HISTORIA | Jueves Santo en Heliópolis
La mañana del 23 de marzo de 1989 la selección española goleó a la de Malta en el Villamarín en partido clasificatorio para el Mundial Italia-90
Por Manolo Rodríguez
Era la quinta vez que la selección española jugaba en el campo del Real Betis. La sexta, si contabilizamos aquel pionero partido de 1929 que enfrentó a España con Portugal en el viejo solar donde se levantó el Stadium de la Exposición.
Corría el mes de marzo del año 1989 y en aquellos tiempos Sevilla se había convertido en la sede del equipo nacional. Todos los partidos oficiales de la roja se disputaban en uno de los dos terrenos de juego de la ciudad. Un orgullo para los sevillanos,
En el Villamarín había debutado la selección con la goleada a Malta de 1983 y, posteriormente, se habían jugado partidos de clasificación para Mundiales o Eurocopa contra Gales, Islandia, Rumanía, Albania y Eire. Cinco encuentros y cinco victorias, 13 goles favor y apenas 1 en contra. Un estadio talismán lo llamaban.
El siguiente encuentro internacional que correspondía jugar en Heliópolis era un nuevo España-Malta, lleno siempre de las evocaciones mágicas que traía el recuerdo del 12-1. Apetecía vivirlo. El problema llegó cuando se supo la fecha. El partido debería disputarse el 23 de marzo de 1989. Y ese día era? ¡Jueves Santo!
La conmoción la pueden imaginar. Aquí no estábamos acostumbrados a eso. La Semana Santa era un tiempo que únicamente le pertenecía a la ciudad y nada ni nadie podía perturbar el ritmo de las cosas. Junto a eso, estaban todos los demás problemas: la seguridad, la movilidad de los espectadores, el miedo a que el campo estuviera vacío. En fin, un problemón que hizo correr ríos de tinta.
Ante la alerta inmediata de las autoridades sevillanas, la Federación Española intentó proponer una nueva fecha, pero la UEFA se cerró en banda y la impuso "manu militari". No quedaban muchas alternativas. Si acaso, realizar algunos ajustes que pudieran hacer compatibles ambos acontecimientos. En ese sentido, la Federación decidió programar el partido para las doce de la mañana. Así, al menos, no se verían afectados los desfiles procesionales.
Unas procesiones que estaban siendo espléndidas en un año histórico. Rigurosamente histórico, ya que el Martes Santo había realizado por primera su estación de penitencia la Hermandad del Cerro del Águila. Un suceso extraordinario que había conmovido a toda la ciudad. Muy particularmente, por la muchedumbre incontable que se daba cita tras el paso de la Virgen de los Dolores.
Tan impresionante fue que el Consejo de Cofradías autorizó que todas aquellas personas que venían de promesa junto a la Virgen la siguieran acompañando hasta la Catedral. Fieles devotos que habían hecho realidad un sueño que parecía imposible y que en la misma Campana entonaron una salve que, desde aquel día, es historia de la Semana Santa de Sevilla.
Incluso el entonces Arzobispo, Fray Carlos Amigo Vallejo, acompañó a la corporación hasta la Catedral, donde se quitó el pectoral bendecido por Juan Pablo II y se lo regaló a la Virgen de los Dolores en un emotivo gesto.
Pero aquel Martes Santo de 1989 no sólo había quedado grabado en la piel de la ciudad por la emotividad del Cerro. También aquel fue el año en el que el Cristo de las Almas de los Javieres no pudo desfilar por las calles a consecuencia de los graves daños que le habían infligido a la imagen unos desalmados que entraron a robar en Omnium Sanctorum un mes antes.
Ante tal tesitura, la Hermandad decidió que los cuatro manigueteros, portando cirios apagados, flanquearan el hueco que debía haber ocupado el paso de Cristo. Una escena insólita que provocó que los sevillanos se pusieran de pie cuando desfilaron por la Carrera Oficial. Mientras tanto, el templo de la calle Feria permaneció abierto hasta las 10 de la noche, con nazarenos en turnos de vela ante el crucificado, recibiendo la visita de cientos de personas.
Así de intensa estaba siendo aquella Semana Santa que había pregonado un bético grande. Muy grande. Juan Moya Sanabria. Directivo del club hasta poco antes, Hermano Mayor de los Estudiantes y hombre de ley. Un sevillano hondo que llevaba al Betis en el corazón y que desgraciadamente se fue muy pronto, con apenas 55 años, en 2007.
En el Betis, entretanto, había calma tensa. El Domingo de Ramos no hubo jornada de Liga y los verdiblancos encaraban el último tramo de competición con evidente preocupación. Que estaba justificada, ya que sólo se hallaban un punto por encima del descenso.
Aquella campaña había sido muy desafortunada desde los inicios. Salvo Calderé, no habían tenido regularidad ninguno de los fichajes estelares (Pumpido, López Ufarte, Manolo Hierro o Puma Rodríguez) y quizá el mayor error lo había cometido la directiva en el mes de diciembre al cesar precipitadamente al entrenador Eusebio Rios (toda una leyenda del club) y, lo que es peor, al reemplazarlo por un tipo tan estrafalario e insustancial como el paraguayo Cayetano Ré.
Así estaban las cosas cuando la selección española llegó a su tradicional concentración de Oromana el Domingo de Ramos. Los malteses arribaron un día más tarde al Parador de Carmona. El combinado nacional, dirigido por Luis Suárez, entrenó en el Villamarín lunes y miércoles y el martes permaneció todo el día en Alcalá de Guadaira.
La cita, además, venía acompañada de algunas conmemoraciones de importancia. Se estaba celebrando el 75 Aniversario de la Federación Española de Fútbol y con tan fausto motivo se rindió homenaje a los futbolistas que en mayor número de ocasiones habían vestido la camiseta nacional. De entre esa extensa nómina destacaban dos por encima de todos: José Antonio Camacho y Rafael Gordillo, los únicos que hasta entonces habían llegado a las 75 internacionalidades. Y en el caso de Gordillo, 59 de ellas como jugador del Real Betis.
También se conmemoraba el 25 Aniversario del nombramiento de la afición sevillana como jugador "número doce" de la selección. Por ello, en las vísperas, el presidente de la Federación, Ángel María Víllar, entregó sendas placas de reconocimiento a la ciudad por su apoyo a la selección: una al alcalde de Sevilla, Manuel del Valle, recientemente fallecido, y otra al gobernador civil, Alfonso Garrido.
La mañana del Jueves Santo salió radiante. Haciéndole honor al día. Y el Villamarín se llenó. No, quizá, con los clamores de otras veces, pero se llenó, que ya era mucho según las circunstancias de la fecha.
Antes del inicio se repartieron balones y camisetas y, sobre la hierba, España ganó con toda comodidad y absoluta placidez por 4-0. Como muy bien definió algún periódico: "Una suave goleada".
Dirigió el partido el árbitro suizo Georges Sandoz y los equipos presentaron las siguientes formaciones:
España: Zubizarreta; Quique, Sanchis, Andrinúa, Jiménez; Michel, Roberto, Martín Vázquez (Eusebio, m.68); Manolo, Butragueño y Beguiristain (Eloy, m.68).
Malta: Cluett; Camilleri, Galea, Buttigied, Azopardi (Cauchi, m.30); Vella, Gregory, Bussutil, Di Giorgio; Scerry y Carabott.
Butragueño ofició como capitán y los goles se los repartieron a pares Michel (que cumplía ese día 26 años) y Manolo. El seleccionador Luis Suárez hubo de ver el partido en el palco por estar sancionado y en el banquillo se sentó su ayudante, Chus Pereda.
La victoria le dio a España la práctica clasificación para el Mundial de Italia-90 y el público fue feliz. También el presidente del Betis, Gerardo Martínez Retamero, porque para las arcas del club quedaba un buen pellizco. Muy necesario, por cierto, en aquellos días.
Como era habitual, se extremaron los piropos al público sevillano que, enseguida, volvió otra vez a sus quehaceres cofrades. Jugar en el Villamarín un Jueves Santo había sido una experiencia con final feliz.
Cuarenta y ocho horas después, el Sábado Santo, cuando ya la Soledad de San Lorenzo había llegado a la Catedral, volvió el fútbol a Heliópolis. A las 10 de la noche, un horario inhabitual entonces. El Betis se enfrentó al FC Barcelona de Cruyff en partido de Liga.
Pero esa ya es otra historia.