HISTORIA | Recordando a Vicente Montiel
El eterno masajista verdiblanco de las "manos mágicas" recibió el último adiós de Heliópolis una tarde de mayo de 1999 en la que el Real Betis recibió al Real Mallorca
Por Manolo Rodríguez
El domingo 2 de mayo de 1999 el Real Betis recibía en Heliópolis al Mallorca. Una tarde soleada y agradable en la que los jugadores béticos saltaron al terreno de juego con una camiseta blanca que llevaba impresa la leyenda: "Va por ti, Vicente".
Aquella escena conmovió a las más de 30.000 personas que estaban las tribunas y la emoción se hizo aún más patente con el imponente minuto de silencio que preludió el inicio del duelo. Todos los presentes sabían que ese día, y a esa hora, se estaba despidiendo a un grande con mayúsculas de la historia del club. Un nombre capital para entender las últimas cuatro décadas en el universo bético. En definitiva, el adiós último a Vicente Montiel, el masajista del Betis, la leyenda de las "manos mágicas".
Porque Vicente Montiel siempre fue como una prolongación de todas las alineaciones, como un trozo de Betis que se fue perpetuando en el tiempo desde que Benito Villamarín le ofreció el puesto. Fue en 1957 y sólo unas horas antes le habían hablado de otro trabajo en Morón. Pero Vicente apostó por hacer lo que le gustaba y por servir al equipo de su vida. Se quedó con la plaza y empezó a vivir el Betis por dentro, lejanos ya aquellos días infantiles en que un policía municipal lo llevaba a Heliópolis en la barra de la bicicleta.
En su primera temporada llegó el ascenso a Primera División y, según mantuvo siempre, se pusieron las bases del nuevo Betis. El Betis moderno de la Primera División, de Villamarín y Del Sol, del campo en propiedad y de Vicente Montiel dando masajes en los antiguos vestuarios, aquellos que daban a la esquina de Preferencia con Gol Norte.
A partir de entonces, Vicente Montiel fue una referencia y un ejemplo para varias generaciones de béticos. Alguien que siempre estaba ahí, al quite, con su bolsa y con su toalla, con su chándal y con sus gafas negras, con sus carreras impresionantes por la banda, su escudo del Betis y su agua milagrosa.
En la década de los 70 del pasado siglo, un periodista radiofónico, Juan Carlos Yáñez, lo bautizó como "Manos Mágicas", una descripción, sin duda, muy certera, ya que le hacía justicia a las nuevas técnicas de masaje que había traído al fútbol el kinesiólogo verdiblanco.
Quizá por esto, el 23 de mayo de 1972 debutó con la selección española que dirigía Ladislao Kubala. Fue en un España-Argentina disputado en Madrid y, posteriormente, aún acudió a otras dos citas internacionales contra Yugoslavia y Grecia.
En su larga travesía por los mares verdiblancos vivió momentos muy gozosos, pero también la mayor tragedia de aquellos años: la muerte en 1965 de Andrés Aranda, el viejo luchador que entonces entrenaba al primer equipo, quien falleció prácticamente en sus brazos en el hotel de Aracena donde se hallaban concentrada la plantilla bética.
Bético de raíz, Vicente Montiel admiró a Villamarín, consideró a Del Sol como el mejor futbolista del Betis de todos los tiempos, y jamás reveló un solo secreto del vestuario, donde conoció a muchos entrenadores, de los cuales Domingo Balmanya y Rafael Iriondo fueron sus mejores amigos.
Y ahí, esperando en la camilla la llegada de algún jugador, hablándole al oído mientras que le metía los nudillos en el muslo y le reducía la rotura de fibras, Vicente Montiel transmitió a varias generaciones de futbolistas su pensamiento sobre la personalidad del Betis. Esa sencilla reflexión, según la cual: "El Betis representa algo distinto y por eso es posible que los béticos sean felices sólo por serlo, aún cuando no ganen. El Betis tiene su duende, su alma propia. Es de otra manera y con eso no ha podido nadie".
Así pensaba y así compartió sus reflexiones con quienes lo conocimos casi de niños y lo apreciamos vivamente ya de hombres. Por eso, sufrió tanto con episodios tremendos como las graves lesiones de Eusebio Ríos o Rafael del Pozo y tocó el cielo en días felices como aquel en que el Real Betis se proclamó campeón de la I Copa del Rey en 1977.
De una integridad absoluta, apoyada siempre en su fe religiosa y en el cariño de su numerosa familia, repetía que "no se puede perder la moralidad porque sin ella el hombre va al caos". Unos valores que siempre le reconocieron y le respetaron todos los que lo conocieron, quienes le entregaron generosamente esa amistad sincera que nace al calor del fútbol y dura para siempre.
Faltó por primera vez en el banquillo del Real Betis el jueves 9 de marzo de 1994 cuando su equipo disputaba en el estadio de La Romareda de Zaragoza una semifinal de Copa. En esos días ya se conocía que estaba enfermo y que cada vez se hallaba más indefenso ante los embates de un mal que, para desconsuelo de todos los béticos, se lo acabó llevando al cuarto anillo el 28 de abril de 1999, después de recibir la insignia de oro y brillantes del club.
A su sepelio acudieron directivos, futbolistas y aficionados béticos de muy distintas generaciones, quienes portaron su féretro en el último viaje del eterno masajista verdiblanco. Una jornada marcada por el dolor y la ausencia.
Por eso, días más tarde, el estadio lo despidió con silencio y pesar antes de que se jugara un Betis-Mallorca que, ya para siempre, será recordado como aquel en el que los jugadores del equipo de su vida lucieron una camiseta blanca que decía: "Va por ti, Vicente".
El definitivo homenaje a una leyenda.