Rogelio Sosa, sentado entre su maestro Andrés Bosch y Vicente Montiel, celebra con sus compañeros la conquista del Carranza de 1964. El que lo convirtió en figura.

HISTORIA | La consagración de Rogelio Sosa

En el Trofeo Carranza de 1964, el primero que ganó el Real Betis, deslumbró un joven coriano que, con el paso de los años, se convertiría en uno de los grandes símbolos de la afición 

Por Manolo Rodríguez

 

Esta noche vuelve el Real Betis al Trofeo Ramón de Carranza. La 'Copa Carranza' como la llamaron los sudamericanos en los felices años en que el clásico gaditano era considerado como el torneo amistoso más prestigioso del mundo. El 'trofeo de los trofeos' por el que desfilaron leyendas como Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Beckenbauer, Eusebio, Gento, Puskas, Luis Suárez, Leivinha, Luis Pereira, Rocha, Amancio, Iribar o Pirri, por citar sólo unos pocos nombres. El no va más del gran fútbol, que incluso inspiró el nacimiento de las modernas tandas de penaltis para resolver eliminatorias, según la propuesta del directivo del Cádiz Rafael Ballester en el verano de 1962.

El Real Betis acudió por primera vez al trofeo Ramón de Carranza en 1964. Y como es sabido, lo ganó, a pesar de que hubo de compartir cartel con rivales tan imponentes como el Real Madrid (campeón de Liga en España y subcampeón de Europa), Boca Juniors (campeón de Argentina) y Benfica de Lisboa (campeón de Portugal).

Los verdiblancos habían sido terceros en la Liga concluida meses antes y esa magnífica campaña les dio la posibilidad de jugar por primera vez tan renombrado cuadrangular. Algo que en sí mismo era todo un logro, habida cuenta de que hacía apenas seis años que había vuelto a la Primera División. Y, claro, ganarlo fue un acontecimiento que se celebró como un título. Una gesta tan singular que mereció el cálido recibimiento del Ayuntamiento de la ciudad, mientras que la multitud vitoreaba en las calles al presidente Benito Villamarín.

Desde entonces, el Carranza del 64 es objeto de culto para el beticismo. Pero no sólo eso. Trajo, además, otra gran noticia: la consagración del joven Rogelio Sosa como un nuevo dios en el Olimpo de Heliópolis. Un futbolista tan grande que, a partir de ese momento, se erigió en el símbolo de la afición por su carácter y sus genialidades. Un nombre que marcó toda una época, que escenificó al Betis mejor que ningún otro y que fue en cada ademán como es el mismo Betis: distinto e imprevisible.

Nacido en Coria del Río el 15 de abril de 1943, según su propia confesión, aunque no fuera inscrito en el Registro Civil hasta el 2 de mayo de ese año, fecha de nacimiento que consta en sus documentos oficiales, se inició en el Victoria Balompié de su pueblo natal y en 1957 ingresó en los juveniles del Real Betis. En la temporada 1960-61 fue cedido al Tomelloso, que militaba en categoría regional, y un año más tarde jugó en la Ponferradina, entonces en Tercera.

Tras este aprendizaje se incorpora a la disciplina del primer equipo y el 16 de septiembre de 1962 el entrenador Fernando Daucik lo hace debutar en la primera jornada del campeonato de Liga, nada más y nada menos que contra el Real Madrid. Esa campaña juega 16 partidos, pero en la siguiente, la 1963-64, a las órdenes de Domingo Balmanya, apenas si actúa.

El mismo Rogelio explica que “ese año me pasó de casi todo. Tuve varias lesiones y el club me propuso ir cedido al Calvo Sotelo de Puertollano. Decidí aguantar y para manifestar mi rechazo a la oferta pedí una cantidad muy elevada por abandonar Heliópolis. Algunos directivos se ofendieron y llegaron a preguntarme si me creía que era Puskas. Yo les respondí que era Rogelio con 20 años. Se enfadaron, me dijeron que no contaban conmigo, me suspendieron el contrato y el sueldo y estuve un par de meses entrenándome sin contar para el equipo”. 

Rogelio, entonces, habla con el entrenador Balmanya, que se presenta un día en las oficinas de la entidad en la calle Alemanes y les dice a los dirigentes que si el club no lo quiere, él compra su ficha. Está dispuesto a pagar medio millón de pesetas. A partir de ahí, ya no se habla más.

Rogelio sólo vuelve a la titularidad en el último partido de Liga (incluso le hace un gol al Barcelona), aunque juega prácticamente todas las eliminatorias de Copa. A pesar de tan poca presencia, guarda un excelente recuerdo de Domingo Balmanya: “Sabía tratar a la gente. Siempre jugaban los mismos. Sólo hacía cambios por lesiones y, cuando cambiaba, intentaba sacar en lugar del lesionado a uno que se le pareciera hasta en el físico”.

Ese verano del 64 se marcha Balmanya y llega al banquillo el francés Luis Hon, que enseguida toma una decisión sobre Rogelio. Se lo cuenta al diario Marca a la vuelta de la gira por Alemania, cuando declara: “Rogelio me ha convencido de una cosa: que puede ser buen jugador para el centro del campo, para alimentar a la delantera, pero no es extremo, lugar que suele ocupar habitualmente”.

Con esa premisa, llega el Carranza. Rogelio sale con el 11, pero tiene libertad por el mediocampo y el frente de ataque. Volcado a la izquierda y asociándose siempre con su mentor Andrés Bosch, el maestro al que más admiró.

En el partido contra el Boca Juniors cuaja una gran actuación y marca el gol del triunfo a dos minutos para la conclusión del primer tiempo de la prórroga. Lanza una falta a 30 metros del portal argentino y coloca el balón en la escuadra. Un gol impresionante. Él mismo lo explica: “Le cogí una buena rosca y entró el zapatazo desde muy lejos”.

Al día siguiente, en la final, está cumbre. No cabe un alfiler en el estadio y miles de sevillanos pasan la noche en la playa de la Victoria para conseguir una entrada. La reventa hace el negocio del siglo.

Sopla con violencia el Levante, dirige el encuentro el colegiado español Ortiz de Mendívil (autorizado por escrito por el equipo lisboeta) y el saque de honor lo realiza la actriz y cantante Lolita Sevilla.

Los equipos se alinean del siguiente modo:

Real Betis: Pepín; Aparicio, Ríos, Paquito (Grau); Suárez, López-Hidalgo; Breval, Frasco, Ansola, Bosch y Rogelio.

SL Benfica: Costa Pereira; Cavem, Germano, Cruz; Coluna, Raúl; Simoes, José Augusto, Torres, Eusebio y Serafin.

El Betis juega con calzonas negras y, como ocurriera en el primer choque, el tiempo reglamentario  finaliza con empate a cero. Los verdiblancos son mejores y disponen de claras ocasiones de gol que no acaban concretando por verdadera mala suerte.

De nuevo es necesaria la prórroga. Se teme que el cansancio acumulado de la semifinal, pase factura, pero sucede todo lo contrario. El Betis juega mejor que nunca.

A los dos minutos de reiniciado el juego, Rogelio apura una jugada en el área y suelta un trallazo durísimo que bate a Costa Pereira. Y cuando el primer tiempo se acaba, un astuto pase de Suárez a Frasco lo culmina el interior. Un 2-0 que ya sería inamovible.

La gesta se celebra como una conquista épica. Rogelio, con las medias caídas, exhausto, disfruta con intensidad de la bendita locura que se vive en la hierba. “Hasta don Benito bajó al campo para fotografiarse con la Copa", dice.

Rogelio tiene 21 años y muchos lo reconocen como el mejor futbolista del torneo. Y no sólo en España. En el diario bonaerense Clarín su corresponsal Paco Lucero deja escrito “que los defensas argentinos de Boca eran burlados fácilmente por Rogelio, que los enloqueció a gambetas y se filtró mil veces por la zaga boquense”.

A Rogelio le llueven los reconocimientos y el más sentido se lo dan en su pueblo, donde el 7 de septiembre de 1964 el Ayuntamiento de Coria del Río le impone el “Camarón de Plata”. Un acto al que asiste Benito Villamarín.

Tras el éxito del Carranza, el conocido agente futbolístico Luis Guijarro lo define como “un futbolista de Mercedes” y le ofrece a Villamarín 12 millones de pesetas en nombre del FC Barcelona. El Betis rechaza la proposición y Guijarro vuelve a la carga: 11 millones y Carlos Rexach. También que no.

Sólo entonces, el futbolista 'de Mercedes' se comprará su primer coche: un Seat 600, matrícula SE-95465. Dejará de viajar en el tranvía y echará raíces para siempre en el Villamarín. Gracias a Dios. Así, se convertirá en el futbolista superlativo que le entregará toda su carrera deportiva a la entidad, donde permanecerá durante 16 temporadas consecutivas, desde su debut en 1962 hasta su retirada en 1978.

Algo que no ha igualado nadie.