El controvertido Javier Clemente, rodeado de balones, y acompañado por Rogelio Sosa, dirige un entrenamiento de aquel Betis de la temporada 98-99.

La 'hazaña' de Javier Clemente

El primer Villarreal-Betis en la máxima categoría lo ganaron los verdiblancos por 3-4, cuando ya se conocía que el entrenador no seguiría en su puesto

Por Manolo Rodríguez

 

El Villarreal estrenó la Primera División en la temporada 1998-99. Un equipo modesto de la provincia de Castellón que aún lucía calzonas azules y que había hecho la hombrada de meterse entre los más grandes. Hasta allí llegó el Betis cuando faltaban cuatro jornadas para que se acabara la liga. El 23 de mayo de 1999, domingo del Rocío. Un Betis desquiciado en el que todo había sido un puro disparate desde que alumbró la campaña.

Ese había sido el año de la dimisión de Luis Aragonés, del sainete con el portugués Oliveira, de la breve estancia de Vicente Cantatore y, por fin, de la contratación de Javier Clemente, con su inevitable ristra de broncas y polémicas. Total, cuatro entrenadores para casi nada, ya que los verdiblancos estaban más cerca de la cola que de la cabeza, a pesar del debut de Denilson y de los fichajes de Benjamín, Filipescu, Ito, Ayala, Gálvez, Jaques o Andrei.

Una temporada decepcionante que no dejaba de provocar sobresaltos. Una semana antes de viajar a Villarreal ganó en Heliópolis el Deportivo y enseguida se supo que al acabar el partido bajó a la caseta Lopera, muy enfadado con Alfonso Pérez, porque el delantero bético había declarado que le gustaría que el Sevilla ascendiera. Pero no sólo por eso. También se sentía dolido por el hecho de que Alfonso hubiera estado ausente prácticamente toda la temporada (tras una grave lesión en la selección) y porque el seguro federativo no cubriera todas las pérdidas que eso le había provocado.

Por ello, según publicó el diario MARCA, el enfrentamiento en el vestuario fue agrio y desagradable. Lopera le llegó a decir: “Eres un sevillista, págame lo que me debes y vete luego al Sevilla”, para más tarde acusarlo de “ser un pesetero, como tu padre”.

Fue entonces cuando Alfonso le dijo que nunca más jugaría en el Betis y, según algunos relatos, incluso llegó a tirarle la camiseta, aunque este extremo siempre lo ha negado el futbolista.

Este era el ambiente. O por mejor decir, uno de los ambientes, ya que había más frentes abiertos. Sobre todo, con el entrenador Clemente, un personaje sui generis que había aterrizado en el Betis unos pocos meses antes. Seleccionador nacional durante siete años, fue cesado en septiembre de 1998 y apenas 47 días después lo contrató Lopera.

Doble campeón de Liga y una vez de Copa con el Athletic de Bilbao, finalista de la Copa de la Uefa con el Español, mentado seleccionador y máximo responsable de la sub-21 y la Olímpica, técnico de prestigio, Clemente era, además, estrecho amigo del periodismo madrileño más influyente y decisorio. Un personaje controvertido que siempre estuvo acompañado de gruesas polémicas, como aquella con Manu Sarabia en San Mamés, y de sordos desencuentros con los medios de comunicación.

Y desde el mismo momento de su contratación, Clemente fue consecuente con su fama. Se peleó con el defensa paraguayo Celso Ayala, uno de los fichajes estrella, (de quien llegaría a decir que “era un sinvergüenza”), ninguneó a Denilson, confesó sentirse amenazado en Sevilla, se las tuvo tiesas con el periodismo, criticó a sus jugadores declarando que “no eran capaces de dar tres pases seguidos” y no se ocultó a la hora de ejercer de bon vivant ni de jugar al golf cada vez que tenía oportunidad.

En febrero de 1999 Lopera llegó a la conclusión de que Clemente no tenía remedio. Por su escasa dedicación, su distanciamiento con el vestuario, y su enfermiza obsesión por crearse enemigos y ejercer de chirene, que es el modo con que se define en Bilbao a quienes ejercen de tales a base de frases fanfarronas y un sentido del humor muy peculiar.

Y empezó a buscar entrenador. A su estilo, claro. Hablando con unos y con otros y confundiendo a la mayoría. Que si Scala, Capello, Ranieri, Cuper, Simoni, Iordanescu, Lucescu, Tumbakovic, Bianchi, Parreira, Scolari, Guidolin o Américo Gallego. Quizá no sabiendo muy bien lo que quería, aunque su mayor aspiración era que se pareciera a Lorenzo Serra, el único que lo hizo grande.

El casting cara al público dura meses y cada vez va crispando más a Clemente. En esas llega el partido de Villarreal. El Betis está en el puesto 12 de la tabla, mientras que el Villareal, que anda antepenúltimo, se juega la vida.

En las vísperas, los periódicos hablan mayormente del futuro técnico. Se publica que el mejor situado en ese momento es el italiano Nevio Scala, ex del Peruggia y del Borussia Dortmund, que ya había presenciado el partido de los béticos en el campo del Extremadura. Pero sin nada definitivo. Sólo especulaciones.

Se confirma asimismo que Denilson será baja en El Madrigal y la novedad más llamativa es la vuelta al equipo del joven Juan Jesús, un canterano de 21 años que ya había debutado con el primer equipo en el mes de enero. Un buen centrocampista del que se esperaba una carrera que nunca se hizo realidad.

Arbitra el colegiado madrileño José María García-Aranda Encinar y las alineaciones son las siguientes:

Villarreal: Palop; Pascual, Téllez, Roberto (Moisés, m.57), Arregui (Gaitán, m.45); Gerardo (Díaz, m.85), Sanjuán, Albelda, Alberto; Craioveanu y Alfaro.

Real Betis: Prats; Cañas, Filipescu, Olías, Luis Fernández; Juan Jesús (Ito, m.56), Merino, Alexis, Benjamín (Jaime, m.78); Finidi y Gálvez (Márquez, m.69).

El partido sale loco desde el principio. De puerta a puerta. Con un intercambio de golpes en el que el Betis presume de pegada. De hecho, marca dos goles en 17 minutos. El primero lo hace Juan Jesús en jugada individual y el segundo llega en un cabezazo de Gálvez a centro de Luis Fernández.

Amaina el descontrol y por ahí se meten los locales en el partido con un gol de penalti antes del descanso. De vuelta de las casetas, enseguida llega el empate, pero Gálvez anota de nuevo para el 2-3. En una secuencia trepidante, el Villarreal empata a tres cuando faltan doce minutos.

En esos momentos ya está en el campo Luis Márquez (uno de los futbolistas destacados de aquel gran Betis de Lorenzo Serra), quien jugará esa tarde su último partido con la camiseta verdiblanca.

Después de tanta turbulencia, el empate parece un buen resultado para ambos. Sin embargo, los locales se destapan buscando la victoria. Y en un simple contragolpe, Finidi le gana la espalda a la zaga amarilla y clava el 3-4. El Betis ha ganado el partido.

En la sala de prensa, Javier Clemente es fiel a sí mismo. Y a su bronca con Lopera. Por eso, declara con toda solemnidad, y toda ironía, que la temporada del Betis ha sido “fantástica” y que quedar décimos en la clasificación “ha sido una hazaña”.

Una provocación en toda regla después de que el presidente hubiera dicho en varias ocasiones que la plantilla del Betis era una de las mejores de España.

Clemente, además, lo explica sin ahorrarse ni uno solo de sus comentarios habituales, esos que lo definen. Y dice: “Sé que esto puede parecer una chulada, pero es que yo soy de Bilbao. A este equipo no se le puede pedir más”.

Como es natural, a Lopera aquello le sienta fatal, pero no replica. Sabe que a Clemente le quedan dos telediarios y prefiere anunciar la contratación del argentino Américo Rubén Gallego, quien tampoco podría fichar por el Betis por carecer de los permisos pertinentes.

Al final acabaría llegando Carlos Timoteo Griguol, un veterano técnico de 64 años, que apenas duró unos pocos meses y sólo dejó el recuerdo de su gorra y sus corbatas.

Clemente, llegado junio, se fue por donde vino y jamás se arrepintió de nada, ya que, según dijo, “he vivido muy bien en Sevilla, porque con el dinero que gano vivo bien en todos los sitios”.

Se marchó lanzando todas las puyas que pudo y, sobre todo, presumiendo de hazaña. Su hazaña. El Villarreal, por su parte, hubo de jugar la promoción y, al final, acabó en Segunda.