HISTORIA | Silencio por un poeta
En el partido disputado en Heliópolis frente el Getafe el estadio le tributó un sentido homenaje de despedida a Antonio Hernández, gloria de las letras y bético de corazón.
Por Manolo Rodríguez
La tarde del 18 de septiembre de 2024 el público que atestaba el estadio Benito Villamarín guardó un respetuoso minuto de silencio por un poeta. Algo no muy común en el mundo del fútbol, pero que, como tantas otras cosas, sí encuentra cabida en el amplio universo del Real Betis y de los béticos, prendido en el alma de ese símbolo verdiblanco que trasciende con mucho los límites razonables del juego del balompié.
Esa calurosa tarde, el público de Heliópolis despidió sin palabras a Antonio Hernández Ramírez, uno de los más fecundos poetas, novelista, ensayista y articulista que han guiado el camino de la cultura andaluza y española en la época contemporánea. Premio Nacional de Poesía; dos veces Premio Nacional de la Crítica; Premio Andalucía de Novela y, junto a otras encomiendas ilustres, personaje de culto cuya obra literaria se estudia en la actualidad en cursos de doctorado en diversas universidades de los Estados Unidos y de Sudamérica.
Y bético. Rotunda y apasionadamente bético. Nacido en la localidad gaditana de Arcos de la Frontera, donde también fue distinguido con el título de hijo predilecto, siempre será recordado como autor de "La Marcha Verde", ese libro que Antonio Burgos calificó como "La Biblia del beticismo", y cuyas reflexiones han ido atravesando las generaciones de béticos intentando explicar el latido de la pasión en el corazón de los que sienten el Betis como un territorio marcado por la ensoñación, la añoranza y la justa réplica sentimental a los golpes que da la vida. Que ya se sabe que el éxito es una excepción y que los seres humanos sólo triunfan de vez en cuando por más que se esfuercen.
Conocí a Antonio Hernández a finales de octubre de 2006 en el Hotel Intercontinental de Madrid en un acto para andaluces que allí celebraba la Confederación de Empresarios de Andalucía, entidad en la que entonces prestaba mis servicios. Hablamos largamente, por supuesto del Betis. De eso tan íntimo que marca la esencia de este Club y del memorable pasado que hizo posible la resurrección tras la travesía del desierto. De las multitudes acudiendo a Utrera a reencontrarse con la gloria del infortunio, de Villamarín y su época, de la leyenda imperecedera del 77, del título copero recién ganado entonces y del futuro incierto que ya presagiaba la deriva institucional de la sociedad.
Sería demasiado pedante por mi parte afirmar que nos hicimos amigos (yo era apenas un meritorio al lado de su estatura intelectual), pero sí desarrollamos una cómplice relación bética que se alargaría en el tiempo y me traería sorpresas y satisfacciones que siempre vendrán conmigo y que jamás podré agradecer por más décadas que pasen.
En esos meses, la empresa Mediasur nos había encargado a Tomás Furest (periodista y compañero en el largo viaje de la vida) y a mí la elaboración del documental que reflejara los 100 años que en 2007 conmemoraría el Club. Llamé a Antonio Hernández y le pedí que interviniera en el mismo. Le solicitamos una frase que resumiera lo que le evocaba el Betis y dejó dicho y grabado: "El Betis es el gallo de pelea que pone la carne de gallina".
Es decir, el luchador sin tregua, el eterno combatiente contra todo y contra todos, que tiene la virtud de convertir su esfuerzo, su lucha y sus penalidades, en un gesto cargado de sensibilidad, de trascendencia simbólica, de emoción que eriza la piel y sublima el entusiasmo. El Betis de nuestras vidas...
Mantuvimos el contacto bético de manera regular y una mañana de septiembre de 2008 se puso en contacto conmigo para solicitarme que le presentara en Sevilla una reedición del libro "El Betis: la Marcha Verde", al que acompañaban otros cuentos de fútbol.
Aquella proposición resultó turbadora y pensé que estar mano a mano hablando del Betis con Antonio Hernández equivalía a haberlo podido hacer en otro tiempo con prestigiosos intelectuales como Santiago Montoto, Joaquín Romero Murube o Francisco Montero Galvache, todos ellos béticos de vocación y sentimiento. Un orgullo y una responsabilidad.
El libro se presentó el jueves 26 de septiembre en la Casa de la Provincia y ahí le dimos rienda suelta a eso que en "La Marcha Verde" llamaba el autor "la exageración como forma de ser". La exageración del Betis y, por esa vía, el antagonismo con aquellos que tan poco nos quieren y que tanto han presumido de lo que no son. Una reafirmación de la sevillanía de la entidad y de su universalismo, explicado gráficamente por Antonio Hernández con la afirmación de que "el Betis tiene su patria en el mundo".
Y, junto a esto, la superación de las dificultades y el carácter único que ha moldeado la personalidad de los béticos. Por eso decía el autor: "No hablemos de gloria, que no somos nuevos ricos, sino gente que ha tenido de todo, que, como el Tenorio, que hubiera sido bético de nacer en este siglo, ha estado en los palacios y en las cabañas, siempre orgullosa y siempre digna, sin arrugarse en la desgracia y sin sacar pecho chulo en los triunfos". Con ese pensamiento consideraba Antonio Hernández que "los béticos somos caso aparte porque repartimos simpatía y gracia, elegancia y cosmopolitismo".
Estas cosas, y muchas más, quedaron escritas verde sobre blanco en "La Marcha Verde" que vio la luz en 1987 y en la que, asimismo, tenían protagonismo algunos futbolistas que marcaron para siempre al poeta, como Quino, al que definía como "un escritor del regate", o Rogelio, de quien dijo "que era como si un club de fútbol hubiera podido parir a su medida a un ser humano, con todas sus virtudes y con todos sus defectos".
De todo ello estuvimos hablando aquella impagable noche septembrina de 2008, a propósito de la reedición del libro que había acometido la editorial Algaida. Y de los cuentos que acompañaban a "La Marcha Verde". Textos sueltos donde se puede leer que "el Betis es una pasión universal"; que "los béticos pasamos por el infierno antes de que la vida se nos acabe"; que "el manquepierda es una filosofía y una esclavitud" y que "la bandera del Betis representa a la parte de España más española e importante: Andalucía".
Particularmente hilarante era uno de estos cuentos, titulado "El hombre que creía ser Lopera", donde quedaban retratados los usos y costumbres, incluso semánticos, del entonces máximo responsable de la entidad. Un relato esperpéntico que decía unas cosas que, naturalmente, significaban todo lo contrario y en el que me cabe el honor de haber sido citado hasta en un par de ocasiones.
Nunca acabamos de perder del todo el contacto bético, pero en los últimos años hablamos poco. Hasta que hace unos días nos agarró la noticia de su muerte y el vacío que provoca toda pérdida. Citando sus propios versos, recordé que "nunca se puede ocultar al corazón lo que han visto los ojos". Y los suyos vieron mucho. Y vieron al Betis, al Real Betis Balompié del que fue feligrés no sabía bien, según se preguntaba, si por locura o por inteligencia.
Por eso fue tan emocionante escuchar los gritos del silencio la tarde en que el estadio le dijo adiós a un poeta.