ejercía de bético en sus tierras vascas. Mantuvo un estrecho contacto con el club a lo largo de varias décadas e incluso su hijo Patxi, recientemente fallecido, llegó a jugar varios partidos amistosos con la camiseta verdiblanca en la temporada 1955/56.
Después de los sentidos prolegómenos, la tarde resultó espléndida, ya que el Betis goleó al Madrid por 4-1, con dos goles de Rincón y uno, respectivamente, de Parra y Romo.
Areso y Aedo
Dos años más tarde las circunstancias quisieron que en el Villamarín volviera a recordarse a los campeones de Liga del 35 y, además, con la feliz presencia de dos de los jugadores que mayor influencia tuvieron en su momento en aquella conquista apoteósica.
Areso y Aedo pisaron la hierba de Heliópolis el 25 de octubre de 1987 y el estadio fue un clamor cuando hicieron el saque de honor en un partido de Liga contra el Logroñés
Ambos fueron honrados en el palco y recibieron de manos del presidente Martínez Retamero la insignia de oro y brillantes del club. Confesaron que la vida, y principalmente la guerra, les había obligado a ser muy duros, pero que esa tarde no habían podido reprimir las lágrimas ante el cariño de una afición que pasados los años y las devastaciones seguía ahí, al pie del cañón, animando a los suyos, queriendo al Betis.
En aquel tiempo, Pedro Areso vivía en Buenos Aires y Serafín Aedo en México DF. La oportunidad de viajar a España se la había ofrecido el Gobierno vasco, que una semana antes reunió en Bilbao a varios de los supervivientes de la selección vasca que recorrió Europa y América durante la guerra civil. A siete de sus supervivientes, entre los que se encontraban Luis Regueiro, Lángara, Emilín, Larrínaga, Pablito y los mencionados Areso y Aedo.
El 17 de octubre asistieron en San Mamés al partido Athletic-Real Sociedad y al día siguiente se reunieron en una cena en un hotel de Bilbao con representantes del Gobierno vasco y de la selección vasca que en 1980 disputó tres partidos ante Irlanda, Hungría y Polonia.
De ahí, se desplazaron a Sevilla reclamados por Alfonso Jaramillo y en el estadio despertaron una expectación que aún a día de hoy conmueve. Todo el mundo quería ver y tocar a aquellos héroes de hablar pausado y nostalgia en la mirada. Aedo, con su boina; Areso, con una media sonrisa evocadora.
No era la primera vez que pisaban Sevilla desde el final del conflicto civil, pero sí que eran personajes lejanos, rodeados de un aura de misterio que se había ido agigantando con el paso de los años.
Serafín Aedo, según reveló una investigación del historiador Alfonso del Castillo, visitó Sevilla en 1970, la primera vez que lo hacía desde 1936. Estuvo alojado en un céntrico hotel de la capital e incluso se hizo socio del Real Betis para sumarse a la "operación 15.000", aquella iniciativa popular promovida por el presidente Pepe Núñez que tenía como finalidad incrementar el número de abonados en la entidad.
En lo mejor y en lo peor
El caso de Pedro Areso es muy distinto. Radicalmente opuesto. Y con la paradójica circunstancia de que estuvo presente en el momento más importante de la historia del Betis, pero también en el más trágico. En el título de Liga y en el descenso a Tercera. En el primero de los casos, como jugador verdiblanco y en el segundo, como entrenador del equipo que derrotó al Betis y provocó su caída al abismo.
Lo contaremos. Areso, como se sabe, dejó la disciplina bética en 1935. Fue traspasado al Barcelona y allí le sorprendió la guerra. Se enroló en la selección vasca y marchó al exilio, afincándose en Argentina, donde llegó a entrenar con el River Plate y fichó por el Racing de Avellaneda.
Pero en 1946 decidió volver a España acogiéndose al decreto del 9 de octubre de 1945, por el que se les concedía el indulto total a todos aquellos que, según se decía textualmente, "delinquieron inducidos por el error, las propagandas criminales y el imperio de gravísimas y excepcionales circunstancias". Una medida con la que el Gobierno de Franco pretendía ofrecerles una imagen más civilizada y menos totalitaria a las potencias aliadas que habían derrotado al nazismo.
Areso lo creyó y volvió a España. No pesaban sobre él graves delitos y, junto a la llamada del terruño, lo movía un cierto desencanto con el proceder de las autoridades del Gobierno vasco durante el periplo de la selección de Euskadi. Se puso a las órdenes del Barcelona, que era el titular de sus derechos federativos, pero a los azulgranas les pareció que ya estaba mayor y lo cedieron al Racing de Santander, donde jugó apenas 6 de partidos en la temporada 1945/46.
Al año siguiente, le ofrecieron ser entrenador, cargo que aceptó. Y ahí fue donde se encontró con el Betis, en Segunda División. El 15 de diciembre de 1946 se sentó en el banquillo visitante de Heliópolis, saludó a los viejos amigos, rememoró aquel pasado glorioso y lejano y, al final, se llevó un valioso empate a dos para La Montaña.
Cuatro meses más tarde se vieron las caras en El Sardinero. El 13 de abril de 1947, el día del Holocausto bético. Un partido a cara o cruz en el que quien perdiera, bajaba. Y perdió el Betis. El Racing se agarró a la promoción con aquella victoria, pero también acabaría descendiendo tras ser derrotado por el Valladolid.
Después de aquello, Areso marchó a entrenar a la Gimnástica Burgalesa en una ciudad que era el símbolo de las esencias del Régimen. Donde firmó Franco el último parte de guerra. Allí le hicieron la vida imposible. Lo consideraban un nacionalista peligroso y cuenta el historiador José Ignacio Corcuera, en un brillante ensayo publicado en la revista de CIHEFE, que un día lo citó en su despacho el general Yagüe para decirle claramente que se fuera del club burgalés porque allí no lo querían.
Intentó sin suerte quedarse en el Atlético Aviación y en el Sporting de Gijón y, visto lo visto, volvió a tomar el camino del exilio, primero en los banquillos de Portugal y después en varios países hispanoamericanos.
En 1963 lo fichó para el Espanyol Alejandro Scopelli, aquel entrenador argentino que se hiciera famoso por darle oxígeno a los jugadores en el descanso de los partidos, a fin de recuperarlos del esfuerzo y para que rindieran mejor en el segundo tiempo.
Scopelli era en el club "perico" lo que hoy consideraríamos como un manager general y apostó por su amigo Pedro Areso, entonces en Chile. El 10 de noviembre de 1963 volvió a enfrentarse al Betis, esta vez en Sarriá. Y no a un Betis cualquiera, sino al Betis que llegó como líder al campo del Espanyol cuando ya se jugaba la octava jornada. El resultado final fue de empate a uno, con gol de Ansola.
En la década de los 70, Pedro Areso se estableció en Buenos Aires y ya no tuvo contacto con el Real Betis hasta aquella soleada tarde de octubre de 1987 en que saltó a la hierba de Heliópolis con su querido Serafín Aedo, ese amigo de siempre con el que había ganado una Liga y había debutado en la selección española.
Posiblemente, uno de los días más felices en la vida bética de Alfonso Jaramillo y de todos aquellos que guardaban memoria de la epopeya gloriosa de 1935.