A todo o nada en Las Palmas
Una victoria del Real Betis en el estadio Insular en mayo de 1988 le permitió eludir los riesgos de la promoción o el descenso tras un partido dramático que decidióun gol de Calleja tras jugada de Zafra
Por Manolo Rodríguez
En la temporada 1987-88 el Real Betis vivió peligrosamente. Casi siempre al límite, rozando los puestos de promoción o descenso. Arrancó la campaña dirigido por el inglés John Henry Mortimore, que venía de triunfar en el Benfica. Un tipo duro que le prohibía a sus jugadores vestir pantalones vaqueros en las concentraciones y que tampoco era partidario de que escucharan música antes de los partidos. Un sargento de hierro que imponía un estricto silencio durante las comidas y que pasaba por las habitaciones de los jugadores a partir de las once de la noche para confirmar que éstos ya se hallaban descansando.
Pero aquello no funcionó y apenas iniciada la segunda vuelta lo acabaron cesando. Se hizo cargo del equipo el leal Pedro Buenaventura, quien fue capeando el temporal del mejor modo que pudo, hasta que a falta de once jornadas para el final fue contratado el mítico Eusebio Ríos, a pesar de que el vasco no podía sentarse en el banquillo por haber entrenado ya ese mismo año al Deportivo de la Coruña.
Eusebio comenzó a trabajar tras las bambalinas y a planificar la siguiente campaña, pero ni aún así cesaron los riesgos y los peligros. Un panorama preocupante que duró hasta la última jornada, en la que el Betis debía viajar a Las Palmas. Otro partido a cara o cruz que se jugó en el estadio Insular el 22 de mayo de 1988. Domingo del Rocío.
El escenario estaba abierto a todas las especulaciones y hasta ocho equipos se encontraban afectados por lo que pasara en esa última tarde. No parecía probable que, aún perdiendo, los béticos cayeran a la Segunda División, pero jugaba en contra su desventaja en todos los averages con los conjuntos de la zona baja de la tabla, excepto con el Sabadell. De hecho, antes de que comenzara a rodar el balón el Betis se hallaba en puestos de promoción.
Con ese equipaje de dudas y nervios viajan los verdiblancos el sábado. De Las Palmas llegan noticias de que se ha vendido todo el papel y de que la directiva amarilla ofrece una prima de quince millones a sus futbolistas por la permanencia. La histórica Unión Deportiva es colista y no le sirve otra cosa más que la victoria. Tiene 29 puntos, los mismos que el Mallorca y el Sabadell, mientras que el Betis y el Murcia cuentan con 31.
La expedición bética se aloja en el Hotel Cristina, a donde llega al mediodía del domingo el ex directivo Gregorio Conejo con una medalla de la Virgen del Rocío para cada uno de los jugadores. Unas medallas que la noche anterior han sido bendecidas en la propia ermita almonteña.
A las siete de la tarde, el Insular está hasta la bandera. Suenan los tambores y se desata el delirio cuando los jugadores locales saludan desde el centro del campo. Muchos de los jugadores verdiblancos confesarían más tarde no haber visto nunca antes un ambiente tan exaltado.
Sin embargo, el tándem Buenaventura-Ríos no ha dudado el alinear como lateral derecho al más joven de los convocados. Al juvenil Juan José, que tendrá la responsabilidad de marcar a Narciso, sin duda, el más rápido y peligroso de los delanteros canarios.
Arbitra, y muy bien, por cierto, el colegiado castellano Joaquín Ramos Marcos, y, a sus órdenes, los equipos presentan las siguientes alineaciones.
UD Las Palmas: Manolo; Pepote, Sergio, Mayé, Javier; Saavedra, Julio, Contreras, Yoyo (Alexis, m.57); Dajka (Oramas) y Narciso.
Real Betis: Salva; Juan José, Diego, Gail (Cristóbal, m.48), Calleja; Chano, Julio, José Luis, Reyes; Gabino (Zafra, m.73) y Yáñez.
El partido es agónico desde el saque de centro. Se juega en la hierba y en los transistores y cada esfuerzo resulta titánico, cada balón parece el último. Aprieta la Unión Deportiva y el Betis resiste. Puro forcejeo hasta que en el minuto 26, Chano tira un córner desde el costado derecho. Es la primera vez que los béticos se asoman a la puerta contraria. El balón vuela sobre el área y, en el segundo palo, Gail cabecea bombeado. El portero canario se lo traga. El Betis va ganando.
Tan excelente noticia apaga las urgencias de la radio. Da igual lo que pase por el resto del mundo. Sin embargo, no dura mucho. A la media hora marca Narciso y el empate se mantiene hasta el descanso.
En la caseta se echan números y el peligro sigue latente. Tal como van las cosas en otros campos, un gol de la Unión Deportiva Las Palmas desciende al Betis.
El segundo tiempo se inicia marcado por la angustia y enseguida sobreviene una desgracia que podría resultar decisiva. Gail sufre una rotura muscular y se tiene que retirar del campo. Estaba siendo, junto con Diego, el futbolista más entero del equipo. El vallisoletano baja las escalerillas del túnel y cuando entra en el vestuario se encuentra sentado en un rincón al presidente Martínez Retamero, quien, desde el inicio, ha renunciado a ver el partido desde el palco y se ha encerrado entre baúles y vendas.
En la soledad del camerino, intercambian unas breves palabras y Gail busca algo en su taquilla. Saca un rosario y se pone a rezar.
Arriba, las multitudes siguen rugiendo porque ha empatado el Valencia y ya tienen a dos equipos al alcance de la mano. Para reforzar ese deseo, el técnico canario Roque Olsen, pone en el campo al centrocampista Alexis Trujillo, un fino interior que, con el correr de los años, sería leyenda en el mejor Betis contemporáneo que se conoce.
Va pasando el tiempo sin que ocurra nada, pero la tensión es insoportable. Cada balón al área es un sinvivir y cada despeje un alivio. Faltando 17 minutos para el final, Gabino abandona el campo exhausto. Lo suple otro juvenil, Francisco Javier Zafra, una apuesta personal de Pedro Buenaventura, que es la tercera vez que se pone la camiseta del Betis.
Y con Zafra cambia el decorado. Como del día a la noche. El chaval empieza a percutir por el costado derecho y él solito obliga a los locales a que se preocupen más de defender que de atacar.
Cuando la larga tarde está a punto de consumirse, el Zaragoza le hace el segundo gol al Murcia. Así las cosas, el Betis parece condenado a promocionar, da lo mismo que empate o que pierda.
Hasta que llega el minuto 88. Pasadas las nueve menos cuarto. Un balón largo sobre Zafra lleva de nuevo al extremo hasta la línea de fondo. Acompañando la jugada por el centro corre Calleja más de cincuenta metros. Al llegar a la cal, Zafra centra atrás y Calleja la empuja suavemente a la red.
El Betis ha ganado en el Insular y se ha salvado de todo. Está justificado, pues, el llanto desgarrador del presidente y las habituales letrillas de Pedro Buenaventura que, esta vez, concluyen con el estribillo “Virgen no llores, que los del Betis te llevan flores”.
En el Rocío comienzan a voltear campanas y a estallar cohetes, coincidiendo con la salida de un letargo que ha durado dos horas de radio y plegarias. En la ciudad empiezan a atronar los claxons.
Al día siguiente en el aeropuerto de San Pablo, miles de aficionados reciben al equipo entre vítores y a Martínez Retamero al grito de “presidente, presidente”.
Esa misma semana toda la plantilla se desplaza al Rocío y se postra ante las plantas de la Blanca Paloma para agradecer el favor concedido. Gregorio Conejo, fiel a su palabra, le entrega al Presidente de la Hermandad Matriz de Almonte, Ángel Díaz de la Serna, tal como le prometió, la camiseta de un jugador verdiblanco, concretamente la de Calleja, como recordatorio de la intercesión de la Virgen.
De Las Palmas ha salido el Betis con vida, en otra tarde a todo o nada.