Kubala y el palco vacío
El gran mito barcelonista solo jugó en Heliópolis con la camiseta del Espanyol, en un partido que Benito Villamarín presidió en solitario
Por Manolo Rodríguez
Ladislao Kubala es un mito del barcelonismo. Quizá el que más junto con Cruyff y Messi. Un ídolo azulgrana que ha pasado a la posteridad como el primer extranjero fundamental en la historia de nuestro fútbol. Llegado a España a principios de los cincuenta, revolucionó la liga por su enorme calidad técnica nunca vista antes y por su prodigioso golpeo del balón. Lo acompañaba una romántica leyenda muy del gusto del régimen de Franco y también esto ayudó a que su popularidad fuera imponente desde el principio.
Kubala, húngaro de nacimiento, había escapado de su país huyendo del paraíso comunista y a la España franquista le vino muy bien presentarlo como un símbolo de la libertad. Enseguida se convirtió en un personaje fascinante que, además, se revelaba como un futbolista descomunal. Por ello, no fue extraño que apareciera en periódicos y revistas, hiciera películas y, sobre todo, llenara los estadios. Sobre todo, el del Barça, el viejo campo de Les Corts, que pronto se quedó pequeño ante tamaña expectación, Así nació el Camp Nou, estrenado en 1957. Para que mucha más gente pudiera ir a ver a Kubala.
El Barcelona empezó a ganarlo todo desde su fichaje. Y Kubala era el líder indiscutido de aquella escuadra formidable. Pero a Heliópolis no vino nunca en aquellos años. Jamás pudieron verlo los béticos con la camiseta azulgrana. En las primeras temporadas, porque el Betis andaba en otras categorías y a partir del 58 porque el entrenador barcelonista Helenio Herrera ya no utilizaba fuera de casa. Algo, por cierto, que dio mucho que hablar en aquel tiempo y que impidió para siempre que pudiera verse en el campo del Betis un mano a mano Del Sol-Kubala.
El reinado de Laszi, como se le conocía cariñosamente, duró en Can Barça hasta 1961. Fue después entrenador, pero él quería seguir jugando. Y en el 63 salta la gran sorpresa: Kubala ficha por el Espanyol. Una decisión, inexplicable para muchos, que provocó una encarnizada polémica.
Con el equipo blanquiazul juega la campaña 1963-64 y, ya por fin, visita Heliópolis. Ocurre el 1 de marzo de 1964, cuando está cerca de cumplir los 37 años. Esa campaña el Betis que dirige Domingo Balmanya va como un tiro y es cuarto en una clasificación en la que acabará siendo tercero.
Así pues, todo parece idílico en el entorno bético, que ha saldado su último turno casero con una victoria sobre el Real Madrid. Pero la realidad no es tan dulce. Todo lo contrario. El Betis está en plena convulsión y amenaza tormenta. Otra nueva crisis, por más que los resultados deportivos sean satisfactorios e ilusionantes.
Esta vez, el estallido lo provoca el interés del Atlético de Madrid por fichar a tres jugadores capitales en aquel Betis tan poderoso. En concreto, los colchoneros pretenden al lateral Colo, al centrocampista Luis Aragonés y al defensa Martínez. Tres joyas de la corona, en particular los dos primeros que ya empiezan a ser habituales en las convocatorias de la selección.
El rumor está en la calle y de continuo aparecen noticias en tal sentido en la prensa de Madrid. A la presidencia del equipo rojiblanco ha llegado unos meses antes Vicente Calderón, que ya quiere a los futbolistas béticos para que disputen la Copa, competición que entonces se jugaba al acabar la Liga.
En principio, el presidente del Real Betis, Benito Villamarín, desmiente la posibilidad del traspaso. “No tenemos ofertas concretas”, dice. Pero ambos mandatarios siguen hablando. Los atléticos aumentan la oferta y Villamarín, que sostiene el club con su patrimonio, considera que ha llegado el momento de aceptar la propuesta rojiblanca. La buena campaña del equipo, y el alto valor de mercado que han alcanzado estos jugadores, se presentan como una oportunidad única e irrechazable.
Así se lo expone el presidente bético a su Junta Directiva, la que rige el club desde noviembre de 1963 y en la que se cuentan personajes tan populares como el torero Jaime Ostos o el empresario de La Maestranza, Diodoro Canorea.
El debate es intenso y algunos de los presentes le critican a Villamarín su personalismo. Denuncian que el presidente lo dé como una cosa hecha. Y eso no gusta. Se discute y al final no hay acuerdo. El conflicto provoca la dimisión de la directiva al completo. Villamarín queda con las manos libres para rehacer su gobierno.
La noticia explota en los periódicos la misma mañana en que el Espanyol de Kubala juega en Heliópolis. Una conmoción. Villamarín habla a pecho descubierto y dice que sus decisiones siempre persiguen lo mejor para el Betis, gusten más o gusten menos. Por ello, afirma sentirse muy tranquilo “ya que sé sobradamente que la afición está conmigo”, dice.
Esa tarde aparece solo en el palco. Nadie más a su alrededor. Completamente solo. En un nuevo gesto valiente y arriesgado ante la masa social. Al verlo llegar en solitario, el estadio lo recibe con una enorme ovación, larga y sostenida. Villamarín saluda y pide con modestia que se apague el aplauso. Otro plebiscito que no ofrece dudas. Después, se sienta en el sillón presidencial y ve a su equipo golear a los catalanes.
El Betis gana por 4-0 y juega un partidazo que todavía hace más grande la figura del presidente. La tarde en que por fin jugó Kubala en el Villamarín. Estas fueron las alineaciones:
Real Betis: Pepín; Colo, Rios, Paquito; Lasa, Martínez; Cruz, Luis, Ansola, Pallarés y Molina.
RCD Espanyol: López; Riera, Bartolí, Muñoz; Boy, Abel; Domínguez, Kubala, Idígoras, Kaszásy Martínez.
Ansola, con dos tantos, Cruz y Molina materializan el claro triunfo verdiblanco. De Kubala hablan muy mal las crónicas. Apenas se le vio, como al resto de su equipo, que vaga como alma en pena por la categoría y que habrá de jugar la promoción contra el Sporting para mantener la categoría.
En los días siguientes, la actualidad queda hipotecada por el partido que la selección española va a jugar en Sevilla el 11 de marzo. España-Eire, correspondiente a la Eurocopa de Naciones. Un duelo histórico que se recordará por el debut del mitológico portero Iribar y porque le otorgará para siempre a la afición sevillana el reconocimiento como 'jugador número 12'.
Los ecos de la crisis bética se apagan durante dos semanas, el tiempo que se toma Benito Villamarín para formar gobierno. Una Junta que anuncia, por fin, el viernes 13 de marzo. Permanecen en la misma muchos de sus hombres más fieles (su hermano Avelino, Carlos Cáceres, Diego Vigueras, Manuel Luengo, Francisco Blanco o Alfonso Jaramillo, entre otros) pero también hay algunas ausencias que no pasan inadvertidas, entre ellas,la del vicepresidente segundo, Federico Ochoa, la del secretario, Juan Manuel Arteaga, o la del tesorero, Francisco García Fernández.
El hombre fuerte que emerge de esa directiva es el doctor Andrés Gaviño, eminente pediatra que tiene una estrecha amistad con Benito Villamarín. Uno de sus hombre más leales. Meses más tarde, cuando el presidente vuelva a los Estados Unidos para tratarse de su enfermedad, Gaviño tomará las riendas del club y en 1966 será elevado a la presidencia.
Serenadas las aguas, vuelta la normalidad institucional, el 7 de abril se hace pública la noticia que ya todo el mundo conocía: Colo, Martínez y Luis Aragonés son traspasados al Atlético de Madrid por una cantidad cercana a los 11 millones de pesetas. Restan tres jornadas para acabar la Liga y está en puertas un Betis-Atlético de Madrid en el que sólo participa Luis, que incluso marca uno de los goles del triunfo verdiblanco por 4-2.
Los tres jugadores disputan ya la Copa con el club rojiblanco y a partir de ahí inician un camino que tendrá muy distintos finales. Luis llegará a ser un mito en el Atlético; Colo jugará seis temporadas muy completas en Madrid y a Martínez lo atropellará una de las mayores desgracias de las que tiene memoria el fútbol español.
Pero esa es otra historia que también merecerá ser contada. La que quizá empezó a escribirse cuando Kubala jugó en Heliópolis con la camiseta del Espanyol y Benito Villamarín se sentó solo en el palco.