Carlos Timoteo Griguol, con su gorra y su corbata estampada de balones, la noche en que el Real Betis derrotó al Valencia. Cuando el maestro se impuso al alumno. (Haz click para la imagen)

HISTORIA | El maestro contra el alumno

La estrecha relación entre Griguol y Cúper, entrenadores del Betis y del Valencia, se convirtió en la gran noticia del choque que enfrentó a ambos equipos en Heliópolis en 1999

Por Manolo Rodríguez

 

Al inicio de la campaña 1999-2000 al Real Betis lo entrenaba un tipo peculiar. Un argentino de casi 65 años al que apodaban 'El Viejo'. Se llamaba Carlos Timoteo Griguol y con su gorra, sus polos estampados, sus vistosas gafas de sol, sus corbatas indescriptibles y sus palabras siempre llamativas, se parecía muy poco a lo que decían que era.

Porque en Sudamérica a Griguol se le consideraba un maestro. Un personaje que en los años 60 había jugado como medio volante y que desde 1971 había entrenado a equipos como Rosario Central, River Plate, Ferrocarril Oeste y Gimnasia y Esgrima La Plata, obteniendo buenos resultados con todos ellos. Un mito en la Argentina, donde su máximo logro fue hacer campeones a los modestos verdolagas de Ferro en la década de los 80.

Era sabido que Carlos Timoteo Griguol no había sido la primera opción para dirigir al Betis tras la frustrada campaña anterior, la de los cuatro entrenadores y la decepción con Clemente. El presidente Lopera tuvo fichado antes al también argentino Américo Rubén Gallego, pero después de haberlo oficializado hubo de dar marcha atrás porque Gallego no contaba con una experiencia mínima de tres años al frente de un equipo de Primera División, tal como se le exigía a los entrenadores extranjeros.

Entonces convenció a Griguol, que semanas antes le había dicho que no al Mallorca. Y hasta aquí se vino el hombre de la gorra, quien llegó acompañado del segundo entrenador Gabriel Perrone (que además era su yerno) y del preparador físico Matías Valdecantos. Un trío que costaría 350 millones de pesetas en dos temporadas.

El verano, como todos en ese tiempo, fue mayormente convulso. Alfonso se quiso ir al Madrid, se recrudecieron las hostilidades contra el Sevilla, fue rechazado el defensa Geli y la única gran alegría llegó con la consecución del segundo Carranza de la historia. Pero la Liga no empezó bien. Derrota en Bilbao, empate en casa con el Déor y siniestro total en Málaga. Y sin meter ni un gol.

Así se llegó a la cuarta jornada, en la que visitaría Heliópolis el Valencia. Un grande que todavía no había puntuado, a pesar de que estrenaba en el banquillo al entrenador de moda en el fútbol español. Otro argentino llamado Héctor Cúper que había triunfado con clamores en Mallorca, y que llamaba la atención por sus métodos expeditivos y por los golpes que les daba a sus jugadores en el pecho cuando estos iban a saltar al campo.

En las vísperas del partido sólo se habló de algo que ya sabíamos, pero que en aquellos días se repitió hasta la saciedad, y era que a Cúper se le consideraba el discípulo aventajado del maestro Griguol. Una relación de pupilaje que se había forjado en los lejanos años de Ferrocarril Oeste cuando el joven Héctor Raúl Cúper era el defensa central y máximo símbolo de aquel equipo de hierro.

Griguol lo conoció con apenas 18 años y desde entonces fue su amigo. Cúper, por su parte, tras abandonar el fútbol, inició una carrera de entrenador en la que siempre se guió por los métodos y las formas que le había visto al 'viejo'. En Argentina escribieron que eran dos almas gemelas persiguiendo un mismo estilo futbolístico.

Ambos se encontraron sobre la hierba del Villamarín el sábado 18 de septiembre de 1999. A las nueve de la noche. Quizá para no alimentar el morbo, ni siquiera se saludaron. Apenas un leve saludo con la cabeza desde la distancia. Ambos muy trajeados y con rostro grave. Los dos golpearon el pecho de sus futbolistas en el túnel. Y Griguol, con su eterna gorra y luciendo una corbata en la que sobre fondo negro se estampaban balones blancos de distinta medida. 

Heliópolis estrenaba esa noche los palcos vips y en las gradas hubo mucho público animoso e ilusionado. El Valencia vistió de naranja y el arbitraje corrió a cargo del gallego Puentes Leira. Las alineaciones fueron las siguientes:

Real Betis: Prats; Otero, Filipescu, Bornes, Luis Fernández; Finidi, Alexis, Karhan (Ito, m. 79), Denilson; Alfonso y Oli (Romero, m. 72, Rivas, m. 90). 

Valencia CF: Cañizares; Angloma, Djukic, Pellegrino; Angulo, Gerard, Albelda, Mendieta, Kily González; Sánchez e Ilie.

Los primeros compases del encuentro tuvieron color visitante. El balón merodeó el marco bético, pero Prats resolvió con eficacia. Después se equilibró el choque y en el minuto 26 llegó el gol que le dio la victoria a los verdiblancos. Centró Denilson desde la izquierda; repelió la defensa valencianista; chutó Alexis desde fuera del área y cuando la pelota iba hacia el centro de la portería Oli le cambio la trayectoria con la cabeza en el punto de penalti. Cañizares sólo pudo mirar. Un gol tardío, pero cierto, ya que el Betis es el equipo que más tarda en marcar de toda la categoría.

El gol tranquilizó al Betis que, no sin algún susto, aguantó el resultado durante toda la segunda parte. Incluso pudo abrir más brecha en el marcador si el colegiado hubiera sancionado con penalti unas claras manos de Angloma.

La victoria se celebró ruidosamente y ni siquiera entonces, con todo acabado, Griguol y Cúper se estrecharon siquiera las manos. Estaba claro que sólo querían que se hablara de fútbol. Muy argentino.

En la sala de prensa tampoco hubo ni una sola alusión a tan vieja amistad, pero ante los micrófonos y los periodistas el viejo Griguol protagonizó una de sus actuaciones más recordadas y memorables. Tras hablar del partido, se puso de pie y antes de marcharse habló de su llamativa corbata negra estampada de balones. Dijo que esas pelotitas le habían dado, a él y a su familia, todo lo que tenían y reveló que ya llevaba dirigidos 1.122 partidos en su carrera. Los periodistas lo despidieron con una emocionada ovación.

Lo único desafortunado en tan agradable noche fue la lesión del debutante Sebastián Ariel Romero, al que apodaban el 'Chirola' por su parecido con un muñeco que hacía furor en la televisión argentina, de donde también procedía. En concreto, de Gimnasia y Esgrima La Plata, el equipo que había dirigido Griguol hasta pocos meses antes. Un mediocampista al que el técnico llamaba “el maquinita” porque cuando se ponía en marcha no había quien lo parara. Romero entró en el campo a falta de 20 minutos, pero antes del final del partido se tuvo que ir lesionado. Toda una metáfora de su muy escasa aportación en los dos años que vistió de verdiblanco.

Aquella victoria le dio aire al Betis y a Griguol, pero las cosas nunca fueron como se pensaba y a finales de enero acabaron echando a aquel agradable hombre de la gorra. Ese tipo peculiar que nunca acabó de enterarse de dónde estaba.

Se despidió de los jugadores sin una mala palabra y dio la impresión de que se había  quitado un gran peso de encima. Dijo que se iba a Miami a descansar unos días, aunque tardó dos semanas en finiquitar el contrato. Cuatro meses más tarde el Real Betis se fue a Segunda División.

Por su parte, el alumno Cúper clasificó al Valencia en el tercer puesto de la tabla liguera y disputó la final de la Champions League contra el Real Madrid.

Sin duda, le fue mejor que a su maestro.