Pedro Buenaventura, un ejemplo de lealtad
Toda una vida al servicio de la entidad, entrenador en diversas ocasiones, y quien mejor explicó qué es y qué significa ser bético
Por Manolo Rodríguez
Un ejemplo de lealtad como no ha habido muchos. Un bético de una pieza. Eso era, en esencia, Pedro Buenaventura Gil, el hombre amable, sentencioso y profundo que parecía conocer todos los arcanos del gran misterio llamado Betis. Sin duda, quien mejor explicó las luces y las sombras, las certezas y las imperfecciones de este sentimiento telúrico. Y, por supuesto, quien mejor definió el ser bético, los porqués ancestrales de tanta grandeza y tanta pena, la verdad última del cariño a esos colores que eran los suyos.
Esta es la razón de que el Betis mismo esté hoy de luto riguroso. Doliéndose de su marcha como se conmovió antes con el adiós de Manolo Simó, José María de la Concha, Antonio Picchi, Vicente Montiel o Antonio Quijano, por citar sólo a algunos ilustres pretorianos que sin ostentar la presidencia fueron testimonio eterno de fidelidad al Club, de trabajo tenaz, de entrega apasionada a una idea que, al mismo tiempo, es una manera de vivir.
Nacido en Sevilla en 1930, Pedro Buenaventura Gil hundía sus raíces en el Betis desde mitad de los años 70. Antes había jugado como aficionado en diversos equipos locales como el Museo o el Puerta Real (por citar sólo a los dos primeros) y en 1962 sacó el carnet regional de entrenador. Inició una larga andadura como técnico en el fútbol sevillano hasta que un buen día fue a buscarlo el mítico Pepe Valera (campeón de liga en 1935 y el gran creador de la cantera bética en los años más difíciles) y le dijo:
-¿Tú cuanto cobras en el equipo que estás entrenando?
-Yo, nada -respondió Pedro-.
-Pues por el mismo dinero te vienes a trabajar en el Betis.
A partir de ahí empezó su apostolado verdiblanco. Dirigió a los juveniles, fue hombre para todo, y en 1976 la vida le dio la oportunidad de inscribir su nombre como entrenador en aquel grupo que ganó la I Copa del Rey.
Ocurrió en el partido de vuelta de la primera eliminatoria. El jugado contra el Baracaldo en Heliópolis el 27 de Octubre de 1976. En el banquillo debería haber estado Ferenc Szusza, a pesar de que el húngaro ya tenía anunciada su marcha, reclamado por las autoridades de su país.
De hecho, aquel partido ya lo vio Rafael Iriondo desde el palco. Pero Szusza, de homenaje en homenaje, no llegó nunca.
Tampoco podía hacerse cargo del equipo el segundo entrenador, Esteban Areta, quien se hallaba en Huesca con el Betis B, precisamente disputando la eliminatoria de Copa que impidió que Rafael Gordillo pudiera jugar el torneo con el primer equipo.
Por eso llamaron a Pedro Buenaventura, entrenador entonces de los juveniles. Pedro llegó a la caseta cuando casi todo estaba ya dispuesto y sólo quiso decir unas palabras que ya forman parte del anecdotario del club.
Dijo: “Procurad ganar hoy, porque va a ser la única vez en mi vida que me siente en el banquillo del Betis y no quiero que me recuerden por una derrota”.
Ganó el Betis 5-1 y, afortunadamente, Pedro Buenaventura se equivocó.
Se equivocó, porque cinco años más tarde el club volvió pedirle el sacrificio de que se hiciera cargo del equipo.
Acababa de ser cesado Rafael Iriondo y sólo faltaban cinco jornadas para que concluyera el campeonato. Y el leal Pedro Buenaventura volvió las cosas de un modo espectacular. Ganó tres partidos, empató en el Nou Camp, y sólo perdió un encuentro. El balance fue extraordinario y el Betis quedó clasificado en sexta posición con 36 puntos y dos positivos, lo que le dio el derecho a jugar por primera vez en su historia la Copa de la UEFA.
En 1988 volvió al banquillo y también en esta ocasión llamó a la épica. Ahora, para ganar aquel agónico partido en Las Palmas que mantuvo al equipo en Primera División. Un triunfo que llegó un tórrido Domingo del Rocío. Por ello, Pedro Buenaventura, en el júbilo de la caseta, compuso, como en él era común, unas letrillas que, esta vez, decían: “Virgen no llores, que los del Betis te llevan flores”.
Su última estancia en ese potro de tortura tuvo un eco muy distinto. Desgraciadamente. Fue al año siguiente, en 1989, cuando se produjo el descenso en la promoción contra el Tenerife. Una noche trágica que Pedro Buenaventura le contó a las generaciones venideras con un relato desgarrador. Tan desgarrador como el propio Betis. Fue cuando dijo: “al acabarse el partido, yo creí que me moría. No que me moría, sino que me estaba muriendo. Tenía la boca seca, los ojos vidriados, no podía levantarme… Yo estaba buscando una mano amigo y encontré la de Vicente Montiel, que cuando la cogí la sentí hirviendo, pero no porque la suya estuviera muy caliente, sino porque la mía estaba helada, y ahí fue cuando me di cuenta de que yo me estaba muriendo de verdad. Me acordé de mi familia y pensé: cuando el árbitro pite, yo la palmo. Y al medio minuto pitó el árbitro. Y lo que pasó es que los más de cuarenta mil béticos que había en el campo empezaron a gritar “Betis”, “Betis”, “Betis”, y yo salí de allí como un loco, tocándole las palmas a los béticos. Porque yo me estaba muriendo por el Betis y los béticos me salvaron”.
Gracias a Dios, Pedro Buenaventura no se murió ese día. La vida lo tuvo con nosotros muchos años más. Pero, sobre todo, lo tuvo el Betis. El Club que le dio el mayor título honorífico que pueda concederse: el de considerarlo un hombre de la casa. De su casa. Esa en la que durante más de cuarenta años fue entrenador de los equipos juveniles, encargado de la cantera, delegado de campo y de viajes, representante en la Federación Andaluza y en la Escuela de Entrenadores, responsable de la secretaría técnica y entrenador del primer equipo. En suma, toda una vida al servicio de la entidad que mereció que el 10 de diciembre de 1998 le fuera concedida la insignia de oro y brillantes del Club.
Y sirviendo al Betis honró asimismo al fútbol, donde se granjeó el respeto de todos, la admiración general, como lo atestigua el hecho de que la última distinción recibida, hace apenas un año, viniera de la Federación Andaluza de Fútbol, cuyo presidente, Eduardo Herrera, acudió hasta su domicilio para hacerle entrega de la “Llave del Centenario”, distinción concedida de forma meritoria por su trayectoria ejemplar dentro del fútbol.
Junto a todo esto, Pedro Buenaventura también tuvo la satisfacción de ver cómo sus dos hijos seguían los mejores caminos del fútbol. El mayor, Pedro, ha perpetuado su legado en la entidad, donde en la actualidad ocupa el cargo de Director de la Cantera, y el pequeño, Lorenzo, lleva varios años vinculado al equipo de trabajo de Pep Guardiola, uno de los entrenadores más importantes del fútbol mundial.
Por todas estas razones, y por otras muchas, el Real Betis Balompié está de luto riguroso. Consternado por la pérdida de uno de los suyos. Ese fiel escudero que durante cuatro décadas dejó explicado qué es y qué significa ser bético. Lo que él era y lo que todos debiéramos ser.
Descanse en paz. Siempre lo recordaremos.