HISTORIA | El palco de Heliópolis
Breve recorrido histórico por esta zona institucional, abierta por primera vez en 1939, y que como el resto del estadio ha sufrido los embates de la oscura época de la pandemia
Por Manolo Rodríguez
Esta semana se cierra en Heliópolis la temporada del silencio. La de las gradas vacías. El año en que las butacas se quedaron sin alma y los béticos debieron marchar al exilio más doloroso. Cuando todo estuvo marcado por el mal de ausencia. Sin la vida que latía cada día de partido en las entrañas del estadio.
Algo que también ha ocurrido en el palco presidencial. En ese rompeolas institucional de la entidad, donde el presidente y sus directivos han vivido desde siempre, entre la confianza y la angustia, lo que ocurría en la hierba. Recibiendo a veces el reconocimiento de la afición y, en otras ocasiones, padeciendo el desagrado de los socios y aficionados.
Esta temporada en esa zona noble no se ha podido recibir ni a las peñas ni a los colectivos que hacen Betis cada día. Ni a los hijos más queridos de este sentimiento, ni a las personalidades oficiales que asistían con admiración a este ritual irrepetible.
Algo desconocido hasta ahora en ese palco presidencial de Heliópolis que, sin duda, forma parte de la historia del Betis. Un palco que se hallaba revestido con lo que la prensa definió como "la gloriosa enseña patria" la primera vez que abrió sus puertas. Fue el 12 de marzo de 1939, cuando al locutor Fernando Fernández de Córdoba aún le quedaban veinte días para leer en Burgos el último parte de guerra. De la Guerra Civil.
Y por ello, como es natural, ese día estuvieron en el palco el General Jefe del Ejército del Sur, Gonzalo Queipo de Llano, y el Coronel de Estado Mayor, José Cuesta Monereo. Los recibió y agasajó Antonio Moreno Sevillano (el mismo presidente de aquel Betis mitológico que había ganado la Liga cuatro años antes) en una tarde que ya es patrimonio de la historia, por cuanto supuso la reapertura del antiguo Stadium de la Exposición, la primera vez que el Betis jugó en su nueva casa, y, además, tuvo el epílogo feliz de que tan notable efeméride pudiera saldarse con una justa victoria verdiblanca ante el Sevilla FC por un gol cero, tanto marcado por Paquirri.
Desde entonces, cabe imaginarse la de cosas que han circulado por ese palco que hasta 1980 tuvo un balcón ligeramente ovalado, un hermoso escudo en el centro y una hilera de palquitos familiares alineados a ambos lados.
Ahí fue donde descargaron los rayos y los truenos de la Tercera División, donde empeñó su vida y su hacienda Pascual Aparicio y donde se dejó la salud un hombre bueno como el coriano Manuel Ruiz, aquel que vio caer las murallas de Jericó después de siete años con sus días y sus noches.
El sillón en el que se sentó Benito Villamarín. De ese tiempo, su tiempo, finales de los cincuenta y principios de los sesenta, son las primeras fotos en las que el palco tiene vida propia y se erige en ámbito protagonista del imaginario bético. Villamarín con la bandera de rayas horizontales, la tela que lo recubre con el escudo del rombo, el inmenso icono del saludo a la afición cuando volvió de Boston de ser operado, las miradas serias y atentas a lo que sucedía en la hierba.
Años más tarde, en junio del 67, el palco incluso se convertiría en improvisada tribuna de oradores desde la que saludar el ascenso de ese verano, el que se había confirmado en Granada con aquel gol de Rogelio mientras que sorteaba patadas. Desde allí hablaron Julio de la Puerta, y Antonio Barrios, y Eusebio Ríos, y Rogelio, y Quino? y hasta Luis del Sol, que había llegado a Sevilla para pasar las vacaciones y no quiso perderse un momento tan jubiloso.
Después vino la fecunda era de Pepe Núñez, el presidente de la unidad, según lo llamaron. Un bético cargado de humildad y buen sentido. Tanto, que hasta le llegaron a criticar que una vez guareciera bajo su mismo paraguas al presidente del Sevilla. Había empezado a llover sobre la vertical de Heliópolis y a Núñez le pareció obligado darle cobijo a José Ramón Cisneros. Aquello dio mucho que hablar entonces.
Pepe Núñez fue el padre del voladizo y situó la zona del palco en el eje del segundo cuerpo de la tribuna. Por primera vez había vida por encima de la preferencia. Y ganó la Copa, y adecentó las entrañas del viejo Stadium de la Exposición, y gobernó con seriedad y sin personalismos.
Pero ni así pudo sortear los idus del 79, cuando el ambiente volvió a enrarecerse. Y con dolor de corazón decidió dejar vacío el palco. Clausurarlo para que ninguna protesta distrajera la atención de lo prioritario. Que ya se sabe que lo único importante que ocurre en el fútbol es lo que hacen los futbolistas. Lo demás siempre es accesorio.
Nuevas tribunas
Su sucesor, Juan Mauduit, fue el último presidente que ocupó ese palco de balcón ligeramente ovalado y hermoso escudo en el centro. Porque en el verano de 1980 el Betis arregló una huelga de la construcción, le garantizó a Tenorio "el viejo" que viviría para siempre al pie del campo que era su casa, y dinamitó las viejas tribunas a fin de que emergiera el estadio que acogería el Mundial de 1982.
Y a partir de entonces, ya fue otro el palco. Sin balcón y sin escudo, pero amplio y moderno, con butacas de cine, como dijo alguien. Un espacio donde ya había aparecido el mármol y en el que daban canapés en los descansos, aunque, exactamente, el refrigerio se localizara en el llamado "antepalco", la galería al pie.
Para darle sentido a tan distinguido vestíbulo se creó "la sala de trofeos", y en ella quedaron expuestas las principales copas ganadas por el Betis a lo largo de su historia. Esas que en otro tiempo estuvieron en las vitrinas de la sede social o secretaría y que con tanta erudición y magisterio explicaba Don Manuel Simó cuando las oficinas del club se hallaban fuera del estadio, en calles tan céntricas como Alemanes o Conde de Barajas.
En este nuevo recinto gozaron y sufrieron los presidentes Gerardo Martínez Retamero y Hugo Galera, quizá más lo segundo que lo primero. Ambos debieron enfrentarse a críticos momentos económicos y encomiable fue su lucha por mantener el rumbo. Pero tanto desgaste les pasó factura. Retamero directamente dejó de acudir al palco las tardes de partido y Galera aguantó con estoicismo en su butaca algunas protestas de tono mayor.
Después llegó el 92 y, desde entonces, hubo muy pocos cambios hasta bien entrado el siglo XXI. Pocos casi nada. Pequeños arreglos cosméticos, recordatorios de que el Real Betis era SAD, presencia divina y culto al líder, con un busto de bronce que una vez incluso tuvo acomodo entre los sillones de palco ante la estupefacción universal.
Desde ahí pudo celebrarse el título copero de 2005 y se contempló con emoción el debut en Andalucía de la Liga de Campeones. Al mandatario de ese tiempo, Manuel Ruiz de Lopera, lo mismo le cantaron el conocido "Hola, hola, Don Manuel" que, pasado el tiempo, le llovieron los denuestos cuando pareció que el aire feliz de los años 90 había pasado definitivamente a mejor vida.
Aquellas convulsiones llegaron como se sabe al ámbito judicial y eso derivó en la inmensa satisfacción de ver al frente del palco presidencial a Rafael Gordillo Vázquez, uno de los hijos más queridos del beticismo. Un ejemplo de lealtad a la causa bética y un modélico servidor en los momentos más turbulentos. Un valiente para el que nunca habrá suficiente agradecimiento.
En la época más reciente se produjo una ampliación del palco, se le confirió una nueva imagen al antepalco y se sucedieron los presidentes a medida que se iban cubriendo etapas hacía la democratización del club. Algo cercano y conocido.
En ese palco, hoy espacioso y cargado de la dignidad que merece la institución, aunque siempre candente, se sienta desde hace un lustro Ángel Haro, como cabeza visible del proyecto "Ahora, Betis, Ahora", que comparte con el vicepresidente José Miguel López Catalán.
Dos béticos jóvenes, llenos de energía y ambiciones, que le han devuelto el protagonismo a los accionistas, que han puesto especial empeño en cuidar la historia y las tradiciones y que en el orden deportivo han sabido capear los inevitables temporales que siempre trae el fútbol. Unos dirigentes que han sido capaces de devolver al Real Betis a las competiciones europeas y que están sorteando con eficacia las enormes dificultades económicas y sociales que ha traído la dichosa pandemia.
Ellos y los miembros de su consejo de administración han sido los únicos béticos que han podido estar presentes durante todos estos largos meses en ese palco que, como todo el resto del estadio, ha vivido en soledad esta época tan oscura.
Ese palco que viene del pasado y desde el que presidentes tan grandes como Benito Villamarín o Pepe Núñez saludaban con familiaridad a los béticos que se acomodaban en la hilera de palquitos familiares alineados a ambos lados.
Cuando los tiempos eran otros, pero la esencia del Real Betis era la misma.