HISTORIA | El elogio de la derrota
A pesar haber perdido la final de Copa de 1997 ante el FC Barcelona, los jugadores del Real Betis fueron recibidos a la vuelta por miles de aficionados orgullosos de su equipo
Por Manolo Rodríguez
La derrota del Real Betis en la final de la Copa del Rey de 1997 fue un dolor y una crueldad. Por cómo se produjo, porque en la hierba fue mejor que su rival y porque aquella generación extraordinaria de jugadores se hubiera merecido cerrar con una victoria el ciclo histórico que se había iniciado camino de Burgos en 1994.
Pero no pudo ser. Las cosas del fútbol, dijeron algunos. El elogio de la derrota, lo llamaron otros. Distintas maneras de interpretar lo que aparentemente no tenía explicación, pero que al final fue lo que reflejó el marcador del Bernabéu cuando todo se había consumado.
El FC Barcelona se proclamó campeón y el Betis lloró sudesgracia. Un llanto que mezclaba orgullo y rabia y que alcanzó a los niños béticos en las tribunas. Esos que junto a sus padres y abuelos veían en el campo el desconsuelo de sus ídolos, la pena de Finidi, la amargura de Alexis y, sobre todo, las lágrimas de Alfonso con sus botas blancas.
Esas lágrimas que se convirtieron en el gran icono de aquella final frustrada. Y así quedó acreditado en la portada del diario Marca del día siguiente, que mostrabauna imagen del Rey Juan Carlos cogiéndole la cara al delantero bético bajo un enorme titular que decía: "Alfonso no pudo darle la Copa al Betis. Y lloró".
En Madrid, aquella fría noche de junio, cayó el telón del modo más implacable sobre unos años que hoy seguimos recordando con emoción y júbilo. El tiempo del gran Betis que en apenas 4 años pasó del albañal de la Segunda División a la aristocracia del fútbol español. Aquella escuadra que dirigía Lorenzo Serra y que primero ascendió en 12 partidos, que más tarde fue tercero en la Liga con un sencillo equipo de hierro y al que en los años posteriores se le fueron uniendo los primores de futbolistas tan excepcionales como Alfonso, Finidi o Jarni.
Un equipo que conjugaba el talento y la fuerza, la precisión quirúrgica y la impenetrabilidad defensiva, el orden y la brillantez. Un conjunto en el que titilaban las luces brillantísimas de algunos futbolistas geniales, pero sin olvidar nunca que el armazón de aquel acorazado seguía sostenido por gente de la casa como Juan Ureña, Juan Merino, Luis Márquez, Juan José Cañas o Roberto Ríos.
Muchachos comprometidos y honestos, buenos futbolistas, que en la mayor parte de los casos ya habían sido campeones de España en categoría juvenil y a los que se sumaron otros jugadores que venían de los orígenes o que llegaron poco después, y cuyo máximo símbolo fue, sin duda, Alexis Trujillo, el capitán de aquella nave, el cerebro que movía los hilos, ese prodigio de competitividad que siempre tenía la obsesión de ganar.
Un equipazo
Aquel equipo en la campaña 1996/97 fue un trueno que desafió a los grandes. Una alegría para la vista. Siempre arriba en la Liga y arrasando en la Copa. Una Copa inmaculada en la que fue imparable hasta llegar a la final.Derrotó consecutivamente en cada uno de los partidos a Écija, Granada, Tenerife y Rayo Vallecano para plantarse en las semifinales contra el Celta. Victoria 1-0 en Heliópolis la noche del Martes Santo y guerra viva en Balaídos en el partido de vuelta, cuando expulsaron a Ureña y no pudieron jugar ni Finidi, ni Vidakovic, ni Kowalczyk. Donde Alexis marcó un gol que es leyenda.
Lo siguiente fue la final, para la que hubo que esperar 2 meses y 22 días. Mucho tiempo. Demasiado. Por medio, se jugaron 11 partidos de Liga y pasaron cosas que hoy cuesta entender. Por ejemplo, el cese de Lorenzo Serra a 10 días de la cita del Bernabéu, arguyendo el máximo accionista que el entrenador ya estaba comprometido con el FC Barcelona para la temporada siguiente.
Aquello fue la devastación absoluta, pero felizmente volvió el buen sentido al día siguiente cuando ambas partes mantuvieron una charla privada en el despacho de Manuel Ruiz de Lopera. Nadie sabe qué se dijeron. Ninguna de las partes ha querido desvelarlo jamás. Pero es el caso que en tres minutos se zanjó el problema. Regresaron como los dos buenos amigos que eran y Lopera anunció que Serra Ferrer se sentaría en el banquillo del Betis en la final de Copa y que el 30 de junio podría fichar por el equipo que quisiera.
Otra cosa fue el reparto de las entradas. El Betis tuvo acceso a 33.895 entradas y, según dijo el máximo accionista: "Queremos que tengan preferencia los socios que siempre han apoyado al Betis y han luchado para que este título vuelva otra vez a las vitrinas del Villamarín".
Pero para hacer posible ese propósito se obligó a los socios a pagar en el partido que el Real Betis disputaría contra el Compostela el 4 de mayo y que fue designado como "Día del Club". Una medida a la que no se le veía mucha relación con el reparto de las entradas de la final, aunque se intuía una hábil maniobra para que nadie dejara de ir a un partido en el que obligadamente tendría que pagar todo el mundo. Por tanto, cada bético que asistiera al Betis-Compostela debería conservar la entrada para poder retirar otra para la final de Copa.
Según dejaron dichas las crónicas periodísticas, fueron casi 60.000 béticos los que acudieron a Madrid. Una barbaridad. 10 aviones especiales, 26 trenes, 500 autobuses y 15.000 coches particulares. Una toma en toda regla de la capital de España, que en las horas previas del partido presentaba un maravilloso aspecto verdiblanco. Familias enteras llamadas al conjuro de la emoción del Betis, de ese sentimiento irrenunciable que no sabe de medidas, de esa pasión que no tiene fin.
La afición verdiblanca quedó acomodada en el Fondo Sur y lo primero que debe ser dicho es que hacía un frío que pelaba. Impropio no ya de junio, sino del invierno más crudo. Como dijo con mucha gracia un bético acomodado en aquella zona: "¿Qué será esto en enero, Dios mío?".
Y el viento. Un aire iracundo que levantaba los papelillos que se habían lanzado al campo cuando los jugadores saltaron al césped y que se convertía en un destemplado añadido a la incertidumbre y la preocupación que siempre provocan las citas con la historia.
Béticos agradecidos
Con el Rey en el palco presidencial, la pelota comenzó a rodar a las 9 de la noche del sábado 28 de junio de 1997. A Juan Carlos I lo acompañaba en el palco presidencial su augusta madre, Doña María de las Mercedes, una bética de corazón que no pudo disfrutar de la victoria que toda la expedición verdiblanca hubiera querido dedicarle.
Algo de lo que habló con otro bético cabal como Curro Romero, al que le rogó que subiera al palco de autoridades. Al despedirse, le dijo el Farón: "Señora, hasta otro día", a lo que respondió Doña María: "¿Hasta otro día? Hasta mañana, que iré a verle torear en Segovia".
Dirigió el partido el colegiado castellonense Juan Ansuátegui Roca y las alineaciones fueron las siguientes:
Real Betis: Jaro; Jaime, Roberto Ríos, Vidakovic, Merino (Ureña, m.83); Nadj (Olías, m.84), Alexis, Cañas (Pier, m.70), Jarni; Finidi y Alfonso
FC Barcelona: Vitor Baia; Ferrer (Óscar, m.84), Abelardo, Couto, Sergi; Guardiola, Luis Enrique, De la Peña (Popescu, m.99); Figo, Pizzi y Stoichkov (Amunike, m.66).
La marcha del partido es sobradamente conocida. El tempranero gol de Alfonso (con la cara) al que siguió el latigazo de Figo que empató el marcador. Así concluyó el primer tiempo. Ya en la continuación, cuando apenas faltaban 8 minutos para el final, llegó aquel descomunal regate de Alfonso a Couto y el pase a Finidi, que clavó el 2-1. Un sueño del que despertamos pronto. Enseguida igualó la contienda el argentino Pizzi y eso arrojó el dueloa la prórroga.
Un tiempo añadido al que casi todos llegaron exhaustos. El Betis se mantenía en pie con los ojitos de la cara y, para colmo de males, en el minuto 114 se produjo aquellacarambola impensable en el área verdiblanca que acabócon la pelota en la red de Jaro.
La derrota por 3-2 le abrió paso a la desolación y al llanto, pero también fue el principio de la vindicación de aquel grandísimo equipo. La demostración más evidente de que en el juego del fútbol a veces se puede perder siendo el mejor sobre el campo. El elogio de la derrota.
Por eso, al día siguiente, en un caluroso domingo sevillano, más de 5.000 béticos acudieron a la estación de Santa Justa para recibir a sus futbolistas. Con el orgullo por bandera y la cabeza más alta que nunca. Dolidos por el revés deportivo, pero satisfechos por el lugar tan alto en que esos futbolistas habían colocado el escudo de las 13 barras.
Fueron incluso al Ayuntamiento, donde los recibió la alcaldesa Soledad Becerril, y en todas partes merecieron el aplauso general. El mismo que la España futbolística le tributó esos días a la afición bética, cuyo comportamiento fue ejemplar en el masivo éxodo a Madrid.
En suma, una mezcla de tristeza y dignidad que va a cumplir 25 años y que resulta de obligada recordación a dos semanas del deseado título copero que viene de camino.