Reconocimiento médico a Rodolfo Orife en el verano de 1972. El doctor Rodríguez del Valle le toma la tensión y Vicente Montiel, las pulsaciones. De pie, Rafael del Pozo, recién llegado al Betis esos días.

HISTORIA | Rodolfo Orife en Los Cármenes

Este buen delantero argentino llegó al Betis en agosto de 1971 y dos meses más tarde se encontró en Granada con Aguirre Suárez, un viejo amigo que ese día no lo fue tanto

Por Manolo Rodríguez

Rodolfo Orife fue el cuarto jugador argentino que vistió la camiseta del Real Betis, tras Raúl Rodríguez Seoane (1957), Alfredo Rojas (1959) y Omar Raúl Rodríguez (1968).  Tres delanteros entre los que sólo había dejado huella "El Tanque" Rojas.

Quizá por ello, despertó tantas expectativas su contratación en el verano de 1971. Orife tenía 23 años, había salido campeón en su país con Chacarita Juniors y se le anunciaba como un ariete fuerte y de buen disparo.

Vino como oriundo (ese término tan común en aquellos años y que definía a los jugadores sudamericanos cuyos ascendientes eran emigrantes españoles) y su historia fue como la de otros muchos futbolistas de aquel continente. Lo fue a ver un intermediario, en este caso Epifanio Rojas, y le preguntó si le gustaría ir a jugar a España.

Le dijo que sí y volaron a Sevilla. Estuvieron unos días en conversaciones con el Betis, aunque sin concretar, y a finales de agosto acudió a Huelva para ver a los verdiblancos en el Colombino. Estando allí lo llamó el presidente del Chacarita y le pidió que fuera a Barcelona, donde su ex equipo participaba en el Trofeo Gamper.

En la Ciudad Condal, el representante y los argentinos intentaron negociar con el Barça, pero aquello no cuajó y regresaron a la secretaría bética de Conde de Barajas, donde los estaban esperando los directivos Pepe León y Manuel Peralta. Se arreglaron enseguida, firmó su contrato con el Betis el 27 de agosto y enseguida se lo presentaron al entrenador. Se comprometió por 3 temporadas a razón de 600.000 pesetas cada una de ellas.

Aquel Betis acababa de ascender a Primera y la gente estaba feliz e ilusionada. Lo presidía Pepe Núñez y en el banquillo se sentaba Antonio Barrios, el "viejo zorro" que por tercera vez había retornado a los verdiblancos a la máxima categoría.

El equipo era tierno, con muchachos canteranos y apenas unos pocos fichajes. Algo que provocaba dudas. Dudas que Barrios no se callaba. Urgían retoques de calidad que elevaran el nivel y para eso vinieron el centrocampista uruguayo Jurado, el delantero Rosselló y, sobre todo, Orife.  

Más allá de todo esto, el Betis de entonces tenía problemas muy graves. La situación económica seguía lastrada por la deuda heredada de la compra del estadio y, además, estaba más vivo que nunca el conflicto con Quino, ese futbolista prodigioso que se había declarado en rebeldía un año antes.

Se pensaba que Orife podría ser "9" bético para los próximos años y esa impresión se hizo aún más evidente cuando el 30 de agosto de 1971 fue anunciado el traspaso de Quino al Valencia. Una magnífica operación que dejó en las arcas de Heliópolis diecisiete millones y medio de pesetas y resolvió de una tacada los dos problemas antes enunciados.

Un día después, Orife se presentó ante el público del Villamarín en un interesante amistoso contra el Peñarol de Montevideo, la gran escuadra charrúa que venía de ser finalista en el Carranza. Empate a cero y buenas críticas para el argentino.

Pero no empezó jugando la Liga. Decía Barrios que todavía le faltaba ritmo de competición. No estuvo en el Bernabéu ni se alineó en casa contra el Celta. Fue incluso a Argentina para recoger sus pertenencias y aquellos primeros días en la ciudad los vivió muy al amparo de Jurado y su familia.

Debutó en la tercera jornada en Sabadell y apenas empezar el partido marcó el gol bético. Un zurdazo durísimo a la cepa del poste. No sirvió para puntuar (ganaron los locales 2-1), pero todo el mundo habló bien de él. Había motivos para confiar.

El defensa argentino

En esa misma fecha debutó con el Granada CF un viejo amigo de Orife. Quizá más que un amigo. Se trataba del defensa Ramón Alberto Aguirre Suárez, un tipo duro al que su fama lo precedía. Su filiación decía que había nacido en Tucumán (Argentina), aunque al llegar declarara que era paraguayo, y, según algunos historiadores, contaba con hasta cinco pasaportes de distintas nacionalidades.

Aguirre era un personaje. Protagonista estelar de la final de la Intercontinental que enfrentó a su equipo, Estudiantes de la Plata, contra el Milán, su excesiva dureza había quedado a la vista de todo el planeta. Tan tremendo fue aquello que llegó a pasar por la cárcel por dar mala imagen de la nación argentina. Lo suspendieron por 30 partidos en su país y durante cinco años en el fútbol internacional.

Había llegado al Granada a finales de agosto del 71, también como oriundo (dijo que sus padres eran de Pamplona), y formando pareja con el paraguayo Fernández comenzó a forjarse una leyenda negra que, a día de hoy, aún persigue al club rojiblanco: la de ser un equipo violento y tramposo que desbordaba el reglamento a base de patadas y agresiones.

Lo cual no es del todo cierto. El Granada de esos años tenía muchos valores futbolísticos y, particularmente en la temporada 1971/72, encontró a un goleador extraordinario como Enrique Porta, que se hizo acreedor al Trofeo Pichichi marcando 20 tantos. En aquel equipo se alineaban asimismo otros muy buenos jugadores que después harían brillantes carreras como el lateral De la Cruz, el centrocampista Jaén o el extremo Lasa.

Orife conocía a Aguirre Suárez desde mucho tiempo atrás. Se habían criado en las inferiores de Estudiantes de la Plata y jugaban juntos desde la tercera categoría. Los separó la marcha del delantero a Chacarita, pero la relación se mantenía. Ahora tendrían la oportunidad de encontrarse en España, la meca de todos los futbolistas sudamericanos.

Y ese encuentro no tardó en llegar. En la jornada 7. Granada-Betis en Los Cármenes. Para entonces, Orife ya había entrado en el corazón de los béticos. Se destapó en un partido contra el Athletic de Bilbao en el que hizo el gol de la victoria y oyó como el estadio coreaba su nombre. Era titular indiscutible en un equipo que acababa de empatar contra el Barcelona y remontaba puestos en la tabla.

Con esa confianza viajó el Betis a Granada. Los expedicionarios quedaron concentrados en el hotel Alhambra Palace y el domingo 17 de octubre de 1971 llegaron al estadio a las tres y media de la tarde. A Orife lo estaba esperando Aguirre Suárez. Se abrazaron emocionados y enseguida empezaron a recordar y a interesarse por los familiares de cada uno.

Incluso abandonaron el césped y se fueron a la tribuna buscando mayor privacidad. Allí estuvieron durante un buen rato. Muy felices del reencuentro. Aguirre, de mayor edad y con más mundo, le dijo una y otra vez que ya sabía donde lo tenía para cualquier cosa que pudiera hacerle falta. Se les fue el tiempo hablando y hasta el entrenador local, Joseíto, tuvo que ir a buscar a Aguirre para decirle que no se tardara. Quedaron en verse al final del partido.

Ya en la caseta del Betis, Rodolfo Orife explicó a sus compañeros quien era ese viejo amigo de juventud. Les dijo que Aguirre Suárez era un defensa valiente que se colocaba muy bien. Duro, pero noble.

O al menos eso pensaba él. Porque apenas comenzar el partido el Betis atacó por el costado izquierdo. La pelota salió fuera de banda y Orife acudió a recibirla. Cuando estaba a punto de pararla con el pecho, recibió un porrazo descomunal en la espalda. Posiblemente un rodillazo que, según su testimonio, lo partió en dos. Cayó hecho un ovillo y al levantar la vista comprobó que quien estaba a su lado era Aguirre Suárez. Lo miró perplejo y aunque no recuerda muy bien lo que le dijo, debió ser algo así como: "pibe, acá en la cancha yo no conozco a nadie".

El dolor no lo abandonó en todo lo que quedaba de partido. Jugó prácticamente solo en punta y, como todo el equipo, se aplicó en las tareas de achique. Al final tuvieron su premio y los verdiblancos se vinieron de Los Cármenes con un empate a cero. Ni Aguirre ni él hicieron mención de lo sucedido cuando se despidieron en el túnel de vestuarios. No había nada que decir.

En el partido de la segunda vuelta en Heliópolis, Orife apenas jugó media hora, pero fue decisivo al lanzar el córner que Rogelio cabeceó a la red en el minuto 90.  El gol del triunfo. No ha quedado reseñado ningún lance especial con Aguirre Suárez.

En los meses siguientes, el Granada acrecentó su fiera leyenda, mientras que el Betis vivió una temporada peligrosa que felizmente acabó bien. Orife disputó 24 partidos de Liga y 2 de Copa y, aunque fue perdiendo protagonismo a lo largo de la campaña, dejó una buena imagen entre la afición y la crítica.

Peor serían las cosas a partir del año siguiente, en el que volvió a verse las caras con Aguirre Suárez en el Villamarín. A Rodolfo Orife lo maltrataron las lesiones, el tobillo izquierdo lo crucificó y ello derivó en un rendimiento intermitente que en 1974 lo obligó a someterse a una delicada intervención quirúrgica de resultado incierto.

Dejó el Betis ese año y tras un paso fugaz por el Córdoba volvió a Argentina. Jugó en Vélez Sarsfield y retornó a España para enrolarse en el Xerez, también sin echar raíces. Se retiró del fútbol con 28 años y se quedó en Sevilla. Formó un hogar y, como en todas las vidas, las cosas han ido y han venido, a veces mejor y a veces peor.

Pero su recuerdo sigue en pie en la generación que lo vio jugar en los años 70. La que disfrutó con aquel delantero zurdo de melena larga y hablar pausado.

El amigo, que lo siguió siendo, de Aguirre Suárez.