HISTORIA | El cuaderno de D'Alessandro
Se cumplen 30 años del paso por el Real Betis de este entrenador argentino querido por todos, pero cuyo concepto del fútbol siempre fue muy peculiar y poco comprendido
Por Manolo Rodríguez
Hace ahora 30 años, y una vez superados los tumultuosos días de junio que habían provocado la llegada al poder de Manuel Ruiz de Lopera, el Real Betis se disponía a iniciar su segunda temporada consecutiva en Segunda División y la primera como Sociedad Anónima Deportiva,
El ascenso era una urgencia histórica y el nuevo hombre fuerte buscó de inmediato un entrenador que hiciera posible ese anhelo. Inicialmente tanteó a un técnico de prestigio como el argentino/chileno Vicente Cantatore, con quien negoció telefónicamente durante días, anunciándose incluso que de un momento a otro aparecería por Heliópolis.
Pero no llegó nunca. Se dijo que por que no encontró comprensión en su club de entonces, la Universidad Católica de Chile, pero, principalmente, fueron razones familiares las que le decidieron a quedarse en su país.
Así las cosas, apostó por Jorge D´Alessandro, exitoso entrenador la temporada anterior en la UE Figueras, modesto club catalán al que había llevado hasta la promoción de ascenso. D´Alessandro, imponente por su físico, que rozaba los dos metros de estatura, era un hombre exuberante, de palabra fácil y apasionada, que, sin duda, causaría impacto en la afición.
Firmó por una temporada y fue presentado el 13 de julio de 1992. Se comprometió desde el principio a que el Betis jugara al ataque como lo había hecho el Figueras y, según dijo, "ahora con más razón, porque antes tenía un triciclo y ahora un Fórmula 1".
El argentino Jorge D´Alessandro había sido portero de éxito en la Unión Deportiva Salamanca y adquirió gran fama nacional el día de Año Nuevo de 1978, cuando un choque en el estadio de San Mamés con el delantero bilbaíno Dani le provocó la pérdida de un riñón, a pesar de lo cual retomó su carrera deportiva. Un deportista extraordinario con una brillante trayectoria iniciada en San Lorenzo de Almagro y que tuvo continuidad en el conjunto salmantino, donde jugó 9 temporadas consecutivas, 7 de ellas en Primera División.
A D´Alessandro lo acompañaría en el mando Rogelio Sosa, segundo entrenador, y con ambos estaría como preparador físico Pepe Lorente, un nombre señero del deporte sevillano, quien a partir de este ejercicio ocupaba la parcela que durante más de una década dirigió el prestigioso Diego Soto.
Pocos días antes del fichaje de D´Alessandro se había culminado el retorno al Real Betis de Rafael Gordillo, tras sus fecundos 7 años en el Real Madrid. Una noticia que inflamó a la afición y disparó las expectativas, acrecentadas asimismo por otra vuelta de tronío, la del "lobo búlgaro" Trifón Ivanov.
Todo eran esperanzas en aquellos días en los que también llegaron para reforzar al equipo algunos otros futbolistas de tono menor como Requena, Merino II, Monreal, Diezma y Tab Ramos, este último quizá la contratación más ambiciosa por su coste. Un rápido
jugador de banda, nacido en Uruguay, aunque con nacionalidad norteamericana, que procedía del Figueras.
El juego de ajedrez
D´Alessandro se puso manos a la obra y en esa faceta fue excepcional. Un trabajador modélico que, enseguida, se ganó el cariño de todos los que vivían el Betis a diario. Una buena persona que irradiaba pasión y honorabilidad.
Pero su manera de ver el fútbol era muy peculiar y no siempre comprendida. Como ya escribí en aquellos días, D´Alessandro entendía el fútbol como una ciencia cercana al ajedrez. Como una disciplina cerrada y precisa en la que no había resquicio para la improvisación y sobre la que fue edificando todas las certezas de su mundo estratégico desde que arrancara su carrera como técnico en los alevines del Salamanca.
Creía en sus planteamientos como en un auténtico dogma y, por ello, tenía en su despacho del Villamarín una montaña de carpetas en las que siempre confiaba en encontrar soluciones a los problemas. Sólo de esta manera, según decía: "Es posible saber qué clase de entrenamiento vamos a programar cada día y, lo que es más importante, sólo de esta forma podré explicarle a los jugadores porqué vamos a trabajar de una manera o de otra".
Una obsesiva tendencia a que no hubiera factores inexplicables que le llevaba a utilizar con la plantilla un nivel de diálogo poco común y quizá algo excesivo. "Hablaba mucho -dice alguno de sus ex pupilos- y a veces desesperaba tanta charla".
Nada partidario de apelar a la testiculina, les comentaba a sus jugadores en las horas previas a los partidos cómo era el campo rival, qué temperatura se encontrarían o qué intensidad tenía la luz de los focos, y vigilaba desde cerca que los tacos de las botas fueran los adecuados para el piso o que los slips que se colocaran los protagonistas no les provocaran ni rozaduras ni incomodidades.
Ese esquema de trabajo era el que le hacía afirmar que "cada partido tiene su lectura y cada contrario su antídoto" y así lo dejaba escrito en un cuaderno que siempre lo acompañaba. Ahí apuntaba las fortalezas y debilidades de su equipo, las características de los jugadores contrarios y los factores ambientales que podrían encontrarse. Todo ello,
rematado con una frase que servía de colofón a lo anotado. Un resumen que, a veces, tenía su gracia, como cuando fue a jugar al encharcado y pantanoso campo del Lugo y dijo que la única conclusión que cabía obtener de este partido es que había que "llegar, ganar, ¡y desaparecer!"
Los inicios fueron inmejorables (sendas victorias contra el Compostela y Sestao), pero a partir de ahí se paró la bicicleta. El equipo estuvo dando tumbos tres meses y la cosa no tenía visos de mejora. Cada vez más, D´Alessandro andaba sobre un campo de minas en el que se le cuestionaba casi todo. Sobre todo, que en su papel de comentarista estelar en un programa radiofónico nacional de máxima audiencia defendiera un modelo de juego diametralmente opuesto al que mostraba el Betis cada semana.
Ni siquiera los fichajes urgentes de los rusos Kobelev y Kasumov revitalizaron al equipo, que andaba más cerca de la media tabla que de la cabeza, y ello lo llevó, contra sus convicciones, a modificar el dibujo del equipo. Le criticaron mucho desde la directiva que intentara dar espectáculo "como si fuera el Barça o el Milán" y se vio obligado a dejar atrás el marcaje en zona del que tan partidario era y a buscar perfiles más defensivos que tampoco mejoraron el rendimiento general.
El cese
Así se llegó a Palamós una fría y lluviosa tarde de marzo. Inhóspita para cualquier cosa. Sobre todo, para el Betis, que perdió por 2-0. Ahí terminó la aventura de Jorge D´Alessandro como entrenador verdiblanco. La presión directiva fue enorme y Lopera, que lo defendió siempre, hubo de claudicar, a pesar de que le supiera muy mal tener que reconocer que su primera elección como entrenador había terminado como el rosario de la aurora.
Al día siguiente de su cese los futbolistas, muy particularmente Gordillo, lo elogiaron como no era común con los entrenadores despedidos. Prácticamente todos hablaron bien de él, destacando su humanidad y la grandeza de espíritu de aquel tipo hablador y volcánico que tanto se hacía querer y que, como curiosidad añadida, tan escandalosamente sudaba. Tanto, que a veces, más allá de las camisas empapadas, le rebosaba el sudor por las hombreras de las chaquetas.
Le ofrecieron quedarse en el club, pero declinó la oferta amablemente. Le dieron el equipo al mítico José Ramón Esnaola, quien no llegó a tiempo de enganchar siquiera la promoción. La travesía por Segunda aún duraría una temporada más.
Jorge D´Alessandro, por su parte, sobrevivió 10 años más en los banquillos de España. Pasó por el Atlético de Madrid de Jesús Gil y hasta tres veces estuvo en la UD Salamanca de su alma, amén de en otros varios equipos en los que alternó la máxima categoría con la división de plata.
Ya entonces, como ahora, destacaba por ser un reconocido comentarista radiofónico y televisivo, abundoso y facundo, que no sólo ponía su voz a las cosas del fútbol, sino que las acompañaba de una gestualidad teatral que hacía las delicias de imitadores y chistosos.
Rogelio Sosa, quien tantas horas estuvo con él, lo llamaba "el grande" y siempre confesó haberle tenido un gran aprecio. Realmente como se lo tuvimos todos los que lo conocimos en aquellos días. Pero las cosas no funcionaron y bien que lo sentimos.
Como sentimos que de eso haga ya 30 años.