La primera vez que Di Stéfano perdió en Heliópolis
En 1960, el Real Betis derrotó al gran Real Madrid cuatro veces campeón de Europa, en que el reinaba el mejor futbolista de la época
Por Manolo Rodríguez
Alfredo Di Stéfano tardó en llegar a Heliópolis. Sin duda, mucho más de lo que hubiesen querido los aficionados béticos de aquellos duros años de postguerra. El astro argentino había fichado por el Real Madrid en 1953 y, desde entonces, le cambió la historia a su club y, posiblemente, también al fútbol español. Su reinado fue incontestable. Era el mejor y nadie lo discutía. Nunca antes hubo uno como él. Tan grande, que enseguida se convirtió en una leyenda que convertía en legendario al equipo en el que jugaba.
Sin embargo, el Betis aún no estaba en disposición de recibir a un mito de esa estatura. Se leían con detalle sus hazañas en el Bernabéu y a través de la radio resonaban los ecos de las conquistas en Europa. Pero los béticos tardaron cinco años en verlo. Hasta que amaneció el gozoso verano de 1958 y el Betis pudo presumir de ser de Primera. Un estado de felicidad que se trasladó al inicio del campeonato, en el que los verdiblancos ganaron los tres primeros partidos, pizjuanazo incluido. En la cuarta jornada perdieron en Sarriá y en la quinta vino el Madrid. Por fin Di Stéfano.
El choque se jugó el 12 de octubre con un lleno espectacular en las tribunas. Pagaron los socios y las entradas más caras alcanzaron las 100 pesetas, el mayor precio que se conocía hasta entonces en el fútbol sevillano. El Madrid vistió con camiseta blanca y calzón azul y fue precisamente Di Stéfano quien resolvió el pleito en el descuento. Un 2-3 postrero que derrotó a un Betis de excelente imagen. Sobre todo, si se tiene en cuenta que enfrente tuvo a una delantera inmortal. Nada más y nada menos que a Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento. Cinco galácticos de los de verdad.
Un año más tarde el Betis-Madrid se retrasó hasta la primera jornada de la segunda vuelta. Exactamente al 3 de enero de 1960, recién comidas las uvas que despedían 1959. El año en que a Severo Ochoa le dieron el Nobel; Bahamontes ganó el Tour y el presidente americano Eisenhower visitó la España de Franco. Y, por supuesto, el año en que el Realísimo volvió a adjudicarse la Copa de Europa. La cuarta consecutiva ya.
El Betis, por su parte, había tomado esa temporada decisiones sorprendentes. Incluso insólitas. Villamarín, en principio, le confió el equipo a Sabino Barinaga, pero en pleno verano cambió de rumbo y sentó en el banquillo al prestigioso técnico uruguayo Enrique Fernández. Barinaga quedó como secretario técnico. Pero transcurridas diez jornadas se invierten los papeles. La cosa no va bien y el equipo está apenas un punto por encima del descenso. Sabino Barinaga es repuesto como entrenador y Enrique Fernández pasa al despacho.
La situación se endereza y de diez puntos se ganan siete. Acaba el año en la mitad de la tabla y enseguida retornan las ilusiones. En esas llega el Madrid. El único quebranto serio es la ausencia de Luis del Sol, que no acaba de mejorar de una lesión de ligamentos que se produjo en Granada dos semanas antes.
Barinaga concentra al equipo en Oromana, pero no suelta prenda. Secretismo en la alineación, aunque se da por hecho que habrá marcajes especiales. Algo que no parece preocupar demasiado al entorno madridista. Los del Bernabéu llegan como líderes con tres puntos de ventaja sobre el Athletic de Bilbao y cuatro sobre el Barcelona. Una cómoda ventaja que dilapidará en las siguientes jornadas y que le acabará costando el puesto a su entrenador, el paraguayo Manuel Fleitas Solich, a quien sustituirá Miguel Muñoz para ganar la quinta Copa de Europa.
Respecto a su última visita, el Madrid presenta algunas novedades significativas. No juega Puskas, lesionado, a quien reemplaza Enrique Mateos, uno de los pocos jugadores grandes que ha defendido la camiseta de los dos rivales sevillanos. Por contra, sí viene Didí, el cerebro de la selección de Brasil que había ganado la Copa del Mundo del 58. Un talento que no triunfó en el Bernabéu y cuyo puesto ocupará Del Sol cuatro meses más tarde en la final de Glasgow.
El estadio presenta una excelente entrada, aunque sin llegar al lleno. Esta vez la entrada más cara cuesta 70 pesetas. Máxima expectación para ver a Di Stéfano por segunda vez, la primera en que saldrá derrotado de Heliópolis. El Madrid viste de morado con pantalón azul y a las cuatro de la tarde los equipos arrancan el partido con las siguientes alineaciones:
Real Betis: Otero; Isidro, Ríos, Santos; Bosch, Valderas; Xanin, Lasa, Rojas, Vila y Areta.
Real Madrid: Domínguez; Marquitos, Santamaría, Zárraga; Vidal, Ruiz; Chus Herrera, Didí, Di Stéfano, Mateos y Gento.
El duelo es apasionante desde el principio. El Madrid propone imponer su estilo, pero el Betis le cierra los espacios. Para ello, resulta fundamental el trabajo de Rojas y Areta. Entre ambos intentan frenar el fútbol total de Di Stéfano. Cuando el argentino baja a recibir en campo propio, Rojas sacrifica su faceta ofensiva para impedir la salida limpia de la pelota; cuando entra en terreno bético Areta se hace cargo del marcaje y, además, le ofrece coberturas a Isidro en su pugna con Gento.
El Betis corre hasta la extenuación y el público lo agradece. No hay muchas ocasiones y eso es todo un triunfo teniendo en cuenta la entidad del rival. Algo que se mantiene en los primeros compases de la continuación. En el minuto 65, sin embargo, se lesiona Isidro. Marcha a la caseta, pero vuelve enseguida. Sólo que esta vez tiene que adelantar su posición a zonas menos comprometidas. Se coloca en el costado derecho de la delantera y obliga a un reajuste en el que Xanin pasa a interior y Lasa a lateral.
Entonces, cuando la tarde más se mete en incertidumbre, Vila roba una pelota y se la abre a Isidro. Su disparo bate a Domínguez y, claramente, el balón entra en la portería, aunque Santamaría consigue rebañarla en la raya; pega en el poste y el mismo Isidro, que viene a la carrera, la remacha con el muslo. El gol del cojo, como se denominaban en aquel tiempo los tantos que marcaban los futbolistas lesionados que se colocaban de delanteros. El gol del triunfo.
Sólo en los últimos compases aprieta el Madrid como lo que es. Resiste el Betis con el corazón y a dos minutos del final un golpe franco lanzado por Di Stéfano se estrella en el larguero. El susto que no podía faltar.
El pitido final se acoge con apoteosis. Un alegrón superlativo en aquella temporada de luces y sombras. Barinaga, exultante, valora, sobre todo, la capacidad del equipo para neutralizar a Di Stéfano y a Gento y, muy particularmente, resalta el sacrificio del delantero Hugo Rojas, un goleador “cuya labor anónima e incómoda nos han servido de mucho. Casi fue lo principal”. El técnico madridista Fleitas Solich, por su parte, reconoce la justicia del resultado.
Lo que entonces no sabe la afición del Betis es que el joven y prometedor Juan Dorronsoro Landa, Xanin, ha jugado esa tarde el último partido de su vida. Enseguida se le diagnosticará una leucemia que se lo llevará en el mes de agosto. Una tragedia que conmocionará a la familia bética.
Alfredo Di Stéfano, por su parte, regresará en los años venideros con las camisetas del Real Madrid y del Espanyol. Su carrera se prolongará hasta 1966 y precisamente llegará a su final en Heliópolis. Conocerá otras derrotas, pero en el recuerdo quedará siempre aquella primera tarde en que el gran mito, el mejor futbolista de la época, ese que tanto tardó en llegar, vio como el Betis se llevaba el partido.