HISTORIA | Amistosos como aquellos no hubo
El partido que disputará el Real Betis en México contra su eterno rival invita a recordar los apasionantes duelos de la década de los 70 en el Trofeo 'Ciudad de Sevilla'.
Por Manolo Rodríguez
Es natural la expectación que provoca el partido amistoso que jugarán en México los eternos rivales sevillanos. El primero en el que medirán sus fuerzas lejos del territorio nacional y, francamente, esa es una rareza que llama la atención. Un insólito acontecimiento que nunca vivimos antes y que forma parte de esta nueva concepción del fútbol como fenómeno global. Otra derivada de la industria del espectáculo de la que no podemos sustraernos, sencillamente porque es la que inspira este nuevo orden de competiciones inacabables, horarios inauditos y uniformes indescriptibles que, en muchas ocasiones, no tiene nada que ver ni con la tradición ni con los intereses del público.
Pero es el que rige en el tiempo presente y no seré yo quien lo cuestione. Bastantes cosas he visto ya. Es por esto por lo que se anuncia en Guadalajara, estado de Jalisco, patria chica de Andrés Guardado, un duelo que tiene un siglo largo y que ha sido una de las grandes señas de identidad de la ciudad de Sevilla desde que los ingleses exportaran aquel deporte que, básicamente, consistía en meter un objeto redondo entre tres postes.
Mirado con detenimiento, los enfrentamientos entre el Real Betis Balompié y el Sevilla FC han sido un fenómeno mayoritariamente urbano. Se han enfrentado cientos de veces, pero casi siempre en suelo hispalense. Pocas veces salieron extramuros a litigar sus pleitos. Puede ser que olvide alguno, pero, así, de memoria, recuerdo la final de la Copa de Andalucía de 1928 que el Betis se adjudicó en Córdoba; un partido amistoso que los reunió en Osuna en 1934 y aquella media hora disputada en Getafe en 2007 que acabó de resolver el oprobio derivado del duelo copero en Heliópolis, el del busto del amo en el palco y el botellazo al entrenador contrario.
En competiciones oficiales han jugado todo lo jugable. Torneos regionales, mancomunados, duelos ligueros desde 1929, eliminatorias coperas en diversas décadas y hasta un cruce europeo no hace tanto. Partidos que siempre estuvieron marcados por la pasión, contándose algunos de ellos de generación en generación como conquistas épicas que reafirmaban el sentido de pertenencia de las aficiones ganadoras.
A nivel amistoso, como es el caso de este que se jugará en México, la lista se hace aún más amplia y extraordinaria. Desde la protohistoria del fútbol sevillano se cuentan ya encuentros épicos en el Prado de San Sebastián en disputa de copas donadas por el Ayuntamiento, instituciones o particulares. Después, hubo de todo y, en muchos casos, para bien: encuentros benéficos al servicio de colectivos necesitados, de la Cabalgata de Reyes o, más modernamente, en 1994, aquel partido solidario que perseguía recaudar los fondos suficientes para que el niño Ian Reina pudiera ser operado de un trasplante de médula en los Estados Unidos.
Y además de todo este muestrario, hay que anotar los que se disputaron en los torneos de verano. Trofeos, por cierto, que, también en esto, tuvieron siempre como epicentro la ciudad de Sevilla, ya que fuera de la ciudad no hubo nada que contar.
Carranza y Colombino
En el Ramón de Carranza gaditano, por ejemplo, la organización siempre evitó con tacto y evidente sentido comercial que el Betis y el Sevilla coincidieran en la misma edición. No tenía sentido quemar todas las naves en el mismo cartel. Un año iba uno y al siguiente el otro, con lo cual se garantizaba cada verano la presencia de las aficiones sevillanas en el torneo.
Así fue casi siempre también en el Trofeo Colombino de Huelva, salvo en la edición de 1996. Ese año se anunciaron juntos el Betis y el Sevilla, lo que, indudablemente, supuso una inevitable descarga de adrenalina. Pero no llegaron a cruzarse. Los verdiblancos perdieron la primera semifinal a los penaltis contra el Decano, mientras que su eterno rival le ganó al Valladolid. Y en la jornada final volvió a ocurrir lo mismo: que perdieron los verdes y ganaron los blancos. Total, el Betis último y el Sevilla, primero.
Como cabía esperar, gran parte de los oráculos periodísticos pusieron el grito en el cielo: Lo ocurrido en Huelva, dijeron, era un fracaso, un ridículo, una tragedia. ¡Qué diferencia entre el Sevilla y el Betis!; que acierto en Nervión con la contratación de Camacho y los fichajes de Ramis, Tsartas, Mornar, Aranalde, Hibic o Colusso; que desastre en el Villamarín con la continuidad de Lorenzo Serra y la llegada de gente como Finidi, Prats, Nadj, Bjelica o Luis Fernández.
El tiempo y la temporada demostrarían otra cosa muy distinta. El Betis fue cuarto en la Liga y finalista de Copa y el Sevilla se fue a Segunda. Pero entonces gran parte de esos mismos oráculos periodísticos ya no dirían lo mismo. Más o menos como ocurre ahora. Lo habitual entre los mensajeros del apocalipsis, bético por supuesto. Nada nuevo.
Por tanto, toda la carga pasional de los enfrentamientos amistosos entre el Real Betis y el Sevilla FC estuvo volcada durante una década en los partidos del Trofeo "Ciudad de Sevilla". La década de los 70. Una época irrepetible por lo que supusieron aquellos duelos de agosto que arrebataban a la ciudad, que hacían rebosar los estadios y creaban en la calle unos estados de opinión como jamás se habían vivido antes. Fútbol de alto voltaje con las altas temperaturas propias de la fecha y con los veraneantes viajando desde las playas para no perderse el ceremonial de la tensión, de los nervios y del cara a cara más excitante entre los rivales eternos. La guerra de los mundos.
Ya hemos dicho en alguna ocasión que el Trofeo, así a secas, como lo conocían los sevillanos, fue una idea nacida en 1972 por el empeño personal del ex alcalde Juan Fernández, que hubo de vencer muchos obstáculos e incomprensiones. No jugaban a su favor ni el calor ni la desolación de la ciudad en agosto, ni el hecho de que los riesgos deportivos para los equipos sevillanos fueran altísimos, ya que el triunfo de cualquiera de ellos sería siempre a costa del fracaso de su eterno rival, justo en el momento en que unos y otros tenían abiertas sus campañas de abonados, que entonces eran su única fuente de ingresos.
Pero aquello funcionó. Y de qué manera, al punto de que hoy ya se puede proclamar sin ningún género de duda que amistosos como aquellos no hubo. Sin embargo, Juan Fernández, el alcalde impulsor de la idea, no presidió ninguna final entre los eternos rivales, ya que la primera de ellas se hizo esperar hasta 1975, cuando el bastón de mando lo ostentaba Fernando de Parias.
Las finales
Esa primera final la ganó el Real Betis en Heliópolis con un gol de Anzarda y la gran novedad fue que la organización nombró para tan trascendente choque a un árbitro de otro país, a fin de que quedara ampliamente acreditado que no había trampa ni cartón. El partido lo dirigió el alemán Ferdinand Biwersi, un juez de altura internacional que, al decir de las crónicas, estuvo bien.
Al año siguiente, 1976, el Sevilla le devolvió la moneda a los verdiblancos en el Sánchez Pizjuán, al ganarle por 1-0, esta vez con la dirección arbitral del francés Georges Konrath. Ese fue el trofeo en el que se alineó con el Betis el portugués Carlos Alinho, quien nunca llegó a debutar en competición oficial porque Ladinszky jamás obtuvo la nacionalidad española. Alinho, por cierto, que, como creo que ya dijimos alguna vez, tuvo una dolorosa muerte en 2008 al caer por el hueco de un ascensor en un hotel de la ciudad angoleña de Benguela.
Cada uno de estos partidos estaba marcado por una enorme tensión que, además, se agravaba por los llenos épicos que se registraban en los estadios y que llegaban a provocar, como recogen las reseñas periodísticas de aquellos días, que "parte de los aficionados debieran situarse en filas de hasta cuatro y cinco en fondo alrededor del césped".
En 1977 volvieron a enfrentarse los eternos rivales en el Benito Villamarín y también esta vez hubo sus más y sus menos. El lleno pareció apocalíptico y ambos equipos jugaron al límite de la pasión para desdicha del árbitro francés René Vigliani, que se vio en la obligación de expulsar al bético López y al sevillista Sanjosé. Hubo nervios, dureza, y un claro triunfo del Real Betis por 3-1, con un hat-trick de Attila Ladisnzky que aún se recuerda.
La cuarta final consecutiva sobrevino al año siguiente, en 1978, cuando ya ocupaba la alcaldía el ingeniero José Ramón Pérez de Lama y el Trofeo habían empezado a organizarlo los clubes sevillanos y no el Ayuntamiento. Algo que les permitió ahorrar gastos protocolarios y contratar a rivales de menor cuantía, aunque fuera a costa del carácter popular y cívico que hasta entonces había tenido el torneo.
En esa edición de 1978 en Nervión ya no hubo árbitro extranjero, sino que pitó el colegiado castellano Lamo Castillo, que estuvo horrible. Castigó a cada equipo con un penalti (el del Betis lo falló Muhren) y eso determinó el 1-0 final. Al árbitro le dieron dos botellazos y en el diario Marca el prestigioso periodista Belarmo dejó escrito que: "Además de la temperatura africana e insoportable, hubo en esta finalísima sevillana demasiado calor y exagerada pasión, tanto en el rectángulo como en los graderíos. La rivalidad en esta preciosa ciudad alcanza extremos que la mortifican".
El último gran duelo de aquellos años incomparables tuvo lugar en 1980 en el Sánchez Pizjuán, donde el Real Betis se impuso a su eterno rival, ganando la final por primera vez el equipo que actuaba fuera de casa. Algo extraordinario que se materializó con dos goles del maestro Cardeñosa. El Trofeo lo entregó el ya alcalde democrático Luis Uruñuela y a los jugadores béticos le llovieron toda clase de objetos cuando daban la vuelta olímpica al recinto. Arbitró, y muy bien, por cierto, el valenciano García Carrión y, como siempre, el lleno en los graderíos fue absoluto. Cada jugador del Betis se embolsó 300.000 pesetas de prima.
A partir de ahí, el Trofeo cayó en picado. Distintas circunstancias llevaron a ello. El Sevilla FC le dio la espalda al torneo y apenas dos años después se deshizo el encantamiento. En las pretemporadas que siguieron, cada equipo montó su propia competición, pero resultó evidente que aquello ya no le interesaba a nadie.
En 1992 y 1994 se pretendió por parte del Ayuntamiento, presidido por Alejandro Rojas Marcos, que las cosas fueran como habían sido antes, sin reparar en que los tiempos eran muy otros. El año de la Expo los equipos sevillanos no llegaron a enfrentarse, pero sí jugaron la final en 1994 en el campo del Betis. Sólo que con menos de media entrada en los graderíos y un agitado ruido de fondo provocado por las absurdas y permanentes peleas de los presidentes de ambos clubes, Lopera y Cuervas. Ganó el Sevilla por 1-2 y no hubo más. Nada que ver con la onda expansiva de los triunfos y las derrotas de dos décadas antes.
El precedente más cercano en un torneo de verano (y de eso hace ya más de dos décadas) estuvo fechado en agosto de 2001 cuando el Real Betis se enfrentó al eterno rival en medio partido disputado en La Cartuja. Empataron a cero y eso le permitió a los verdiblancos alzarse con el I Torneo Estadio Olímpico. Aquella fue una competición auspiciada por el Ayuntamiento para poner en valor el estadio de La Cartuja, inaugurado dos años antes, y completaron el cartel el Athletic de Bilbao (al que el Real Betis derrotó por 1-0, gol de Joao Tomás) y el Sevilla (que igualó a cero con los vascos), bajo la fórmula conocida como del "3 en 1" que tan de moda estaba entonces. Es decir, tres medios partidos de 45 minutos cada uno, jugados todos ellos de manera consecutiva y en una sola noche. Curiosamente, ninguno de los dos equipos sevillanos vistió sus equipaciones tradicionales en el encuentro final.
Vivido todo esto, ahora sobreviene un enfrentamiento en suelo americano que traerá, sin duda, nuevas sensaciones. Un duelo a miles de kilómetros de casa y para solaz de un público que nada tiene que ver con la lógica del fútbol, según Sevilla. Ojalá que sea para bien.