HISTORIA | La noche del Valladolid
En mayo de 1977 vivió el Real Betis el momento más delicado de aquella Copa que acabó ganando, con una decisiva y memorable actuación del portero Campos
Por Manolo Rodríguez
El lunes 27 de junio de 1977 el Real Betis paseó por la ciudad la I Copa del Rey ganada dos días antes en Madrid. Algo que sigue emocionando cuando se recuerda. Una inmensa fiesta que desbordó las calles y tuvo su eje capital en la Plaza Nueva, donde la muchedumbre fue tan imponente que todos coincidieron en que jamás se había visto nada igual. Una marea verdiblanca que agitaba banderas y coreaba el sentido "Betis, Betis" que nace de los corazones.
Aquella conquista unió a todas las generaciones. Para los mayores que vivieron la travesía del desierto significó la confirmación definitiva de que su lucha había tenido sentido. Que tanto sacrificio y tanto sufrimiento habían encontrado la recompensa de una victoria definitiva. Y para los más jóvenes fue como el despertar a un tiempo nuevo. A un mundo donde no sólo cabía el orgullo de ser béticos, llueva o ventee, sino además la legítima ambición de saberse campeones.
En medio de esa alegría incontenible se fueron sucediendo en el balcón de Ayuntamiento las apariciones de los ídolos verdiblancos. Y los discursos que saludaban tanta felicidad. Fue entonces cuando tomó la palabra el presidente José Núñez Naranjo. Y, fiel a su estilo, habló con la sinceridad que lo distinguía. Nada de brindis al sol. Por ello, inició su parlamento hablando de los malos momentos y acordándose de los más leales.
Y dijo: "Saludo especialmente a todos los que estuvieron en el campo la noche del Valladolid. Sí, aquella que llovía tanto. Los pocos que allí se congregaron fueron la base de este título que ahora celebráis. No en balde me han llamado el presidente de la verdad y esta es la verdad".
Pepe Núñez se refería al encuentro de vuelta de la eliminatoria de octavos de final jugada contra el Valladolid en Heliópolis el jueves 19 de mayo. Una noche tremenda. Sin ánimo de exagerar, quizá el momento más delicado de aquella Copa. Cuando todo pudo haberse ido al traste de la manera más inesperada y dolorosa. El punto de inflexión que permitió alcanzar todo lo que vino después.
Y fue así porque en esos días se juntaron una serie de factores que acabarían convirtiendo en agónicos aquellos 90 minutos eternos. El esfuerzo físico empezaba a pasar factura en una plantilla que se veía seriamente mermada en el torneo copero, ya que ni Gordillo, ni Muhren, ni Ladinszky (tres titulares indiscutibles) podían participar en la competición copera. El primero por haberla jugado ya con el filial y los otros dos por su condición de extranjeros.
Junto a esto, estaba con la baja médica un futbolista importante como Jaime Sabaté y, entre algodones, algunos otros que salían de lesiones recientes como García Soriano, Bizcocho, Alabanda o Eulate. Un panorama preocupante al que no tardaría en sumarse Julio Cardeñosa.
Aún así, la inercia ganadora de aquella excelente escuadra le permitió imponerse en el partido de ida en Zorrilla por 1-2, con goles de Anzarda y Megido. Noche muy fría, en la que incluso llegaron a encenderse hogueras en las tribunas.
Aquello fue el 5 de mayo y dos semanas más tarde acudió el Valladolid a Heliópolis, trayendo en sus filas a Antón y Mellado, dos ex jugadores béticos de grato recuerdo. El partido tuvo poco ambiente en las vísperas. Todo parecía estar decidido y así lo confirmó el diario Marca con un explícito titular que rezaba: "Trámite para las huestes de Iriondo".
Pero era precisamente Iriondo quien no las tenía todas consigo. "El equipo está algo cansado", repetía una y otra vez. Miraba en el vestuario y no podía ignorar que muchos de los obligados titulares tenían golpes, molestias o fatiga.
Tampoco el público se volcó con el encuentro. Como si pensara que la cosa estaba hecha. Por eso, a las nueve y media de la noche de aquel jueves 19 de mayo el estadio sólo se cubrió en su mitad. "Los pocos que allí se congregaron", según diría meses más tarde el presidente Núñez. El día tampoco invita. Temperatura agradable, pero riesgo de lluvia.
Arbitra el colegiado catalán López Cuadrado y las alineaciones son las siguientes:
Real Betis: Campos; Bizcocho, Biosca, Cobo, Benítez; López, Alabanda, Cardeñosa; García Soriano (Del Pozo, m.81), Megido y Anzarda (Lobato, m.89).
Real Valladolid: Llácer; Mellado, Antón, Santos, Avelino; Moré (Docal, m.87), Toño, Borja, Landáburu; Díez (Rubén López, m. 85) y Rusky.
El partido empieza inmejorablemente. A los 6 minutos marca Anzarda y durante media hora el Betis domina con claridad. Da la impresión de que va a sobrar el segundo tiempo. Sin embargo, las cosas empiezan a cambiar en el minuto 40. Empatan los pucelanos con un gol de Rusky y eso siembra la inquietud. Incluso Campos se ve obligado a hacer una gran parada antes del descanso.
En el vestuario, Cardeñosa tiene que ser tratado de unos fuertes dolores de lumbagia y tampoco están bien ni García Soriano, ni Anzarda, ni Bizcocho, ni Alabanda. Iriondo se preocupa, pero no hace cambios. Confía en que no ocurra nada desafortunado en la segunda parte.
Pero ocurre. Pasa que el Valladolid se come a un Betis muy limitado físicamente y que el campo se vuelca hacia el portal verdiblanco. Los centrocampistas pucelanos, en particular Landáburu (después de tan brillante carrera en el Barcelona y en el Atlético de Madrid), se erigen en dueños del juego y fabrican un fútbol vertical y rápido que llega a oleadas a la puerta bética. Y entonces, en medio de tanto quebranto, aparece majestuosa la figura de Manolo Campos, el portero del Real Betis, quien cuaja, posiblemente, su mejor noche en el equipo de su vida.
Campos, en aquellas fechas, tenía 26 años y llevaba en el Betis desde los 14. Un muchacho que se hizo hombre en el Villamarín. Ya en juveniles fue subcampeón de la Copa de España con el Triana y debutó en el primer equipo en la feliz temporada del ascenso de la 1970/71.
Portero de excelentes condiciones, ágil y de grandes reflejos, fue titular indiscutible en sus dos primeras campañas, mientras que en la 1972/73 se alternó en el puesto con el veterano cancerbero Pesudo.
A veces daba la impresión de que le pesaba demasiado la presión del Villamarín, pero nadie dudaba de que estaba empezando a forjarse un portero de años. Sin embargo, llegó Esnaola y ante la talla sobrenatural del vasco se apagaron todos los debates. Fue lógico, por tanto, que un guardameta con tanto futuro se fuera cedido durante dos campañas, una al Mallorca y otra al Valladolid.
En la temporada 1976/77, después de triunfar en Pucela, regresó al Betis, llegando a disputar hasta 16 partidos de Liga. Iriondo lo veía con buenos ojos y no se equivocaba. Se podía confiar en él y así lo demostró aquella noche contra el Valladolid.
Su actuación en la segunda parte fue sencillamente memorable. Hasta tres paradones escalofriantes mantuvieron en vida al Betis ante el asombro y la admiración del público que se daba cita en las tribunas. Paradas de reflejos, de colocación, de valentía. Como declaró después uno de los defensas verdiblancos: "Llegamos a convencernos de que, pasara lo que pasara, era imposible que le metieran un gol".
Quien sí pudo darle un respiro a la batalla fue el propio Betis, pero Julio Cardeñosa, muy afectado por el tremendo dolor de la espalda, falló un penalti y eso alargó la agonía. En las casetas, el entrenador castellano, José Luis Saso, vino a decir que "Campos ha sido la clave para que el Betis pasara", y también Iriondo le dedicó los elogios que merecía.
Resuelta aquella eliminatoria, el Betis pudo seguir alimentando el sueño del título. En cuartos superó al Hércules, en la semifinal, al Espanyol y en la final, al Athletic de Bilbao. Ganó la I Copa del Rey y esa gesta provocó que las calles se llenaran de béticos que gritaban su felicidad entre banderas verdiblancas.
Esos béticos a los que el presidente Núñez les quiso recordar desde el balcón del Ayuntamiento aquella noche del Valladolid. Esa en la que se paseó por Heliópolis la pena negra que tantas veces ha marcado la historia del Betis.
Afortunadamente, pudo espantarla el portero Manuel Campos Espinosa, quien cuajó ese día el mejor partido de su vida. El último que jugó esa campaña.