HISTORIA | Paraguas en Heliópolis
Recorrido sentimental por algunos de los días de lluvia desatada sobre el Villamarín, esos momentos que están en la memoria de todos los béticos que acumulan años de fidelidad
Por Manolo Rodríguez
El recuerdo de los días de lluvia sobre la vertical de Heliópolis es una experiencia que podrían referir todos los béticos que acumulan años de fidelidad y carnet. Esas tardes con el cielo negro como boca de lobo en las que la llegada al estadio ya venía marcada por el viento premonitorio y la completa certeza de que no habría tregua en las tribunas.
Ahora que, por fin, han llegado las lluvias de otoño, quizá sea buen momento para evocar aquellas viejas gradonas de antaño donde se abrían paraguas que apenas mitigaban el agua racheada y que siempre estaban dispuestos a cerrarse al menos atisbo de que cesaba la violencia de la lluvia. Un enjambre de gentes que veían sin ver y que se dejaban llevar por los sonidos del estadio, mientras que les chorreaba por los hombros y las mangas el agua helada del paraguas vecino.
Como es natural y lógico, cada bético tendrá sus vivencias en estos días tan singulares. Y, muy probablemente, casi desde el mismo momento en que salieron de sus casas, después de haber oído en boca de las personas que los querían bien esa letanía inevitable de que estaban locos. Algo en lo que quizá no se equivocaban.
Ya dejamos escrito en este cuaderno de historias que la visita de Osasuna en noviembre de 1961 estuvo marcada por el temporal de lluvias y por la trágica inundación que en aquellos días padecía la ciudad tras el desbordamiento del Tamarguillo.
Pero no sólo fue esta vez. El equipo navarro trajo en más ocasiones el agua. Llovió y mucho un año antes, en febrero de 1960, cuando los periódicos recogieron en sus crónicas que: "Después de una mañana apocalíptica, de lluvias torrenciales y terrible viento, a la hora de empezar el partido despejó bastante el cielo, si bien mediado el segundo tiempo se volvió a cubrir por completo, lloviendo con fuerza".
En mi caso, mi primer recuerdo rotundo de la lluvia en Heliópolis es de marzo de 1967. Un Betis-Málaga apasionante en el que se enfrentaban los dos máximos aspirantes al ascenso. Ganó el Betis por 2-1 (goles de mis queridos Demetrio y Pepe González) y el partido se jugó sobre un barrizal impracticable. Llovió toda la tarde, sin parar un momento, y cada vez que evoco ese día veo a mi lado a mi padre, en la antigua Tribuna de Fondo, con el impermeable empapado, calado hasta los huesos, pero felices ambos por esa felicidad que sólo son capaces de provocar las victorias del Betis.
Desde entonces, se podrán imaginar la cantidad de veces que he visto jarrear sobre el Villamarín. Pero ninguna como la noche del partido de Copa de diciembre de 2019 contra el Antoniano. En ese encuentro en el que fuimos visitantes en nuestra propia casa. Jamás había visto una cortina de agua, tan compacta e implacable, caer durante tanto tiempo seguido sobre la hierba de Heliópolis. Algo impresionante que superó todo lo conocido y trascendió de la mística del aficionado para convertirse en un acontecimiento en sí mismo.
A partir de ahí, cada asiduo al Villamarín podrá establecer su propio ranking de los días más lluviosos o de los partidos en los que más se mojó. Y en esta relación, me voy a permitir señalar algunos momentos que se me vienen la cabeza sin necesidad de mucho rescate histórico.
Impresionante fue la noche de agua del 7 de noviembre de 1984, cuando el Real Betis recibió al Recreativo de Huelva en el choque de ida de la segunda eliminatoria de Copa. Ambos equipos quisieron suspender el partido, pero el colegiado madrileño Molina Soto se negó. Ese día llovió de una manera tan desaforada y extrema que la Junta Directiva solicitó a través de la megafonía que el público de las localidades de Gol se refugiara en la tribuna cubierta de Preferencia.
Pero hubo un aficionado que no se quiso mover de su sitio en Gol Sur y a él le dedicó Manolo Ramírez (ese amigo que se fue tan pronto) su crónica del día siguiente en el diario ABC, donde escribió: "Te quedaste solo en un desierto de aguas y vientos, relámpagos y paraguas vueltos. Te quedaste sin banderas, sin chupe, sin el calor de Betis-etis-etis de los domingos de sol. Te quedaste porque abajo, en la hierba de la piscina, jugaba tu Betis, y eso es lo que te hace ir y volver -como siempre- Palmera abajo al Villamarín".
La tarde del Castilla
Cinco años más tarde, el 26 de noviembre de 1989, visitó Heliópolis el Castilla, filial del Real Madrid. La tarde se inició con nubes y con el emotivo saque de honor de un gran bético como el cantante José Manuel Soto, que venía de haber obtenido el segundo puesto en el Festival de la OTI celebrado en Miami, donde interpretó la canción "Como una luz", mientras que lucía en la solapa el escudo del Real Betis.
El primer tiempo se jugó con cielo entoldado y lluvia fina, pero en el descanso del encuentro cayó una tromba de agua indescriptible. Algo imponente. Llovió con tanta saña, que las tribunas se quedaron vacías y el césped se convirtió en una laguna donde era imposible jugar al fútbol. Durante la segunda mitad siguieron cayendo aguaceros de pronóstico reservado y a partir de un cierto momento la mayor preocupación fue que los futbolistas no se lesionaran. Quede para el recuerdo que el entrenador del Castilla en aquella tarde infernal fue Vicente Del Bosque, que el portero madrileño era Cañizares, y que en el Betis se produjo el debut del joven Monsalvete.
Cuando se jugó aquel partido el Betis estaba en Segunda, pero en diciembre de 1995 vivía una etapa feliz que aún se prolongaría algunos años más. Los verdiblancos disputaban la competición europea y el día de la Constitución de ese año recibieron al Girondins de Burdeos en el encuentro de vuelta de los octavos de final de la Copa Uefa. Jugaron admirablemente, ganaron, pero los bajó de la nube aquel gol estratosférico de Zinedine Zidane.
Dijeron los periódicos que "El Betis cayó con la cabeza muy alta", destacando asimismo el temporal inmisericorde que se abatió sobre el Villamarín durante toda la noche. Una lluvia continuada y fortísima que aún realzó en mayor medida el aire épico con el que el Betis intentó superar a base de casta aquel inesperado y lejanísimo disparo del astro francés.
Más modernamente, hay que acordarse de un Betis-Córdoba que se disputó en el medio estadio ya construido. Fue el 3 de marzo de 2001 y se jugó bajo un aguacero tumultuoso que no cesó en toda aquella desdichada tarde de sábado. Muy pocas veces había llovido como llovió aquel día. Ahí era imposible jugar y eso fue exactamente lo que ocurrió: que no hubo nada. Al público no le agradó el remojón ni el poco fútbol y, sin histerias, se limitó a envolverlo en el buen humor de pedirle entre cánticos al entonces accionista mayoritario que pusiera una visera en el estadio.
Lo siguiente que debe ser recordado es cómo jarreaba cuando los jugadores del Betis saltaron por primera vez al Villamarín después de aquel sonoro affaire que fue conocido como "la noche de Halloween". Noviembre de 2001, con el Zaragoza como rival. Agua, fango, protestas del público y confusión generalizada.
Meses más tarde, el 3 de febrero de 2002, la lluvia también se hizo generosamente presente en la segunda parte de un Betis-Valladolid que acabó con victoria verdiblanca. Joaquín estuvo enorme aquella tarde, en la que el cielo se fue oscureciendo a medida que pasaban los minutos hasta desatarse los chaparrones inexorables que acompañaron el final del encuentro.
De esa temporada debe ser mencionada igualmente la noche del 7 de abril de 2002, cuando el partido que enfrentó al Betis contra el Osasuna (otra vez Osasuna) se jugó en medio de un aguacero inmisericorde que dejó el campo convertido en una laguna. Aquel era el Betis de Juande Ramos que aspiraba a meterse en Europa y que lo acabó consiguiendo.
Y, por último, antes de llegar al acabose ya mencionado del choque copero contra el Antoniano, quizá la referencia más expresa de un Villamarín empapado sin descanso fuera el partido que enfrentó al Real Betis contra el Espanyol el 17 de marzo de 2018. Otro recuerdo imborrable. 30.000 espectadores en las tribunas y una manta de agua que no paró ni un momento. Lluvia intensa sobre los béticos quienes, a pesar de tanto rigor meteorológico, fueron felices viendo el extraordinario partido que les brindó su equipo. El que entonces dirigía Quique Setién y que se batía por entrar en Europa, propósito que se alcanzó al final de la campaña.
También esa noche contra el Espanyol, en medio del aguacero, se vivieron algunas anécdotas que alimentaron las conversaciones entre béticos: el viento desatado, dos apagones de luz cuando acababa el primer tiempo, el portero Adán recogiendo algún paraguas que había volado de la grada y los aspersores del césped poniéndose en marcha y soltando aún más agua cuando no tocaba.
En fin, ya decía al principio que cada aficionado tendrá su particular memoria de los días en que se abrieron los paraguas en Heliópolis y fueron tildados de locos al salir de sus casas buscando la compañía del Betis.
Esos recuerdos serán los suyos y, con todo el derecho, cada uno de ellos podrá contar como algo íntimo esos momentos que les pertenecen y que, sin duda, avalan una fidelidad que está muy por encima de los fenómenos naturales.