Julio Cardeñosa, con el balón del partido.

El balón de la batalla de Belgrado

Julio Cardeñosa debutó con la selección en un mítico Yugoslavia-España que clasificó a nuestro país para el Mundial de Argentina y en el que también estuvieron presentes López y Alabanda

Por Manolo Rodríguez

 

En el otoño de 1977 el Betis era el equipo de moda. Venía de proclamarse campeón de la I Copa del Rey y varios de sus mejores jugadores comenzaron a consolidarse en las convocatorias de la selección nacional que dirigía Ladislao Kubala.

Entre ellos, alcanzaban un imponente protagonismo los tres jugadores que integraban la línea media de aquel gran Betis: López, Alabanda y Cardeñosa, a quienes el entrenador del Milán, Nils Liedholm, había definido pocas semanas antes como “el mejor centro del campo de Europa”. De hecho, el llorado Sebastián Alabanda ya había debutado con la selección un año antes y Javier López jugó sus primeros minutos en Berna en el mes de septiembre. Sólo Cardeñosa esperaba su momento, aunque cada vez eran más frecuentes las voces periodísticas que pedían su inclusión en el equipo.

Entonces, en aquellos días, la selección hubo de encarar uno de sus mayores retos contemporáneos: un decisivo partido en Belgrado contra Yugoslavia que acabaría decidiendo si España estaría en el Mundial de 1978 en Argentina.

Durante todo el mes de noviembre Kubala prepara el partido a conciencia. Baraja nombres y sistemas y los días 8 y 9 programa una sesión de entrenamientos en Madrid en la que participan hasta cinco jugadores verdiblancos: Benítez, Biosca, López, Alabanda y Cardeñosa. Una foto histórica que revela con claridad lo que era el Betis entonces. Se disputa un partidillo en la Ciudad Pegaso contra la selección sub-21, en la que se alinea un joven Rafael Gordillo, con lo que, en realidad, han sido seis los jugadores del Betis presentes en la cita nacional.

La lista definitiva para el partido de Belgrado se espera con enorme interés entre el periodismo de la época. Y Kubala la hace pública el viernes 18 de noviembre. Convoca a dieciocho jugadores, entre los que se encuentran los tres formidables centrocampistas del Betis.

A partir de ese momento, hay rumores y opiniones hay para todos los gustos. Se da por hecho que Kubala cuenta con diez titulares indiscutibles y que sólo queda por definir quién lucirá la camiseta número 11. Algunos apuestan por Santillana, pero parece poco probable que Kubala vaya a destaparse tanto con tres delanteros. Más lógico parece que sea un cuarto centrocampista: ¿Pero será López o Cardeñosa?

La opinión mayoritaria es que jugará López y con esas especulaciones vuela la selección hacia Belgrado el lunes 28 de noviembre. Apenas llegar al hotel, el masajista Ángel Mur le dice a Cardeñosa que Kubala quiere verlo. Acuden a la habitación del seleccionador y éste lo recibe con el clásico: “Chico, ¿cómo estás?”. Después le pregunta si se encuentra capacitado para jugar. Cardeñosa, naturalmente, le dice que sí. Entonces le anuncia que va a ser titular contra Yugoslavia y le explica lo que quiere de él. Le pide que a la hora de defender se abra a la izquierda para completar la línea de cuatro y que cuando tenga el balón se meta por el centro para distribuir el juego. Incluso le insinúa que han sido algunos de los pesos pesados de la escuadra (Pirri, Migueli, Asensi) quienes le han sugerido que esa es la mejor solución para el equipo.

Julio Cardeñosa vive con agitación las vísperas. Va a ser su debut en la selección y ocurrirá en un partido que se presiente decisivo y dramático. A España le sirve hasta una derrota por la mínima, pero nadie duda que la atmósfera va a ser terrible. Sobre todo, cuando conocen que las autoridades yugoslavas han dado fiesta a sus trabajadores y los han liberado de acudir a las fábricas esa tarde. Quieren que el estadio del Estrella Roja, el “pequeño Maracaná” de Belgrado, con sus noventa mil localidades, esté lleno a rebosar y que el ambiente sea intimidatorio y hostil.

Así lo perciben los jugadores cuando intentan inspeccionar el césped dos horas antes del inicio. El termómetro marca un grado bajo cero, pero el estadio ya está lleno y desde las gradas llueve de todo. Vuelven sobre sus pasos y se meten de nuevo en el vestuario. Ya saben lo que les espera.

A la una y media del miércoles 30 de noviembre comienza a rodar el balón. En España están vacías las calles. También se han hecho turnos en los centros de trabajo y hasta se ha adelantado el final de las clases para los escolares. Nadie quiere ser ajeno a una cita que, pase lo que pase, quedará en la historia.

Arbitra el inglés Burns y las alineaciones son las siguientes:

Yugoslavia: Katalinic; Hatunic, Muzinic, Stojkovic, Buljan; Trifunovic, Sead Susic (Halilhodzic, m. 64), Surjak; Popivoda (Vukotic, m. 64), Kustudic y Safet Susic.

España: Miguel Ángel; Marcelino, Pirri (Olmo, m. 8), Migueli, Camacho; San José; Leal, Asensi, Cardeñosa; Juanito (Dani, m.76) y Rubén Cano.

La primera jugada del partido es ya una metáfora de todo lo que vendrá después. Tras el saque de centro, Juanito recibe la primera agresión. Y esa es la tónica que imponen los locales. Porrazos van y porrazos vienen ante la tibieza del colegiado. En el minuto dos Kustudic le hace una entrada brutal a Pirri, y el capitán tiene que abandonar el campo. Un serio contratiempo siendo quien era.

Pero España resiste y Cardeñosa, con el 11 a la espalda, juega muy bien cuando lo permiten las continuas refriegas yugoslavas. Mueve la pelota con soltura, se ofrece siempre para provocar posesiones largas, asiste a Rubén Cano y hasta chuta a puerta en un par de ocasiones. Y lucha como exige el partido, faltaría más. Incluso ve la cartulina amarilla en el minuto 36 por perder tiempo.

El sofocante primer tiempo concluye sin goles, aunque pudo haber pasado cualquier cosa. En el descanso, los diálogos solo giran en un sentido: “si ellos dan, nosotros también. Aquí no puede arrugarse nadie”. Y por ahí arranca también el segundo tiempo, aunque poco a poco parece como si los locales se fueran desalentando. Para entonces, España transmite sensaciones de tener más controlado el juego.

Así se llega al minuto 71. Asensi roba un balón en el mediocampo y se lo da a Juanito en el balcón del área. El madridista caracolea, amaga, y espera que Cardeñosa se abra a la banda izquierda. Entonces filtra un pase a la espalda del lateral, aunque parece que la pelota sale algo larga. Cardeñosa esprinta y toda España corre con él. La primera impresión es que no a va a llegar, pero llega. Cayéndose, le pega con el empeine interior y la manda al segundo palo. Allí aparece Rubén Cano, que remata con el tobillo. El balón acaba en las redes y Cardeñosa lo ve desde el suelo fuera del campo. El gol del triunfo.

Desde ese momento, los yugoslavos radicalizan su agresividad y los españoles aguantan como pueden las tarascadas, los tirones de pelo y los pisotones. La cosa se pone fea, pero queda apenas un cuarto de hora y nadie cree que vayan a pasar más cosas.

Pero pasan. En el minuto 76, Kubala releva a Juanito. Entra Dani. El temperamental extremo del Madrid se va del terreno de juego señalando con el pulgar hacia abajo. El gesto de derrota no le gusta al público que arrecia en sus protestas. Y de pronto, surge de la tribuna una botella que se estrella contra la cabeza del jugador español. Juanito cae redondo delante del banquillo y a los pies del periodista radiofónico José María García. El bético Javier López lo tiene enfrente y salta como un resorte. También Sebastián Alabanda, que lo acompaña en la camilla hasta el vestuario.

En la hierba, la confusión es tremenda y hasta se produce el amago de que los futbolistas españoles se vayan a la caseta. Pero se sigue jugando y los yugoslavos recrudecen sus agresiones. Tiran a dar y parece como si ya no les importara el resultado, sino sólo hacer daño. Tal es su frustración.

Así transcurren los minutos que restan, entre tanganas, enganchones y aspavientos. El partido se diluye y en la última jugada el rechace de la zaga española lo recoge Leal, que abre el juego a la banda izquierda. Recibe Cardeñosa, que le tira un regate a un yugoslavo. En ese momento, Burns pita el final. La pelota la tiene en los pies el jugador verdiblanco, quien, sin dudarlo, la coge con las manos y se le mete debajo de la camiseta.

El árbitro, pasado el primer desconcierto, empieza a buscar el balón. Intuye que se lo  ha quedado el último que lo tuvo en los pies y se va por Cardeñosa. El bético lo elude, lo aparta y, para evitar disputas, echa a correr. Burns lo persigue, pero enseguida desiste.

Una vez que gana el túnel quienes intentan arrebatarle la pelota son los yugoslavos. Uno de ellos llega a darle un manotazo, que lo lanza contra la pared. Para su fortuna, lo acompaña el fornido Migueli que, sin pensárselo dos veces, le sacude un  puñetazo al balcánico, al tiempo que le grita: “corre, canijo”.

Y corren como despavoridos hasta que ganan la caseta. Cierran la puerta y durante un rato oyen las patadas y los golpes. Después, una vez confirmado que Juanito se recupera, se desata la euforia. Todo es júbilo y orgullo patrio. España vuelve a estar en un Mundial. La prima por el éxito será sensacional. Un dineral como no conocían los jugadores del Betis.

Hora y media permanecen los futbolistas en el vestuario. Pasado ese tiempo los recoge un autobús que los traslada directamente al avión, sin pasar siquiera por el embarque. Una vez en España, Cardeñosa declara que ha sido el partido más duro que ha jugado en su vida. El encuentro que, desde entonces, se conoce como “la batalla de Belgrado”.

Pero, sobre todo, muestra con orgullo el balón que nos dio el billete para el Mundial de Argentina. El que conserva como una reliquia. El mejor recuerdo de aquel tiempo en que Julio Cardeñosa Rodríguez fue leyenda del fútbol español como ya lo era del Real Betis.