HISTORIA | La gabardina de Iriondo
Una prenda que marcó la imagen del entrenador campeón de Copa en 1977 y que fue elevada a categoría de icono en el imaginario sentimental de los béticos.
Por Manolo Rodríguez
Estaba acabándose el mes de octubre de 1976 cuando el Real Betis anunció el fichaje de Rafael Iriondo, el entrenador que venía a sustituir a Ferenc Szusza después de que el húngaro hubiese cubierto en el banquillo de Heliópolis un largo ciclo que ocupó casi un lustro. Mucho tiempo para lo que era común en aquel tiempo (y en este) en los mandatos de los entrenadores.
Szusza había sobrevivido a los momentos dulces y a las amargas decepciones y, con el paso de las temporadas, llegó a convertirse en una referencia constante de aquel creciente Betis de los 70. Un tipo amable, risueño, vitalista, que se movía por los entornos béticos con entera normalidad y que ya sería para siempre el "Tito Ferenc" con que lo bautizó cariñosamente un programa radiofónico de gran éxito.
Pero, ahora, a Szusza se lo llevaban por la fuerza a su Hungría natal. Las autoridades deportivas de su país lo consideraban necesario para sus proyectos de futuro y él no podía negarse al imperativo reclamo de los dirigentes comunistas. Con lágrimas en los ojos dijo adiós y a ese llanto se sumó el beticismo entero, mientras que se sucedían los homenajes de peñas, tertulias y socios.
En medio de tanta despedida apareció en el Villamarín Rafael Iriondo. Y lo primero que supimos de él es que vestía una gabardina al "estilo Bogart", de las de toda la vida, con la que se retrató cuando Szusza le traspasó los poderes el día de su llegada. Una prenda que marcó para siempre al personaje y que inmediatamente fue elevada a categoría de icono en el imaginario de los béticos.
Aquella gabardina estuvo en boca de todos y fue glosada lo mismo por el periodismo deportivo de batalla que por los columnistas más ilustrados de la ciudad. Hasta su hija Itziar me confesó hace unos meses que "también en la familia bromeamos en muchas ocasiones con que no se quitaba nunca la gabardina. Algo que ya había dado mucho que hablar cuando fue entrenador del Athletic".
Al llegar al Betis Rafael Iriondo era un hombre de 58 años, pero que, por su larga trayectoria, y por los ecos del pasado que despertaba su nombre, parecía el padre y casi el abuelo de todos los que lo tratamos en esos días. Su formidable carrera traía recuerdos del viejo San Mamés y, sobre todo, de aquella mítica delantera en la que jugó como extremo derecho junto a Venancio, Zarra, Panizo y Gainza. Un clásico del fútbol español de postguerra.
Antes de eso había sobrevivido al inmisericorde bombardeo de su Guernica natal el 26 de abril de 1937 y a partir de ese día en que su familia lo perdió todo, se enroló en el ejército de Euskadi. Estuvo prisionero en el penal de El Dueso y al ser puesto en libertad hubo de volver al frente, incorporado al ejército de Franco.
Pasó un frío hiriente en la batalla de Teruel, acabó la guerra en el valle de Arán y después lo obligaron a hacer la mili en África, en el cuartel de Alcazarquivir, lo que le dio la posibilidad de jugar unos pocos partidos en el Atlético Tetuán, al tiempo que trabajaba como administrativo en una tintorería de Ceuta.
De vuelta en Bilbao se quedó para siempre en la banda derecha del ataque de "los leones" y vistió durante 13 temporadas la camiseta rojiblanca, ganando 4 Copas y 1 Liga. En todo ese tiempo sólo jugó una vez contra el Betis, concretamente el 27 de septiembre de 1942, en un partido que ganaron claramente los vascos en San Mamés y en el que Iriondo hizo un gol.
Se despidió como futbolista en la Real Sociedad y en 1955 inició la carrera de entrenador en el Indauchu. El año en que logró convencer a su íntimo amigo Telmo Zarra de que se fuera con él a su equipo, a pesar de que Benito Villamarín intentó por todos los medios fichar para el Betis al legendario goleador.
En los banquillos tuvo éxitos muy significativos. Ganó una Copa con el Athletic, ascendió al Espanyol y al Zaragoza y clasificó para la competición europea a la Real Sociedad y al propio Athletic. Era, pues, un técnico reconocido al que el Betis fue a buscar en cuanto que supo que lo de Szusza no tenía solución.
La prima por la Copa
Llegó a Sevilla un miércoles y presenció desde el palco el partido copero que enfrentó a los verdiblancos contra el Baracaldo. Al día siguiente, jueves 28 de octubre, acudió al vestuario para saludar a los jugadores y entrevistarse con el entrenador saliente y, ya por la tarde, firmó su contrato en la antigua secretaría de la calle Conde de Barajas, flanqueado por el secretario, Juan Mauduit, y por el vicepresidente 2º, Leandro Fernández Aramburu.
Un contrato, por cierto, que fue muy comentado en su momento, ya que durante la negociación del mismo Iriondo solicitó que se incluyeran unas cantidades en concepto de prima, no sólo si el Betis se clasificaba para competición europea, sino también si los verdiblancos ganaban un título. Los directivos se miraron con cierta incredulidad, ya que no era común que los entrenadores que llegaban a Heliópolis tuvieran tan altas ambiciones y, como es natural, le dijeron que sí.
- ¿Cuánto quiere por ganar la Copa?, le preguntaron.
- Un millón de pesetas, ¿les parece bien?, respondió Iriondo
A los dirigentes les pareció bien. No tenían nada que perder. Si no se alcanzaba el logro (y hasta el momento no se había alcanzado nunca) la cosa no pasaría mayores y si, felizmente, el Betis acababa siendo campeón (como ocurrió) este sería el dinero mejor gastado de la historia.
El domingo 31 de octubre presenció en Heliópolis la apoteósica despedida de Ferenc Szusza y los días previos los dedicó a buscar casa en Sevilla. Se decidió por un chalecito en la Plaza de los Andes, a tiro de piedra del estadio y muy cerca del bar Avelino, donde se instaló con su esposa, Charo Echevarría. A partir de ahí, empezó a trabajar con unos jugadores de los que sólo conocía a José Ramón Esnaola, quien ya había estado a sus órdenes en la Real Sociedad en la campaña 1972/73.
La plantilla lo acogió con agrado, pero con el cierto prejuicio de que aquel hombre que venía tan del pasado pudiera ser un entrenador antiguo. Y enseguida se convencieron de lo contrario. El gran Julio Cardeñosa ha repetido muchas veces que: "Nos sorprendió muy gratamente su mentalidad y su forma de trabajar tan modernas y la forma de dialogar con nosotros, porque también era un poco nuestro padre. Nos daba libertad en el centro del campo y jugábamos un 4-3-3 que se volvía un 4-4-2 cuando nos replegábamos, ya que a la hora de defender todos teníamos que ocupar el terreno de juego racionalmente".
A Juan Antonio García Soriano y Juan Manuel Cobo, veteranos navegantes, les impresionó asimismo el metódico trabajo con la pelota parada que impuso el técnico vasco. "Ensayábamos mucho las faltas y los córners y siempre nos recordaba eso que ahora se dice tanto de que los partidos se deciden en los detalles". Esnaola por su parte, valoró siempre el excelente orden táctico que le dio al equipo. "Veía muy bien el fútbol, nos mostraba los movimientos en la pizarra, y su aspiración era que el equipo estuviese bien armado en todo momento".
Rafael Iriondo debutó como entrenador del Real Betis en la 9ª jornada de Liga, justo la misma que se cumple en el campeonato de este año en Valladolid, y el comienzo no fue precisamente alentador. Derrota en Elche, pero a la que le siguió una semana más tarde un meritorio triunfo en el Villamarín ante el Atlético de Madrid, líder del campeonato.
Desde entonces fue habitual verlo con su chándal verde en los campos de entrenamiento de la Universidad Laboral, de Mairena, del Puerto o del eufemístico "Maracaná" paredaño al Gol Norte del estadio, y con su gabardina de reglamento cuando llegaba la hora de sentarse en el banquillo.
La confianza en Gordillo
Fue haciendo camino con el Betis esa campaña y llegados los meses de enero y febrero de 1977 deslumbró al mundo dándole carta de titularidad a Rafael Gordillo, un muchacho de medias caídas que se estaba haciendo un nombre en el filial. Fue Iriondo quien inició su grandeza, situándolo primero como extremo izquierdo y, al correr del tiempo, como lateral zurdo, ya que siempre creyó que aquel muchacho tenía condiciones por sus facultades para jugar ahí. Para los grandes recorridos y porque veía mucho mejor el fútbol de cara.
Por eso, Rafael Gordillo siempre lo ha considerado su "padre futbolístico". Tanto que, según ha confesado: "Quizá yo no habría sido futbolista de Primera si él no hubiera llegado al Betis. Él creyó en mí y vio unas cualidades que nadie me había visto".
El afecto entre ambos fue mutuo desde el primer día. Jamás lo ocultaron. Años después de ganada la Copa del 77, alguien le comentó a Iriondo que Gordillo había declarado que le hubiera encantado jugar el partido contra el Athletic en el Calderón. Y el entrenador respondió: "Y a mí, ponerlo".
Esa primera temporada de Iriondo en Sevilla se convirtió en un éxito rotundo: 5º en la Liga y campeón de Copa, idéntica a la del Betis de Pellegrini la pasada campaña. La noche mágica del Calderón no tuvo puesta la gabardina, pero sí lució unas gafas de sol que ni siquiera se quitó cuando se lanzaron los penaltis ya en plena madrugada. Otro misterio nunca aclarado.
La gabardina volvió al año siguiente en los viajes por Europa y con ella cruzó el muro de Berlín y mal durmió en el aeropuerto de Moscú cuando, perdidos los nervios ante el maltrato ruso, pidió a voces ver a Leónidas Breznev, que era quien más mandaba entonces en la Unión Soviética.
Fotos de Iriondo con su gabardina hay tantas como recuerdos emocionados de aquella época. Sentado en el banquillo, atendiendo al periodismo, dando órdenes en la banda, viajando con el equipo, llegando a los entrenamientos... Hasta el escritor Antonio Burgos situó la gabardina en el simbólico museo sentimental del beticismo y se preguntó en un memorable artículo publicado en el ABC al día siguiente de la manifestación del 15-J de 2009 cuánto valía ese patrimonio inmaterial de los béticos.
A pesar de que su segunda temporada en el Villamarín acabó con un descenso inexplicable, las puertas del Betis se le abrieron de nuevo en 1981. Pero segundas partes nunca fueron buenas y, al decir de "sus" futbolistas, las cosas ya parecieron distintas. Siguió fumándose su inevitable purito después de las comidas, mantuvo la amistad inquebrantable con Vicente Montiel, pero el ambiente fue otro. Quizá porque en este retorno ya no se le vio tanto con aquella gabardina que marcó su paso por el Betis y fue la encarnación de una época. La del título de 1977.
Estuvo con nosotros cuando se conmemoraron los 15 años de aquel título y volvió para el acto "Siempre Verdiblancos" con que homenajeamos a los dioses béticos en el año del Centenario. Quiso haber venido a la celebración de los 35 años, en 2012, pero ya no le acompañaron las fuerzas. Murió a los 97 años de edad en 2016 y Rafael Gordillo representó al Real Betis en su funeral en los Jesuitas de Indautxu.
En la final de Copa de 2022 la familia Iriondo estuvo representada por su hija Itziar y su nieto Lucas. Las invitó el Betis, visitaron el estadio, se reencontraron con las imágenes del 77 y fueron muy felices cuando Joaquín levantó el trofeo. Era natural. "En nuestra casa -confesó- todos somos del Athletic, pero yo sé que el Betis estaba en el corazón de mi padre y por eso en nuestra familia lo hemos querido siempre".