El Betis de los siete canteranos posa en el estadio de Mendizorrosa. De izquierda a derecha, de pie, Denilson, Joaquín, Rivas, Juanito, Cañas y Prats; agachados: Capi, Dani, Merino, Mingo y Benjamín.

El Betis de los siete canteranos

En la temporada 2001-2002 los verdiblancos ganaron en el campo del Alavés con un equipo cuajado de futbolistas de la casa y un bello gol de Capi a centro de Joaquín

Por Manolo Rodríguez

 

La cantera siempre fue un asunto muy principal en la historia del Betis. Un nutriente fundamental para sobrevivir a los tiempos. La afición fue feliz cada vez que vio llegar a los muchachos que se formaban en los escalafones inferiores y, en algunas etapas, hasta pudo presumir con orgullo de camadas brillantes que irrumpían con fuerza en el primer equipo.

Como ocurrió en noviembre de 1967, cuando el club fue recompensado con el prestigioso Trofeo Amberes que se exhibe en el antepalco del estadio y que venía a premiar la excelencia del trabajo realizado con la cantera. Una distinción, por cierto, que recibió pocos días antes de que el Betis ganara en Nervión con un equipo en el que militaban hasta seis futbolistas que habían venido de abajo. En concreto, Telechía, Antón, Macario, Quino, González y Rogelio. Exponentes la mayor parte de ellos de una generación en la que también tenían acomodo por aquel entonces otros jugadores como Frasco, Cristo, Demetrio, Dioni y Ezequiel.

Ese equipo lo entrenaba Pepe Valera y también su presencia en el banquillo vino a cuadrar el círculo de un tiempo y un estilo. Una hermosa expresión de justicia poética, ya que había sido precisamente mister Valera quien puso la primera piedra de la cantera verdiblanca con aquel trabajo heroico iniciado en los oscuros años cincuenta.

Aquella fue quizá la época de mayor explosión canterana. Una etapa que deportivamente no reportó éxitos referibles, pero que, a cambio, sí que dejó buenos dividendos en las arcas de la entidad, puesto que muchos de estos jugadores fueron traspasados a otros clubes y en algunos casos, como los de Antón y Quino, por unas cantidades importantes y decisivas para que el club pudiera seguir andando.

Desde entonces nunca faltaron jugadores de las inferiores, pero en ningún momento con la exhaustividad con que se vivieron esos finales de los setenta. Hasta que llegó la campaña 2001-2002. Esa feliz temporada en que las cosas volvieron a ser como los béticos querían.

El equipo estaba recién regresado a Primera División y lo dirigía Juande Ramos. Había iniciado el campeonato a toda máquina e incluso lució los entorchados de líder en varias fases de la primera vuelta. Parecía haber superado las turbulencias de la famosa noche de Halloween, pero llegado el mercado de invierno se abrió un delicado debate sobre la conveniencia o no de fichar a un delantero. Una cuestión que estuvo viva desde el momento mismo en que se lesionó Gastón Casas en el partido jugado contra el FC Barcelona en el Camp Nou y de la que no se había parado de hablar en dos meses.

A ello contribuían las muchas dudas que seguía despertando Joao Tomás y la prolongada ausencia del nigeriano Ikpeba, que se había ido con la selección de su país a jugar la Copa de África. Pero, sobre todo, la contumacia de Juande Ramos, quien reclamaba una y otra vez la llegada de un delantero de garantías para poder aspirar a algo más que a la permanencia.

El entrenador pedía al brasileño Luizao; el director técnico, Luis del Sol, apostaba por el serbio Milosevic y tanta firmeza en uno y otro provocó incluso que se distanciaran ostensiblemente. Un desencuentro que quizá tuviera que ver con que no se renovara al técnico al cerrarse el ejercicio.

Aun así, la dinámica positiva del equipo no se detuvo en la segunda vuelta. Llegó a empatar en el Bernabéu a falta de dos minutos (gol de Juanito a la salida de un córner), aunque tuvo ocasiones sobradas para haber alcanzado la victoria. Pero Amato anduvo peleado con la suerte aquella noche. Estrelló un balón en el palo, vio como Karanka le sacaba otro bajo el marco, y, en el colmo de la desgracia, falló un penalti que había cometido Makelele sobre un extraordinario Joaquín.

Amato y Dani eran los delanteros que compartían aquellos días la titularidad en el eje del ataque. Los únicos que había. El argentino marcó contra el Valladolid en un encuentro que se jugó sobre un puro charco y el trianero se estrenó como goleador contra el Athletic de Bilbao. A la semana siguiente, el Betis viaja a Vitoria.

Es el domingo 17 de febrero de 2002. Los verdiblancos llegan a Mendizorrosa con nueve bajas, entre lesiones y sanciones, entre las que se cuentan las de Luis Fernández, Filipescu, Ito, Varela o Amato, todos ellos titulares habituales. Una barbaridad.

Juande, sin embargo, no tiene complejos y apuesta abiertamente por la cantera. Y saca a siete jugadores que vienen de los escalafones inferiores: Cañas, Juanito, Rivas, Merino, Joaquín, Capi y Dani. Más tarde incluso debutará el coriano Estévez y en el banquillo se quedará sin jugar el joven Antoñito, proveniente del filial.

El partido, además, se intuye decisivo. El Betis es sexto en la tabla y el Alavés, séptimo. Ambos con 39 puntos y los dos peleando por una plaza en la Copa de la UEFA. Esa Copa que llegaron a acariciar los vitorianos unos meses antes en aquella final que perdieron contra el Liverpool en Dortmund.

Tan intenso viene el choque que los vascos hacen una mini concentración en Marbella tras el partido jugado en Málaga en la jornada anterior.

El estadio se llena, a pesar de lo gélido de la tarde, en medio de un ambiente optimista. Arbitra el navarro Undiano Mallenco y las alineaciones son las siguientes:

Deportivo Alavés: Kike; Lombardi, Coloccini, Téllez, Llorens; Jordi Cruyff (Iván Alonso, m. 52), Astudillo, Pablo, Ibon Begoña (Mara, m. 79); Vucko y Rubén Navarro (Magno, m. 52).

Real Betis: Prats; Cañas, Juanito, Rivas (Belenguer, m. 46), Mingo; Merino, Benjamín; Joaquín (Estévez, m. 88), Capi, Denilson (César, m. 81); y Dani.

El partido que juega el Betis es fantástico. Un recital de sobriedad, eficacia y talento, que resuelve un oportuno cabezazo de Capi, tras centro prodigioso del flamante internacional Joaquín, quien ha debutado con la Roja apenas cuatro días antes en Barcelona contra Portugal.

Las críticas son unánimes: los verdiblancos han sido mejores a lo largo de los noventa minutos y el marcador ha hecho justicia. Los canteranos están todos bien, sin excepción alguna.

La satisfacción de la plantilla y de la afición es completa. Plena felicidad que dispara unas expectativas que se ven ampliamente confirmadas una semana más tarde frente al Celta, a quien golean los verdiblancos por 4-1.

Al final de la campaña el Betis será sexto y se ganará el derecho a jugar en Europa al año siguiente. Y en los años venideros la cantera seguirá fluyendo, como ocurrió siempre. Ese asunto tan principal en la historia del club. De hecho, en la final de Copa que ganarán los verdiblancos en 2005 habrá hasta seis canteranos en el campo. Seis muchachos, como siete lo habían sido en Vitoria, que aprendieron a ser futbolistas en los potreros de Heliópolis.