Sebastián Alabanda, en el segundo palo, cabecea al fondo de las mallas el gol del triunfo verdiblanco ante el FC Barcelona en 1980.

HISTORIA | Recordando a Sebastián Alabanda

Un gol en el descuento del llorado jugador y consejero del Real Betis le dio la victoria al equipo verdiblanco ante el FC Barcelona en febrero de 1980

Por Manolo Rodríguez

 

Corría el minuto 85 y el marcador estaba empatado a uno. Jugaban en Heliópolis el Real Betis y el FC Barcelona. Domingo 3 de febrero de 1980. Un partido grande que había llenado las tribunas del Villamarín, dejando más de nueve millones de pesetas en las taquillas.

El Betis, entrenado por Luis Carriega, empezaba a consolidar su remontada en el campeonato, mientras que el Barça, que tenía un equipazo, andaba por los puestos altos de la tabla, aunque lejos de la Liga que tanto deseaba. Un duelo decisivo para determinar las posibilidades de uno y de otro en la segunda vuelta recién iniciada.

El primer gol de aquella tarde soleada lo había hecho el Betis. En el minuto 62. Cardeñosa lanzó una falta templada al corazón del área y allí apareció el uruguayo Hugo Cabezas para conectar un testarazo que clavó en la escuadra. Pero los azulgranas empataron un cuarto de hora después. Bello gol de Allan Simonssen, un formidable delantero danés que había sido Balón de Oro en 1977.

El espectáculo estaba siendo precioso. Con ocasiones de gol y entrega absoluta por parte y parte. Un partido igualado que sólo a base de calidad habían ido dominando los verdiblancos gracias al recital de Julio Cardeñosa, el mejor de largo sobre el terreno de juego.

En el minuto 85, Carriega movió ficha. Sacó del campo a Hugo Cabezas y le dio entrada a Sebastián Alabanda, un titular indiscutible que esa tarde se había quedado en el banquillo por problemas físicos y porque el entrenador prefirió salir con tres delanteros.

El final fue intenso, a todo tren. Lo mismo atacaba uno que otro. En la última jugada del partido el Betis fuerza un córner. No queda más que eso. Lo tira López y en el punto de penalti lo prolonga Gordillo. La pelota va a al segundo palo y allí aparece como un ciclón Sebastián Alabanda para cabecear con el alma.

Es el gol del triunfo. La locura. El estadio se incendia gritando “Betis, Betis” y los futbolistas se tiran en la hierba formando una piña inacabable. Es el éxtasis, según Heliópolis. Uno de esos hitos épicos, felices e inolvidables.

En la caseta, Carriega declara que “Alabanda me lo había pedido. Me dijo que iba a marcar un gol y yo le creí. Y así fue”. Lo que no se sabía entonces es que este iba a ser el último gol que marcaría Sebastián Alabanda en la Liga como jugador del Real Betis. Un gol lleno de simbolismo, a la altura de su grandeza.

Aquel recordado encuentro lo dirigió Ernesto de Burgos Núñez, del Colegio Vizcaíno, (padre del actual árbitro de Primera División Ricardo de Burgos Bengoetxea) y los equipos presentaron las siguientes alineaciones:

Real Betis: Esnaola, Bizcocho, Biosca, Peruena, Gordillo; Ortega, López, Cardeñosa; Morán, Hugo Cabezas (Alabanda, m.85) y Benítez.

FC Barcelona: Artola, Zuviría, Migueli, Olmo, Serrat; Landáburu (Sánchez, m. 65), Rubio (Costas, m.86), Asensi;  Simonsen, Roberto 'Dinamita' y 'Lobo' Carrasco.

Desde ese día, Sebastián Alabanda jugó 15 partidos más en la Liga y 3 en la Copa, torneo en el que, por cierto, volvió a marcar dos tantos más, ambos en la eliminatoria contra el Almería.

Sin embargo, llegado el final de temporada, hubo de decir adiós sin que nunca acabara de entender el porqué. Se fue con el alma rota cuando aún no había cumplido los 30 años, pero la afición siempre supo que Sebastián Alabanda era un hijo del Betis. Un bético de corazón grande que le entregó toda su vida a los colores verdiblancos a los que sirvió con absoluta lealtad allá donde fue requerido.

Un futbolista poderoso y enérgico, de zancada larga y generoso esfuerzo, que sabía perfectamente cuál era su trabajo y, sobre todo, sus limitaciones, y que, por ello, jamás olvidaba qué instrumento le correspondía interpretar en aquella virtuosa orquesta que dirigía el maestro Julio Cardeñosa.

Criado desde niño en los potreros de Heliópolis, canterano prometedor, jugó un amistoso a las órdenes de Antonio Barrios en 1969, pero su hora se la marcó el húngaro Ferenc Szusza, a quien siempre le resultaron imprescindibles la fuerza y el empuje de  aquel atleta que lo mismo actuaba de mediocampista que de central.

Su debut con la camiseta verdiblanca tuvo lugar el 1 de septiembre de 1973 en el campo de Linarejos, en el partido Linares-Real Betis, primera jornada de Liga en Segunda, y triunfo bético por 0-1, y a partir de ahí fue partícipe del nacimiento de una leyenda. La que se recitaba de memoria y, en tres apellidos, contenía un océano de fútbol, integridad y ciencia: López, Alabanda y Cardeñosa. Un trío mitológico que llegó a ponerse, para orgullo de los béticos, la camiseta roja de la selección, aunque, eso sí, Sebastián Alabanda fue el primero que oyó la embriagante melodía del himno nacional. También a orillas del Manzanares y teniendo enfrente, nada más y nada menos, que a la Alemania de Franz Beckenbauer.

En 1977 fue pieza fundamental de aquel extraordinario equipo que se proclamó campeón de la I Copa del Rey, en cuya mítica final jugó los 120 minutos del encuentro, y en la Recopa de Europa intervino en los seis partidos disputados por el Real Betis.

El 29 de mayo de 2014 ingresó en el Consejo de Administración del Real Betis, a petición de Rafael Gordillo, con la misión de ponerse al frente de la vertiente deportiva de la entidad.

Pero la tragedia sobrevino dos semanas más tarde, el 10 de junio de 2014, cuando falleció en su domicilio sevillano tras sufrir un infarto de miocardio a la edad de 63 años. Su sepelio convocó a varias generaciones de béticos y se convirtió en una impresionante manifestación de duelo.

Por eso, nuestro mejor homenaje, y nuestro único consuelo, será recordarlo. Recordar su rotunda humanidad y su brillante carrera como jugador del Real Betis. Su poderío, su amistad, su entrega a la entidad y sus goles. Goles como ese que le marcó al FC Barcelona aquella tarde de febrero de 1980.

Para que cuando nosotros ya no estemos otros lo sigan recordando.